Una camioneta se detuvo en el camino de la entrada de aquella antigua casa en la calle Oldenburg, arrastraba consigo un remolque de U-Haul alquilado. La conductora, tras estacionarlo, apago la camioneta y saltó, mirando hacia el exterior del edificio. Era una casa bastante antigua, al estilo de una enorme mansión del siglo XIX.
El edificio en sí era bastante masivo, uno en el que muchos pensarían que una celebridad o alguna otra persona rica viviría, pero nadie se atrevería a vivir en este lugar. No hasta ahora, así era; Anna Summers era la nueva dueña, una una energética y extrovertida pelirroja. La había comprando y ese mismo día se estaba mudando.
Había logrado conseguir la casa por un buen precio; se rumoreaba que estaba encantada y que el antiguo propietario había bajado considerablemente el precio. Anna pagó una mitad del costo y su familia la otra mitad, y ahora aquí estaba ella, recién salida de la universidad y con un título en historia antigua como diseño gráfico, porque si, consiguió estudiar ambas y fue la mejor de la clase, quizás para muchos, estudiar dos profesiones era algo de mucho tiempo, pero no para Anna.
Un husky siberiano bajo de la camioneta tras ver que su dueña no volvería dentro. Anna acarició su cabeza cuando estuvo a su lado.
– Al menos se ve igual de bien que en las fotos, ¿No lo crees, Olaf? – Bromeó Anna antes de sacar su teléfono, comparando una imagen que había guardado en el sitio web que vendía la casa. No fue una estafa; Anna había comprado una auténtica casa del siglo XIX.
Por supuesto, solo se veía vieja por fuera. Aparentemente había Wi-Fi y otros aparatos modernos dentro del gran edificio. Anna puede una nerd en la historia, pero no al punto de aceptar vivir como campesina. Para nada, aquella idea no le gustaba en lo absoluto. Apenas agua caliente, enfermedades, mala comida; Las cosas ciertamente habían mejorado con los años.
La pelirroja caminó hacia el remolque enganchado en la parte trasera de su camioneta, abrió la puerta y la levantó. Cuando se abrió, la luz del sol se introdujo dentro del remolque, iluminando las cajas y las maletas llenas de sus diversas pertenencias. Algunos eran de su hogar familiar en su ciudad natal, Fredrikstad, pero otros eran de su departamento de estudiantes que había compartido con su mejor amiga Moana, la cual debería haber estado ayudándola con su mudanza, aunque la morena tenía un partido de hockey hoy, lo que significa que no podía ir para ayudarla. Lo que es peor, ninguno de sus otros amigos podría ayudarla tampoco. Mérida tenía práctica de tiro con arco, y sus otros amigos, Eugene y Rapunzel, había viajado a Alemania para ver a los padres de la chica.
Aun así, Anna haría lo mejor que pudiera. Ella misma era bastante aficionada, o al menos, eso es lo que solía decir su mejor amigo de infancia y universidad, Hiccup Haddock, pero claro que él tampoco podía ayudarla. Probablemente, porque estaba demasiado ocupado con su nuevo novio, Jackson Overland.
Anna frunció el ceño un poco ante el pensamiento. Se encontraba muy feliz por Hiccup, pero también lo envidiaba un poco; Anna no tenía un historial muy bueno en cuanto a sus relaciones. En sus años de secundaria, Anna solía ser una persona que coqueteaba con todas las chicas. Pero cuando ingresó en la universidad, lamentablemente, sus estudios le impidieron entrar mucho en la escena social, y cuando intentó salir con alguien, no funcionaba. Cualquiera de las dos estaba demasiado ocupada, o ninguna podía sentir la chispa de su primera reunión.
Pero ahora que Anna tenía una casa y una nueva vida, tal vez algo de buena suerte vendría en su dirección. Ahora bien, necesitaba desempacar sus pertenencias y trasladarlas a la casa ella misma.
Lo primero que hizo fue buscar el paquete más grande. Tomó una gran caja de cartón de la cama de su camioneta y la llevó hasta la vieja puerta de roble de su nueva finca. Luego vio una llave vieja en aquella pelusa alfombra frente a ella. Anna se arrodilló, levantándola con una mano y usando la puerta para evitar que la caja cayera de sus mano. La llave estaba hecha de un latón ligeramente desgastado y parecía que no se había utilizado en años. Con suerte, no se rompería pronto.
Después de usar la llave para abrir la puerta, la pelirroja gruñó mientras intentaba abrir la puerta con el talón de su pie. De alguna manera, logró girar la manija para abrirla, fue un milagro que nunca entendería. Aún así, no consiguió hacer que la caja pasara por la entrada. La giró un poco, esperando que el cambio de ángulo ayudara, pero no. Nada de nada. La dejó caer al suelo, con la esperanza de forzarlo funcionaría. Era solo ropa y, con suerte, no otra cosa demasiado valiosa. Sería peor si se quedaba y el clima cambiara drásticamente.
– ¡Vamos, estúpida caja! ¡Entra por la bendita puerta! – Gritó empujándola.
Olaf, tan bueno, cruzó el marco y observó a su dueña seguir luchando con aquella caja de carro, la cual entró finalmente en la casa, donde estaba en el suelo, al pie de la escalera.
Anna sonrió, sacudiendo sus manos.
– Uno menos.– Dijo.– Dios sabe cuántos más faltan...