Fuego

Una Estrella entre Sombras

Una figura se deslizaba suavemente entre la oscuridad y las cenizas del campo de batalla como una serpiente, evitando a su paso los cuerpos de los caídos. Su corazón aún estaba inundado por la adrenalina y latía tan rápido como el de un colibrí. Su mente, atormentada por el dolor y la tristeza al ver aquella masacre le repetía constantemente cada escena que había tenido que presenciar. La sangre de su última víctima goteaba por el dorso de sus manos dejando un rastro carmesí a sus espaldas. Con un nudo apretando su garganta, se detuvo para mirar al cielo en busca de un panorama menos desolador que le ayudase a contener las lágrimas que amenazaban con escapar.

La noche estaba a punto de caer, el sol parecía haber escapado rápidamente al ver lo que pasaba, llevándose con él no solo la luz, sino también sus esperanzas. En su desesperación preguntó mentalmente a su diosa por qué había permitido que las cosas sucedieran de esta manera, por qué había permitido tantas muertes y caos, por qué había permitido la guerra. No obtuvo respuesta de su divinidad, en cambio el cielo, afligido al ver el cruel destino que le depararía, trataba de consolarlo, las estrellas aparecían una por una por el cielo, como reflejando aquellas lágrimas que no podía permitirse expresar, pronto cayó la noche y se formaron constelaciones infinitas solo para intentar minimizar la oscuridad que aquel momento conllevaba y brindar consuelo a quien le mirase. La luna, incapaz de ser cómplice de sus fechorías, no apareció aquella noche.

Él respiró profundo y se armó de valor para continuar caminando hacia aquella luz brillante delante de él que lo llamaba con fervor. Se detuvo en el borde del inmenso cráter para admirar la escena. En medio del mismo, apenas se podía distinguir una delicada silueta femenina que, envuelta en sí misma, se aferraba ferozmente a un objeto que apenas podía percibir, pero sabía lo que era. Se acercó bajando por la pared del cráter, apenas pudiendo sostener su peso por el cansancio y lo empinado del terreno. Al tocar el suelo su orgulloso corazón de rompió en mil pedazos, allí estaba ella. Su mirada, embelesada por aquella figura de delicadas facciones, sentía la obligación de registrar cada detalle que pudiese recopilar de ella, lucía casi celestial, tanto que sentía como un pecado apartar la mirada. Creía haber estado preparado para cualquier estrago que pudiese encontrar en el campo de batalla y a pesar de su dura preparación, todo era inútil en ese momento, ella lo desarmaba. Aún estando manchada por el polvo y la sangre la consideraba la criatura más hermosa del mundo. El corazón le latía fuerte, como si estuviese a punto de caer por un precipicio, pero no podía apartar la mirada. Pese a las magulladuras y a las inclementes peleas, lucía como el primer día que la vio, el mismo día en el que sin tregua ni contemplaciones le robó el corazón,el mismo día en el que se enamoró de ella.

Se acercó con cautela, no quería que se asustase más, estaba tan frágil e indefensa en aquel momento que sentía que cualquier brisa podía quebrarla cual hoja seca. No tardó en darse cuenta que ya era tarde, sus consideraciones fueron en vano, cuando sus ojos se cruzaron, su mirada era temerosa, envuelta entre el pánico y la decepción, se notaba que estaba siendo asediada por mil preguntas y la que más la torturaba en ese momento, ¿Por qué la había traicionado?¿La mataría? Quiso moverse y alejarse de él pero el dolor que sentía era intolerable, su cuerpo no le respondía, la explosión la había golpeado directamente dejándola malherida y agotada. La armadura de plata que traía se había roto parcialmente en el proceso, descubriendo partes de su cuerpo que una vez lo tentaron con tanta facilidad.

Con cada movimiento, los mechones azabache le caían desordenadamente a los lados del rostro, enmarcando su mandíbula, tensa en un esfuerzo por aguantar soportar sus propias emociones. Su mano, helada por el inclemente clima del páramo, se acercó hacia ella quien instintivamente se aferró al objeto como pudo, él sabía que pasara lo que pasara no soltaría esa pequeña cajita plateada ni aunque la matarán como al resto de sus compañeros y lo entendía ella era la persona más leal que conocía, además, esa era la misión que se le había encomiendado. Él acomodó con sutileza uno de los mechones dorados tras su oreja y ella se hizo tan pequeña como un ratón asustado, estaba a punto de llorar. No quería hacerle daño, nunca quiso, pero no le habían dejado más opciones. Acarició con suavidad su mejilla y suzurró algunas palabras antes de que la punta de sus dedos brillaran en un tono violeta. La chica cayó inconsciente a sus pies y el objeto que sostenía celosamente entre sus brazos rodó por el suelo como una baratija cualquiera, la luz que emitía se desvaneció. Lo recogió y lo analizó un momento, era muy pequeño, fácilmente cabía en la palma de la mano, pero podía sentir un poder inmenso emanando de él. Solo la caja que lo protegía parecía estar hecha del diamante más fino y raro que jamás hubiese visto, bastante digno de lo que resguardaba en su interior. Rompió un pedazo de su capa y lo envolvió con delicadeza antes de irse, no sin antes darle una última mirada a la rubia...



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En el texto hay: romance, aventura, hadas

Editado: 19.06.2025

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