Sus miradas se encontraron y los sentimientos se acumulaban, tantas cosas que nunca se dijeron pero que con una mirada podían entender, casi como un lenguaje secreto únicamente destinado para ellos, odio, dolor, resentimiento, todo se entrelazaba en un segundo, en una sola mirada. La sala quedó en completo silencio, la tensión era palpable, todos tenían la vista puesta en Zágora expectantes, pero ella en ese momento tenía los ojos clavados en Félix, analizándolo como el cazador a la presa. Se veía más oscuro que como lo recordaba, sus rasgos eran más rígidos y su rostro tenía cicatrices nuevas, presumiblemente hechas con espadas, llevaba una gabardina negra hecha de piel de oso y una bufanda roja que Zágora recordaba perfectamente, su bufanda. Si no fuese por ese pequeño detalle creería que era una persona diferente, ya no lo reconocía, su mirada antes cálida, ahora reflejaba ambición y sed de sangre. Apretó los dientes involuntariamente, tenía tantas preguntas y sentimientos encontrados que se sentía a punto de llorar, no sabía si por rabia o tristeza.
Apartó la mirada rápidamente y la dirigió hacia Gía y Sir Letto, no podía permitir que sus sentimientos la distrajerán de lo que realmente importaba en ese momento, tenía que reaccionar. Gía parecía estar muy afligida, pero físicamente se encontraba bien, Sir Letto sin embargo era otra historia, estaba malherido, su pecho, brazos y parte del rostro se encontraba con quemaduras que tenían que ser tratadas con urgencia. Volvió la vista hacia el hombre en medio de la sala, molesta.
—¿Cómo pudiste atreverte a venir aquí?—Inquirió Zágora, había recobrado la compostura y su determinación de guerrera.
— Vine por algo que me pertenece— posó su pálida mano sobre el pedestal donde reposaba, una piedra blanca cuya intensa luz hacia marcar duras sombras en su rostro, un campo de energía azulada se interponía entre ellos.
—¡La piedra polar no te pertenece!—replicó Sir Letto de inmediato, aunque el dolor apenas le permitiese hablar.— ¡no eres digno de tenerla, ya has causado demasiadas muertes y sufrimiento!
—¡No te estaba hablando a ti viejo!—exclamó, pero sus palabras fueron interrumpidas por un rayo el cual esquivó. El ataque fallido hizo que monedas salieras volando y algunos tesoros se quemaron.
—Una palabra más y no tendré piedad contigo Félix—Interrumpió Gía antes de volver a cargar el rayo en su mano. Félix pasó la mano por su cabello, oscuro como el carbón para partar las cenizas del ataque.
—Que emocionante—sonrió sínicamente convocando su espada. En un parpadeo el pelinegro estaba atacando a Gía quien respondió bloqueando con una espada de energía.— Como en los viejos tiempos.—La velocidad y fuerza de Félix era abrumadora, Gía apenas podía contenerlo.
—¡Zágora mientras yo detendré intenta abrir la puerta, necesitaremos refuerzos.!— habló a la rubia apresuradamente mientras sostenía de cerca su espada contra la de Felix. Zágora asintió y se puso en marcha, pero antes de llegar a la puerta, Félix hizo un giro en su espada, desequilibró a la reina y disparó en su dirección, pero Gía rápidamente se posicionó en medio y lo desvió hacia él, rasgando el abrigo que traía.
—¡Tu pelea es conmigo!—exclamó Gía antes de abalanzarse contra él nuevamente.
Era increíble, aún conservaba sus magníficas habilidades después de todos esos siglos y parecían haber aumentado. Aún peleando contra una espadachín de élite tenía la osadía de lanzar un ataque en otra dirección en cuestión de segundos. No había tiempo, corrió hacia la puerta e intentó deshacer el sello con su mágia pero por más que lo intentaba era inútil, miró hacia las ventilaciones y aún seguían encendidas, seguramente Ágata no había podido convencer al consejo ni a las hadas del plan, lo que significaba que estaban atrapadas, maldijo por lo bajo. Mientras tanto, Gía y Félix protagonizaban una tensa pelea, las espadas bailaban entre sí y ninguna tenía la intención de ceder, sin embargo Gía se veía cada vez más exhausta.
—¿Cansada reinita?—Preguntó con sarcasmo, su sonrisa se ensanchó aún más— Drenar la energía del oponente, un pequeño truco que aprendí en estos siglos.—Estaba por darle el golpe final cuando fue golpeado, impactando contra la pared. Zágora se abalanzó contra él comenzando a golpearlo con todas sus fuerzas mientras la pared se agrietaba por la presión. Gía hacía su mayor esfuerzo por reponerse, pero su energía estaba muy baja, ya no podía usar su magia, un rayo más y quedaría tendida en el piso, estaba totalmente en desventaja.
Félix aprovechando la cercanía pateó a Zágora para quitársela de encima, sin armadura para protegerla el impacto fue directo, lanzándola por el aire. De un movimiento Félix saltó hacia ella y la inmovilizó entresus brazos, amenazando con romperle el cuello de un movimiento a la rubia, la sala volvió a quedar en un tenso silencio que Félix rompió entre jadeos.
—Ya dejémonos de jueguitos, no tengo tiempo para perderlo con ustedes señoritas. Ahora querido intento de reina, si quieres que la pequeña Zágora conserve el cuello en su sitio, abre esa cosa ahora mismo.— amenazó atrayendo la atención de la reina y Sir Letto quien yacía inmovilizado en el piso
—¡No, no lo hagas!— gritó Gía en pánico, sabía que Félix no dudaría en matarla si así lo quería.
—¡Entonces dame la piedra!— demandó el chico. Su aura se había vuelto oscura y similar a una neblina negra y sus ojos desprendían sed de sangre. Zágora intentaba zafarse con todas sus fuerzas pero para su sorpresa los brazos de aquel hombre se habían vuelto rígidos como el concreto, ni con toda su fuerza lograba moverlo.
Editado: 24.06.2025