—Zágora...Zágora— Llamaban en voy baja— Zágora despierta, ya tenemos que irnos. — insistía una voz mientras daba pequeños zarandeos a la chica. Ella abrió los ojos con pereza para ver a su amiga con cara de pocos amigos, no le gustaba que la despertaran así.
— ¿Qué pasa Ágata, por qué tanto escándalo?— preguntó la rubia acomodándose en la pequeña banca y estirándose para espantar el sueño, calléndose su casco en el proceso.
—¡¿Comó que qué pasa?! Estuve esperándote más de media hora fuera de los vestidores, dijiste que te cambiarías un momento y mira nada más como te encuentro.— Reclamaba ella señalando los zapatos a medio poner y la ropa tirada en el asiento y parte del suelo. La rubia se acomodó en su asiento y se estiró con satisfacción— Dijiste que esto ya no volvería a pasar.
—Perdón, perdón, no quise hacerte esperar, es que ayer tomé el turno nocturno y el sueño me está pasando factura—Explicaba Zágora mientras recogía las prendas en el suelo, Ágata no se suavizó al escucharla, por el contrario se enojó más.
— ¡Eso es porque nunca descansas cabeza hueca! ¡¿Hasta cuándo vas a seguir con tu paranoia?!— La regañó la castaña intentando atinarle un golpe pero la rubia lo esquivó con facilidad, Zágora no le prestó mucha atención y siguió vistiéndose — ¡Sabes, a veces odio tus reflejos.!Y en serio, todavía no entiendo cómo no has muerto de agotamiento es inaudito, tomas turnos nocturnos casi todas las noches, al día siguiente entrenamiento de esgrima y artes mágicas y por la tarde asesoras a los reclutas nuevos, ¿Acaso tienes el poder de descansar sin dormir y no me has dicho nada? porque yo también quiero uno de esos...— a Zágora se le escapó una sonora carcajada.
— ¡No seas tonta Ágata!, si tuviese ese poder, no creo que me pasaran estas cosas, además, aunque no lo creas si estoy algo cansada.— Dijo levantándose de su asiento y limpiando lo que parecía ser saliva de su mejilla.
— ¿Entonces por qué lo haces?¿Por qué te exiges tanto? Sé que quieres estar preparada para cualquier cosa y sé que lo estás, pero no me gusta verte así.— explicó la morena con preocupación.
— Pueden venir a atacarnos en cualquier momento Ágata y tenemos que estar listos, sabes lo que pasó la última vez, no podemos confiarnos, además somos miebros de la guárdia real y tenemos que estar en perfectas condiciones. — Replicó Zágora levantándose de su asiento para introducir el casco en el casillero a sus espaldas. Ágata puso su mano en el hombro de su amiga intuyendo lo que pensaba en verdad.
—Zágora, la última vez que nos atacaron fue hace mucho tiempo, y fue un estúpido duende que se había pasado de copas y quería dominar al mundo para hacer gratis las cantinas, puedes quedarte tranquila, el mundo ahora está en paz.— Trató de explicar ella compasiva. Zágora soltó una risilla.— Los tiempos malos también pasan y tienes que aprender a disfrutar los buenos.
—¡Sí, ya sé, disfrutar el momento! Bueno, si dices así el incidente con el duende claro que suena ridículo, pero imagínate que hubiesen sido las brujas del norte o las bestias del este las que se hubiesen revelado, hubiese sido un caos.— Intentó justificarse ella cual niño pequeño al que le acusan sin motivo. Ágata masajeó sus sienes intentando mantener la compostura para no jalar de los cabellos a su paranóica amiga.
—Por milésima vez Zágora, sabes que para eso están los tratados sagrados y que ninguno de los clanes se atrevería a romperlos—Dijo la castaña con fastidio— Sé que eres una paranóica de primera y que no vas a relajarte en cuanto al trabajo y está bien entiendo que seas estricta con todo eso de la precaución pero, ¿por lo menos puedes dejar las guardias nocturnas?, las ojeras te van a llegar a las rodillas y este es el tercer juego de maquillaje que se me gasta, piensa un poquito en mi bolsillo también amiga— Chilló Ágata —Hay gente que se puede encargar, tú misma has dirigido sus entrenamientos, están bien capacitados.— Zágora dio un suspiro profundo y se giró hacia ella tras cerrar el compartimiento.
—Está bien, agradezco que te preocupes por mí pero si dejas de hablar como si fueras mi mamá lo pensaré mejor—contestó burlonamente saliendo de la habitación seguida por Ágata cuyo rostro parecía un tomate. El enorme pasillo de piedra del castillo les dio la bienvenida con su delicada decoración. La colorida luz que pasaba por los vitrales segó por un momento a Zágora pero pronto se acostumbró.
— Hoy es tu día libre, por lo menos haz algo para ti que no sea entrenar. No sé, ve a las aguas termales del pueblo, ten una cita con alguien, ve de compras o lo que sea, pero tienes terminantemente prohibido quedarte en el castillo hoy ¿Entendiste?— Exclamó Ágata, Zágora rodó los ojos ya cansada y asintió repetidas veces. Ágata desplegó sus alas, aquel par eran enormes y brillantes como las de una mariposa, llena de tonos verdes como los ojos de su portadora.
—¿Quieres que te lleve?— preguntó la morena extendiendo su mano.
—No, no te preocupes, no me molesta caminar.— Respondió Zágora sonriente.
— Sabes, no entiendo por qué escondes tus alas, no creo que sean nada de lo que avergonzarse, además te sentirías más cómoda si pudieras volar por el castillo, te cansarías menos, de aquí hasta tu cuarto es un buen tramo...— Argumentó Ágata, luego posó su mano en su barbilla con una sonrisa maliciosa.— ...Aunque pensándolo mejor, creo que si voy a adelantarme, tengo que hacer unos pendientes por ahí antes de que te vayas, disfruta tu caminata.—Dijo antes de marcharse a toda velocidad dejando una estela de polvo a su paso. Zágora tuvo un mal presentimiento sobre esas palabras, la ponía nerviosa ver qué clase de jugada maquiavélica haría Ágata esta vez para hacerla salir del castillo. Apresuró el paso para alcanzarla pero tenía razón, era un buen tramo hasta su cuarto.
Editado: 19.06.2025