Hailey sentía la tensión acumulándose en sus músculos mientras seguía a Logan por las estrechas calles de la ciudad en ruinas. A cada paso, el eco de su respiración entrecortada resonaba en su cabeza. Había imaginado muchas veces cómo sería volver a verlo, pero nunca en este contexto: una misión suicida, un lugar donde cada sombra escondía un peligro, y un hombre que ya no era el mismo del pasado.
—No mires a nadie demasiado tiempo —susurró Logan sin girarse—. Si das la impresión de que los estás estudiando, lo tomarán como una amenaza.
Ella asintió, aunque sabía que él no podía verla. Logan tenía una forma de moverse que la desconcertaba: fluía a través de la multitud como un depredador entre su presa, sin llamar la atención, pero con una presencia innegable. Hailey, por el contrario, se sentía como un pez fuera del agua, una extraña en un mundo que no comprendía del todo.
Entraron en un callejón angosto, donde el olor a comida rancia y a pólvora impregnaba el aire. Logan se detuvo frente a una puerta metálica y golpeó dos veces con los nudillos. La miró por primera vez desde que habían salido del escondite, y Hailey notó un destello de advertencia en su mirada.
—No hables a menos que te lo diga —dijo con voz baja, pero firme—. Esta gente no confía en los desconocidos, y menos en alguien como tú.
—¿Alguien como yo? —replicó ella, cruzándose de brazos.
Logan dejó escapar un suspiro cansado.
—Alguien que todavía se cree intocable.
Antes de que ella pudiera responder, la puerta se abrió de golpe.
Un hombre alto y de complexión robusta apareció en el umbral. Sus ojos oscuros recorrieron a Logan con familiaridad, pero cuando su mirada se posó en Hailey, la desconfianza fue evidente.
—No me dijiste que vendrías con compañía, Reed —gruñó.
—Cambios de última hora —respondió Logan con indiferencia, empujando a Hailey suavemente hacia adelante—. Ella es útil.
El hombre frunció el ceño, pero se hizo a un lado, permitiéndoles entrar. El interior del lugar era aún más sofocante que las calles afuera. Estantes llenos de armas, cajas de municiones apiladas y mapas cubiertos de marcas rojas decoraban la estancia. Hailey se obligó a mantener la calma.
—¿Sabes lo que estás pidiendo? —preguntó el hombre a Logan, cruzándose de brazos.
—Sí —respondió él sin titubear—. Quiero acceso a la reunión de El Cuervo.
El hombre soltó una carcajada seca.
—Estás loco, Reed. Nadie entra ahí sin pagar un precio alto.
Hailey sintió el peso de la mirada del mercenario sobre ella. Sabía lo que estaba pensando, y la idea le revolvió el estómago. Logan se dio cuenta y habló antes de que el otro hombre pudiera sugerir nada.
—Dime qué necesitas y veremos si el precio es negociable.
El hombre se frotó la barbilla, como si estuviera considerando sus opciones. Luego, sonrió de una forma que no auguraba nada bueno.
—Quiero información sobre la última operación encubierta del gobierno. Sé que tú y tu amiga tienen acceso a cosas que yo no.
Hailey intercambió una mirada con Logan. Sabía que ceder esa información podría ser un error fatal, pero también era su única oportunidad de entrar en la reunión.
Logan no tardó en responder.
—Lo tendremos para mañana —dijo con seguridad, aunque Hailey sabía que improvisaba.
El hombre asintió lentamente.
—Entonces, tienes hasta el amanecer. Si no me traes algo que valga la pena, no esperes que siga ayudándote.
La tensión en la sala era densa cuando salieron del lugar. Una vez que estuvieron en el callejón de nuevo, Hailey explotó.
—¿Te das cuenta de lo que acabas de prometer? ¡Nos estás metiendo en un problema más grande del que ya teníamos!
Logan la miró con una calma exasperante.
—Si quieres atrapar a El Cuervo, tenemos que jugar con sus reglas.
Hailey respiró hondo, tratando de calmarse. Sabía que tenía razón, pero eso no hacía que le gustara más la situación.
—¿Y ahora qué? —preguntó finalmente.
Logan sonrió de lado, con ese aire peligroso que siempre había tenido.
—Ahora, buscamos información falsa lo suficientemente convincente para engañar a un hombre que vive de detectar mentiras.
Ella negó con la cabeza, pero no pudo evitar sentir una pizca de emoción. Por primera vez en años, estaba al borde del peligro real. Y lo peor de todo, lo disfrutaba.