La noche era más fría de lo habitual, o tal vez era la sensación de inquietud la que le calaba los huesos. Hailey y Logan esperaban en un edificio en ruinas, sus siluetas ocultas en las sombras. Había pasado un día desde el encuentro con los hombres de El Cuervo y la ansiedad de la incertidumbre pesaba sobre ellos.
—No me gusta esto —susurró Logan, su mano rozando el mango de su pistola.
Hailey lo miró con una expresión endurecida.
—Nada de esto me gusta. Pero estamos demasiado cerca para echarnos atrás.
Antes de que Logan pudiera responder, una figura emergió de la oscuridad. Era el hombre con la cicatriz que los había emboscado la noche anterior. Se detuvo a unos metros de ellos y sonrió con desconfianza.
—El Cuervo ha aceptado verlos —dijo con tono seco.
Hailey sintió cómo su corazón latía con fuerza, pero mantuvo su expresión firme.
—¿Dónde y cuándo? —preguntó.
El hombre sacó un cigarrillo y lo encendió con calma.
—Mañana, en un almacén fuera de la ciudad. Pero hay una condición.
Logan intercambió una mirada con Hailey antes de hablar.
—¿Qué condición?
El hombre exhaló el humo lentamente antes de responder.
—Van desarmados. Si llevan algo encima, los matarán antes de que puedan hablar.
Un silencio tenso cayó sobre ellos. Hailey sintió cómo la advertencia se clavaba en su mente. Estarían indefensos. Vulnerables.
—Eso es una trampa —dijo Logan con voz áspera.
El hombre sonrió levemente.
—Tal vez. O tal vez es la única manera en que El Cuervo se sienta seguro al recibirlos.
Hailey apretó los labios. Sabía que Logan tenía razón, pero también sabía que no tenían elección. Si rechazaban la oferta, perderían la única oportunidad de acercarse.
—Lo haremos —dijo finalmente, ignorando la mirada fulminante de Logan.
El hombre asintió y apagó el cigarrillo con la punta de su bota.
—Bien. Mañana al anochecer. No lleguen tarde.
Se dio la vuelta y desapareció en la oscuridad, dejándolos con la sensación de que habían firmado su propia sentencia de muerte.
—Hailey, esto es una locura —gruñó Logan en cuanto estuvieron solos.
Ella cruzó los brazos, mirando hacia el horizonte.
—No podemos perder esta oportunidad.
—¿Oportunidad de qué? ¿De morir? —Logan avanzó un paso hacia ella, su voz más baja pero cargada de furia contenida—. Nos están tendiendo una trampa, lo sabes.
Hailey sostuvo su mirada, desafiante.
—Si no arriesgamos, nunca llegaremos hasta él.
Logan pasó una mano por su cabello y exhaló con frustración.
—Está bien. Pero si algo sale mal, te sacará de ahí antes de que puedas protestar.
Hailey no discutió. Sabía que Logan cumpliría esa promesa, a cualquier costo.
El día siguiente pasó en una tensión insoportable. Se prepararon para la reunión, despojándose de armas y equipo antes de partir. La sensación de vulnerabilidad se instaló en el estómago de Hailey, pero no mostró dudas.
Llegaron al almacén cuando el sol comenzaba a hundirse en el horizonte. Las puertas oxidadas se abrieron lentamente y una figura los esperaba en el interior. No era El Cuervo.
Era alguien a quien Hailey conocía demasiado bien.
—No puede ser —susurró.
El hombre sonrió, con los ojos fríos como el acero.
—Hola, Hailey. ¿Me extrañaste?
El impacto de la traición la golpeó como una bala. Frente a ella estaba Jason Keller, un antiguo compañero de la agencia, alguien en quien había confiado con su vida.
—Pensé que estabas muerto —susurró, aún en shock.
Jason sonrió con burla.
—Eso querían que pensaras.
Logan dio un paso adelante, su cuerpo tenso como un resorte.
—¿Trabajas para El Cuervo? —preguntó con voz peligrosa.
Jason inclinó la cabeza.
—Digamos que encontré un mejor postor.
El mundo de Hailey se tambaleó. Todo en lo que había creído, cada decisión que había tomado hasta ese momento, se tambaleaba bajo el peso de la traición.
Y lo peor de todo, era solo el comienzo.