El aire entre ellos seguía cargado de tensión cuando Hailey y Logan subieron al auto. Sus labios aún ardían con el recuerdo del beso, pero ninguno pronunció palabra. Logan arrancó el motor con una fuerza innecesaria, sus nudillos blancos sobre el volante.
Hailey miró por la ventanilla, intentando calmar su respiración. Lo que acababa de suceder entre ellos era inevitable, pero peligroso. Se suponía que debía ser un acto de impulso, una forma de detener la discusión con Ryan… pero no lo fue. Fue algo más. Algo que no podía permitirse sentir.
—¿Quieres hablar de eso? —preguntó Logan finalmente, su voz tensa.
Hailey cerró los ojos por un segundo antes de responder.
—No hay nada de qué hablar. Fue un error.
El auto frenó de golpe en un callejón oscuro. Logan se giró hacia ella, su mirada encendida por algo más que furia.
—¿Un error? —repitió, su voz apenas contenida—. ¿Eso crees?
Hailey sintió que su corazón latía con fuerza, pero sostuvo su mirada.
—No podemos permitirnos esto, Logan. No ahora.
Él soltó una risa seca, pasando una mano por su cabello.
—Claro, porque todo lo demás en nuestra vida es perfectamente racional —espetó—. Estamos infiltrados en una red de asesinos, tu hermano acaba de advertirnos que estamos marcados para morir y aun así, ¿esto es lo que te asusta?
Hailey apretó los labios. No podía decirle que sí. No podía admitir que Logan Reed era el único caos que realmente la hacía perder el control.
—No se trata de miedo —dijo finalmente—. Se trata de supervivencia.
Logan la observó por un largo instante antes de asentir lentamente. Luego desvió la mirada y puso el auto en marcha nuevamente.
El silencio entre ellos era espeso, pero ambos sabían que no podían permitirse distraerse. La misión aún estaba en pie. Y con cada minuto que pasaba, la sombra de El Cuervo se cernía más sobre ellos.
Llegaron a su escondite en un edificio abandonado al borde de la ciudad. Logan apagó el motor y se quedó sentado por un momento, sus manos aún aferradas al volante.
—Descansa un poco —murmuró finalmente—. Mañana tenemos que movernos rápido.
Hailey asintió y salió del auto, sintiendo el peso de la fatiga en sus músculos. Pero cuando entró en el departamento improvisado, supo que dormir sería imposible.
Se sentó en el borde de la cama y sacó las fotos que Ryan le había dado. Sus compañeros, sus amigos… todos muertos. Sabía que estaba al borde del abismo. La única pregunta era si sobreviviría al salto.
Sintió una presencia detrás de ella antes de que Logan hablara.
—No estás sola en esto, Hailey.
Ella dejó escapar un suspiro.
—A veces, así se siente.
Logan se acercó y se agachó frente a ella, obligándola a mirarlo.
—No importa lo que pase, no voy a dejar que termines como ellos.
Las palabras de Logan eran una promesa, pero Hailey sabía que no había garantías en este mundo. Aun así, permitió que su mirada se suavizara por un breve instante.
—No hagas promesas que no puedes cumplir —susurró.
Logan esbozó una sonrisa torcida.
—Nunca he sido de los que rompen su palabra.
Hailey sintió su pecho apretarse. ¿Cuántas veces había tratado de convencerse de que debía mantenerse alejada de él? Y sin embargo, cada vez que intentaba poner distancia, terminaba más cerca.
La proximidad entre ellos se volvió insoportable. No era solo el peligro lo que los unía, sino la inevitabilidad de lo que ambos negaban.
Antes de que pudiera detenerse, Hailey alzó la mano y rozó la cicatriz en la mejilla de Logan. Él cerró los ojos ante su toque, como si su simple caricia fuera suficiente para quebrarlo.
—Hailey… —murmuró su nombre como una advertencia, pero no se apartó.
Ella se inclinó más cerca, sintiendo su aliento mezclarse con el suyo.
—Solo por esta noche —susurró.
Y entonces, Logan la besó. No fue suave ni contenido. Fue hambre, desesperación y todo lo que habían reprimido durante demasiado tiempo. Hailey se aferró a él como si fuera lo único real en un mundo hecho de sombras y mentiras.
Esa noche, no hubo más reglas. No hubo más barreras. Solo ellos, perdiéndose el uno en el otro antes de que la guerra los reclamara nuevamente.