Fuego Cruzado

CAPÍTULO 20: SOMBRAS EN PARÍS

El avión descendió sobre París en medio de una lluvia ligera, las luces de la ciudad reflejándose en las gotas que resbalaban por la ventanilla. Hailey apoyó la cabeza contra el vidrio, observando cómo la Torre Eiffel se asomaba a lo lejos, un recordatorio de que estaba a punto de sumergirse aún más en la oscuridad.

Logan, a su lado, revisaba su teléfono, escaneando cualquier señal de que habían sido detectados. Habían usado identidades falsas para volar, pero no podían permitirse bajar la guardia.

—Kane no nos habría enviado aquí si no estuviera segura de que Adler se esconde en algún lugar de esta ciudad —murmuró Hailey, más para sí misma que para él.

Logan guardó el teléfono y la miró.

—O nos envió aquí para que terminemos muertos antes de llegar a él.

Hailey soltó una sonrisa sin humor.

—En este punto, las dos opciones son igual de probables.

Salieron del aeropuerto con pasos calculados. Se dirigieron a un auto alquilado y Logan tomó el volante. La dirección que Kane les había dado estaba en el distrito 7, cerca de Les Invalides. Un barrio discreto, pero con suficientes rincones oscuros para esconder a un hombre como Marcus Adler.

—Si Adler realmente es la clave de todo esto, significa que alguien más lo está buscando —dijo Logan mientras conducían bajo la llovizna.

—Lo sé —respondió Hailey, su mirada fija en la carretera—. Y eso nos da dos problemas: encontrarlo antes que ellos y sobrevivir lo suficiente para obtener respuestas.

Logan resopló, apretando el volante.

—Genial. Un día normal en la oficina.

Llegaron a la dirección pasada la medianoche. Se trataba de un edificio antiguo, con una fachada elegante pero descuidada. Las ventanas del tercer piso estaban iluminadas tenuemente.

—¿Crees que sigue ahí? —preguntó Logan, escaneando el lugar.

Hailey asintió lentamente.

—Solo hay una manera de averiguarlo.

Salieron del auto y se movieron con cautela, evitando las cámaras de seguridad. Hailey sacó una ganzúa de su bolso y en cuestión de segundos, la cerradura cedió.

El interior olía a madera vieja y tabaco. Subieron las escaleras en silencio, sus cuerpos tensos, listos para cualquier cosa.

Cuando llegaron a la puerta del apartamento, Logan levantó una ceja.

—¿Lista?

Hailey asintió y, con un movimiento rápido, empujó la puerta. Entraron con armas desenfundadas.

Pero el apartamento estaba vacío.

Los restos de comida fría sobre la mesa indicaban que alguien había estado allí recientemente. Papeles estaban esparcidos en el escritorio, y un cigarro aún humeaba en un cenicero.

—Alguien se fue con prisa —murmuró Hailey, revisando los documentos.

Logan se acercó a la ventana y maldijo en voz baja.

—No tan rápido.

Hailey se giró y lo vio.

Un auto negro estaba estacionado al otro lado de la calle. Y dentro, dos hombres observaban el edificio.

—Nos encontraron —susurró Logan.

Hailey cerró los documentos y los metió en su chaqueta. Sabía que no tenían mucho tiempo antes de que esos hombres hicieran su jugada.

—Tenemos que salir de aquí —dijo.

Pero en cuanto se giraron hacia la puerta, un disparo rompió el silencio.

El vidrio de la ventana explotó en mil pedazos. Hailey y Logan se agacharon instintivamente mientras otra bala impactaba contra la pared.

—¡Mierda! —gruñó Logan, sacando su pistola.

—Nos quieren muertos antes de que encontremos a Adler —dijo Hailey, su corazón latiendo con fuerza.

Se movieron rápido. Logan disparó hacia la calle para cubrir su escape mientras Hailey corría hacia la salida trasera. Los disparos siguieron, pero lograron llegar a la escalera de incendios.

Bajaron tres pisos en segundos, sus pisadas resonando en la estructura metálica. Hailey sentía la adrenalina corriendo por sus venas, pero no podía permitirse perder el control.

Al llegar al callejón, Logan sacó las llaves del auto y se las lanzó a Hailey.

—Toma el volante.

Ella no dudó. Corrieron hasta el vehículo y en cuanto estuvieron dentro, Hailey pisó el acelerador. Los neumáticos chirriaron contra el pavimento mientras se alejaban a toda velocidad.

Los autos negros los siguieron. Hailey maniobró por las estrechas calles de París, esquivando tráfico y pasando semáforos en rojo.

—No podemos llevarlos a nuestro escondite —dijo Logan, disparando por la ventanilla trasera.

Hailey giró bruscamente en una intersección, casi golpeando un poste. El tráfico nocturno les dio un respiro, pero sabían que no duraría mucho.

—Tengo una idea —dijo Hailey.

Logan la miró como si estuviera loco, pero no discutió.

—Solo dime que no va a matarnos.

Hailey pisó el acelerador y se dirigió hacia el Pont de Bir-Hakeim, un puente que cruzaba el Sena. Sabía que debajo había un acceso peatonal con múltiples salidas.

—Prepárate para saltar —dijo.

—¿Qué? —Logan giró la cabeza bruscamente.

Pero no hubo tiempo para discutir. Hailey giró el volante y, en el último momento, frenó en seco. El auto derrapó, deteniéndose a centímetros de la baranda.

Sin dudar, abrieron las puertas y corrieron hacia el borde del puente. Se lanzaron al nivel inferior justo cuando los autos enemigos llegaban a la escena.

Rodaron por el suelo y se levantaron rápidamente, escondiéndose en la oscuridad.

Desde arriba, los hombres los buscaban.

—¿Los ves? —preguntó uno.

—No. Maldición. Se escaparon.

Hailey y Logan se quedaron inmóviles, conteniendo la respiración.

Cuando los autos finalmente se alejaron, Hailey exhaló lentamente y miró a Logan.

—Dime que eso no fue una locura —susurró.

Logan la miró y sonrió.

—Fue una locura. Pero funcionó.

Hailey permitió que una pequeña sonrisa cruzara sus labios.

—Bien. Porque esto apenas empieza.




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