La noche se cernía sobre París como un manto de peligro inminente. Hailey y Logan caminaron por las calles adoquinadas, sus pasos medidos, sus cuerpos tensos bajo el peso de lo que estaban a punto de hacer. Las invitaciones doradas ardían en sus bolsillos, no solo por su valor, sino porque sabían que podían convertirse en su sentencia de muerte si alguien sospechaba.
—Recuérdalo bien —susurró Logan mientras avanzaban hacia el almacén cerca del Canal Saint-Martin—. No estamos aquí para negociar, no estamos aquí para improvisar. Encontramos a Adler y salimos.
Hailey asintió sin mirarlo.
—Si algo sale mal…
—No saldrá mal —la interrumpió Logan, con una seguridad implacable en su voz.
Ella no estaba tan segura.
El almacén estaba iluminado con luces tenues y faroles de neón azul. Alrededor del edificio, hombres con trajes oscuros y armas ocultas vigilaban la entrada. La clase de seguridad que indicaba que las personas dentro no solo eran ricas, sino peligrosas.
Mostraron sus invitaciones a un portero de rostro pétreo. Este las inspeccionó durante unos segundos interminables antes de hacer un gesto para que pasaran.
Al cruzar las puertas, el ambiente los envolvió de inmediato. Había elegancia, pero también una tensión palpable. Empresarios, traficantes, políticos corruptos y asesinos a sueldo se mezclaban entre sí con la calma de quienes sabían que estaban entre iguales.
Hailey dejó que sus ojos vagaran por el salón, memorizando cada rostro, cada posible amenaza. Logan hizo lo mismo, aunque su mano se mantuvo cerca del arma oculta bajo su chaqueta.
—Adler debe estar aquí en alguna parte —murmuró Hailey.
—Entonces, empecemos a buscar —respondió Logan.
Se dividieron, mezclándose entre los asistentes con la fluidez de quienes habían jugado este juego muchas veces antes. Hailey se acercó a la barra, pidiendo una copa mientras sus oídos captaban fragmentos de conversaciones.
—…El Cuervo se está moviendo demasiado rápido…
—…Mikhailov ya perdió la paciencia…
—…Si Adler aparece, será el fin de este equilibrio…
Cada mención del nombre de Adler hacía que su piel se erizara.
Desde el otro extremo del salón, Logan se acercó con una mirada tensa.
—Lo encontré —susurró.
Hailey giró de inmediato.
—¿Dónde?
Logan inclinó la cabeza sutilmente hacia una sala privada en la parte trasera del almacén. Un par de guardias bloqueaban la entrada, y frente a ellos, un hombre conversaba en voz baja con alguien que no alcanzaban a ver.
—Ese es Adler —confirmó Logan.
Hailey lo estudió desde la distancia. Marcus Adler no era lo que esperaba. En lugar de un hombre mayor y desgastado por la clandestinidad, era joven, tal vez poco más de cuarenta años. Vestía un traje perfectamente ajustado, con la confianza de alguien que sabía que todos en esa sala lo consideraban una pieza clave.
—Tiene protección —murmuró Hailey—. No podemos simplemente acercarnos y pedirle que hable con nosotros.
—Entonces, ¿cómo quieres jugar esto? —preguntó Logan.
Hailey consideró sus opciones. Podían crear una distracción, pero eso los expondría. Podían esperar, pero no tenían tiempo.
Finalmente, tomó una decisión.
—Yo me acerco. Tú cubre mis espaldas.
Logan frunció el ceño.
—No me gusta.
—Tampoco a mí, pero es nuestra única oportunidad.
Confiando en su instinto, Hailey se acercó a la zona privada, tomando una copa de vino de una bandeja mientras fingía desinterés. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, dejó caer la copa “accidentalmente”, derramando el líquido cerca de uno de los guardias.
—Merde —murmuró con una expresión de vergüenza perfectamente ensayada.
El guardia maldijo y se apartó, dándole el momento que necesitaba para deslizarse más cerca de Adler.
—Vaya, vaya —murmuró una voz profunda.
Hailey alzó la vista y se encontró con los ojos de Marcus Adler.
Adler la observó con curiosidad, su expresión impasible.
—No te he visto antes —dijo con voz calmada.
Hailey sonrió levemente.
—No suelo frecuentar lugares como este.
Adler inclinó la cabeza, evaluándola. Luego hizo un gesto a sus guardias, quienes se apartaron solo lo suficiente como para darle espacio.
—Dime, ¿qué te trae aquí? —preguntó, su tono más analítico que interesado.
Hailey sintió la presencia de Logan moviéndose en la periferia de su visión, siempre cerca.
—Busco respuestas —dijo ella—. Y creo que tú eres el único que puede dármelas.
Adler soltó una breve carcajada.
—Eso depende. ¿Qué tipo de respuestas buscas?
Hailey sostuvo su mirada.
—El Cuervo. Mikhailov. La red de traiciones que nos rodea. Quiero saber quién está realmente moviendo los hilos.
Por primera vez, el rostro de Adler se ensombreció. Se inclinó levemente hacia ella, bajando la voz.
—Si has llegado hasta aquí, significa que sabes demasiado. Y saber demasiado en este mundo nunca es una ventaja.
Hailey sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero no se apartó.
—Eso lo decidiré yo.
Adler la miró por un momento más, luego esbozó una sonrisa mínima.
—Muy bien. Te daré lo que buscas. Pero a cambio, necesito algo de ti.
Hailey sabía que esto no sería gratis.
—¿Qué quieres?
Adler tomó un sorbo de su copa antes de responder.
—El Cuervo no es el verdadero problema. Ni Mikhailov. Hay alguien más, alguien por encima de ellos. Y quiero que me ayudes a sacarlo del juego.
Hailey sintió su pulso acelerarse.
—¿Quién?
Adler sonrió.
—Ryan Carter.
El aire pareció desaparecer de sus pulmones.
—Eso es imposible —susurró.
Adler se inclinó más cerca.
—Es la verdad, Carter. Tu hermano no es quien crees que es. Y si no lo detenemos, todos estamos muertos.
El mundo de Hailey se tambaleó.
Y en ese momento, supo que el juego acababa de cambiar para siempre.