Hailey tenía el arma firme en sus manos, pero sus dedos temblaban. Ryan la miraba con una calma inquietante, su expresión sin rastro de miedo. Logan se sostenía el costado, la sangre empapando su camisa, su respiración entrecortada. Sabía que el tiempo se agotaba.
—No lo harás —susurró Ryan—. Porque aún no estás lista para aceptar la verdad.
Hailey sintió que algo dentro de ella se rompía. Todo lo que creía saber sobre su hermano se desmoronaba frente a sus ojos. Pero no tenía tiempo para dudas.
—¿Por qué nos estás cazando? —preguntó, su voz apenas un susurro.
Ryan sonrió levemente.
—Porque me obligaste a hacerlo.
El disparo resonó en la noche.
Pero no salió del arma de Hailey.
Un proyectil impactó en la pared junto a ella, lanzando escombros al aire. Uno de los hombres de Ryan había disparado para distraerla. El segundo de duda fue suficiente.
Ryan se movió con la velocidad de un depredador. En un instante, agarró el brazo de Hailey y la desarmó, torciendo su muñeca hasta que el arma cayó al suelo con un golpe sordo.
Logan intentó moverse, pero su herida lo dejó vulnerable. Uno de los mercenarios lo pateó en las costillas, derribándolo por completo.
—Nos vamos —ordenó Ryan a sus hombres.
Hailey luchó, pero Ryan la sujetó con fuerza, su agarre de acero.
—Déjala ir, maldito bastardo —gruñó Logan desde el suelo, su voz cargada de dolor.
Ryan lo ignoró y, con un último vistazo a su hermana, la arrastró hacia uno de los vehículos negros estacionados en la calle.
—Es hora de que veas lo que realmente está pasando, Hailey. A dónde perteneces en todo esto.
Hailey se debatió, pero dos de los hombres la sujetaron, forzándola a entrar al auto.
—¡Logan! —gritó, pero la puerta se cerró de golpe.
A través del vidrio oscuro, lo último que vio fue a Logan intentando incorporarse, sangre en sus labios, mientras el auto aceleraba y se lo llevaba todo.
El viaje fue un torbellino de luces y sombras. Hailey respiraba con dificultad, su mente trabajando frenéticamente en una forma de escapar. Pero sabía que Ryan era demasiado inteligente como para dejarle una oportunidad fácil.
—Tienes muchas preguntas —dijo él finalmente, rompiendo el silencio—. Y yo tengo las respuestas.
Hailey apretó los dientes.
—No quiero tus malditas respuestas.
Ryan suspiró, como si esperara esa respuesta.
—Eso es lo que dices ahora. Pero cuando veas lo que tengo para mostrarte, entenderás.
Hailey no respondió. No porque creyera en él, sino porque tenía miedo de que, en el fondo, algo de lo que decía fuera verdad.
El auto se detuvo frente a un edificio de piedra antigua, sin ninguna señal de ser un cuartel o una base secreta. Ryan salió del vehículo y la obligó a seguirlo al interior.
Subieron por un ascensor sin botones visibles. Era claro que solo alguien con acceso podía usarlo. Al llegar al piso más alto, las puertas se abrieron a una sala de conferencias minimalista, con ventanales de piso a techo y una vista panorámica de la ciudad.
En el centro de la habitación, sobre una mesa de cristal, había una pila de documentos, fotografías y un monitor encendido con archivos de inteligencia.
Hailey reconoció los rostros de inmediato.
El Cuervo.
Mikhailov.
Marcus Adler.
Y en el centro de todo… su propio nombre.
—¿Qué es esto? —preguntó con el corazón martilleándole en el pecho.
Ryan se apoyó en la mesa y la miró con una mezcla de orgullo y cansancio.
—El juego completo, Hailey. No solo fragmentos de información. Todo lo que han intentado ocultarte.
Hailey miró los archivos, su mente intentando procesar lo que veía.
—¿Por qué estoy en esta lista? —murmuró.
Ryan tomó un expediente y lo abrió frente a ella. En su interior, documentos oficiales, sellos de agencias gubernamentales y registros de operaciones clasificadas.
—Porque no eres solo una víctima en esto. Nunca lo fuiste. Siempre fuiste una pieza clave en el tablero, Hailey. Y ellos te han estado usando desde el principio.
Hailey sintió que su estómago se revolvía.
—No… eso no es posible. Yo no…
Ryan le pasó una foto.
Era de ella. Pero no de ahora. Era una imagen de hace años, en un expediente junto a otras personas que ya no estaban vivas.
—Operación Centinela —dijo Ryan—. ¿Te suena?
Hailey negó con la cabeza.
—Nunca escuché ese nombre.
Ryan la miró con tristeza.
—No porque no existiera. Sino porque te borraron de ella.
Hailey sintió que el aire se volvía denso, irrespirable.
—¿Qué demonios estás diciendo?
Ryan sacó un USB de su bolsillo y lo colocó en la computadora. En la pantalla, aparecieron imágenes, videos de operaciones militares, transcripciones de conversaciones entre altos mandos. Y en medio de todo eso, su nombre.
—Eras parte de algo grande, Hailey. Algo que el gobierno quiso enterrar. El Cuervo, Mikhailov, Adler… todos están jugando su papel en una guerra que comenzó mucho antes de que te dieras cuenta.
Las imágenes pasaban demasiado rápido, pero Hailey pudo ver su propio rostro en misiones de las que no tenía memoria. Expedientes marcados como “clasificados”. Referencias a una red de agentes eliminados en circunstancias sospechosas.
Ryan la miró fijamente.
—No soy tu enemigo, Hailey. Pero si sigues luchando en el lado equivocado, te convertirás en otra de las piezas descartadas.
Hailey cerró los ojos por un momento, tratando de controlar el vértigo que la invadía.
Porque en el fondo, temía que él tuviera razón.