El hombre que bloqueaba la puerta no necesitaba presentación. Su presencia era suficiente para helar la sangre de Hailey.
—No puede ser… —murmuró Ryan, con la mandíbula tensa.
Hailey sostuvo el arma con más fuerza. Sabía que no tenía tiempo para dudar. Frente a ella estaba el arquitecto de todo su sufrimiento, el fantasma que había movido los hilos en las sombras.
—Así que finalmente nos conocemos —dijo El Cuervo, con una voz tranquila pero letal.
Adler gimió a su lado. Hailey no necesitaba mirarlo para saber que estaba tan impactado como ellos.
—Nos hemos conocido muchas veces, Hailey —continuó El Cuervo, su tono casi divertido—. Solo que nunca lo recordaste.
Las palabras hicieron que su estómago se contrajera.
—No juegues conmigo —espetó—. ¿Quién eres realmente?
El Cuervo inclinó la cabeza, como si la estuviera evaluando.
—La pregunta no es quién soy yo —susurró—. La pregunta es… ¿quién eres tú?
Hailey sintió que la rabia la consumía. No tenía tiempo para acertijos. No después de todo lo que había descubierto.
—Basta de mierda —gruñó—. Muévete o te vuelo los sesos.
El Cuervo sonrió, como si la amenaza le divirtiera.
—No vas a disparar —afirmó con una certeza inquietante—. Porque aún no tienes todas las respuestas.
Ryan se movió a su lado, con su arma también levantada.
—Entonces ilumínanos —dijo con frialdad—. Antes de que te dejemos en un charco de tu propia sangre.
El Cuervo suspiró.
—Siempre tan precipitados. No han cambiado nada.
Hailey frunció el ceño. Había algo en su tono, en la familiaridad de sus palabras…
—¿Qué demonios quieres decir con eso? —preguntó.
El Cuervo sonrió de lado.
—Que no siempre fuiste la cazadora, Hailey. Alguna vez, fuiste la presa.
Las palabras la golpearon con la fuerza de un puñetazo. Pero no podía permitirse perder el control. No ahora.
—Sigues sin responder mi pregunta —dijo con voz firme—. ¿Quién eres?
El Cuervo la observó por un largo instante. Luego, con una lentitud deliberada, llevó las manos a su máscara y la retiró.
Hailey sintió que el mundo se detenía.
—No… —susurró, incapaz de creer lo que veía.
El rostro frente a ella no era el de un extraño. Era el de alguien que había enterrado en lo más profundo de su memoria.
Era el rostro de Daniel Carter.
Su padre.
El impacto fue tan fuerte que Hailey sintió que sus rodillas flaqueaban. Su mente se negó a aceptar lo que veía.
—Esto no es posible —susurró—. Tú… estás muerto.
Daniel Carter, el hombre que ella había llorado durante años, sonrió con una calma escalofriante.
—Eso es lo que querían que pensaras.
Ryan maldijo en voz baja, claramente igual de impactado.
—¿Cómo…? —intentó preguntar Hailey, pero su voz se quebró.
Daniel suspiró y dio un paso adelante.
—Lo que viste en los archivos era cierto. Te borraron la memoria, Hailey. Pero lo que no viste es quién dio la orden.
Hailey sintió que la sangre se le helaba.
—No… —murmuró.
—Fui yo —dijo Daniel, su voz sin rastro de duda—. Lo hice para protegerte.
Hailey sintió una furia fría apoderarse de ella. Su padre, el hombre que había admirado, había sido el arquitecto de su mayor sufrimiento.
—¿Protegerme? —espetó—. ¿De qué demonios hablas?
Daniel Carter la observó con la paciencia de un hombre que sabía que la verdad aún no había terminado de caer sobre ella.
—Porque sabías demasiado —dijo—. Porque estabas demasiado cerca de la verdad. Y porque, si no te detenía, te habrían matado.
Hailey negó con la cabeza, dando un paso atrás.
—Esto es una maldita mentira. Estás jugando conmigo.
Daniel suspiró.
—Siempre fuiste tan testaruda…
Ryan, que había estado en silencio, finalmente habló.
—Entonces, ¿qué sigue? —preguntó con frialdad—. ¿Nos matas a todos aquí y fin de la historia?
Daniel sonrió levemente.
—Si quisiera matarlos, ya estarían muertos. No, Ryan. Lo que quiero es que se unan a mí.
El silencio se sintió ensordecedor.
—¿Estás loco? —soltó Hailey, su voz llena de incredulidad—. ¿Después de todo lo que has hecho, crees que voy a ponerme de tu lado?
Daniel no parecía afectado por su furia.
—Lo que has visto es solo la punta del iceberg. Lo que está por venir hará que todo esto parezca un simple juego de niños.
Hailey apretó los dientes.
—No me interesa tu guerra.
—No es mi guerra —corrigió Daniel—. Es la tuya también. Nos guste o no, somos parte de algo más grande. Y si no te unes a mí, te aniquilarán.
Ryan cruzó los brazos.
—¿Y por qué demonios deberíamos creerte?
Daniel lo miró directamente.
—Porque sé quién está realmente detrás de todo esto. Y porque, si no trabajamos juntos, no viviremos lo suficiente para detenerlo.
Hailey sintió su mente acelerada, intentando encontrar una salida a todo esto. Pero la verdad era que, por más que odiara admitirlo, Daniel tenía razón en algo.
Si su padre había logrado sobrevivir todos estos años, significaba que sabía más que nadie sobre los verdaderos jugadores de esta guerra.
Pero eso no significaba que confiara en él.
—Dame un motivo para no dispararte aquí mismo —murmuró Hailey, con el dedo sobre el gatillo.
Daniel la miró con calma.
—Porque si lo haces, nunca sabrás la verdad.
Hailey respiró hondo, sintiendo la presión de la decisión que estaba a punto de tomar.
Ryan la observó en silencio, esperando su decisión. Adler, aún tambaleante, miraba la escena con fascinación.
Hailey tenía dos opciones: acabar con el hombre que había destruido su vida… o tomar la oportunidad de descubrir la verdad completa.
Finalmente, bajó el arma.
—Habla —ordenó—. Pero si descubro que me estás mintiendo…
Daniel Carter sonrió levemente.
—Entonces puedes matarme tú misma.
Hailey no dijo nada.