Fuego Cruzado

CAPÍTULO 35: EL HOMBRE EN LAS SOMBRAS

El nombre en la tarjeta parecía absorber toda la luz de la habitación. Elliot Graves. Hailey sintió que su estómago se hundía. Había oído ese nombre antes, en susurros entre agentes, en informes que nunca debió leer. Pero siempre había sido un fantasma, alguien que existía en la periferia del poder, imposible de alcanzar.

Ryan leyó la tarjeta por encima de su hombro y maldijo en voz baja.

—Si Graves está detrás de esto, estamos jodidos.

Hailey guardó la tarjeta en su chaqueta y tomó un trago de su whisky, sintiendo el ardor recorrerle la garganta.

—Entonces es hora de encontrarlo antes de que él nos encuentre a nosotros.

Montgomery sonrió, divertido.

—Esa será la parte difícil, querida.

Hailey lo miró fijamente.

—Nada que valga la pena es fácil.

Ryan cruzó los brazos, sus ojos aún fijos en Montgomery.

—¿Dónde está Graves?

Montgomery resopló.

—Si supiera eso, no estaría aquí, bebiendo whisky barato en un club clandestino. Pero hay alguien que puede llevarlos hasta él.

Hailey entrecerró los ojos.

—¿Quién?

Montgomery se inclinó hacia adelante y bajó la voz.

—Una mujer llamada Isabelle Laurent. Trabajó con él hace años. Luego desapareció. Pero tengo una buena pista de dónde encontrarla.

Hailey sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Había oído ese nombre antes. Isabelle Laurent no solo había trabajado con Graves, sino que había sido su mano derecha en operaciones clandestinas.

—Danos la dirección —ordenó.

Montgomery sonrió y deslizó otro papel sobre la mesa.

—No digan que no les advertí.

La dirección los llevó a un pequeño pueblo a las afueras de París. Un lugar que parecía demasiado tranquilo para albergar a alguien con el pasado de Isabelle Laurent.

—No me gusta esto —murmuró Ryan mientras avanzaban por una carretera solitaria rodeada de árboles.

—Nada de esto nos gusta —respondió Hailey—. Pero es el único camino que tenemos.

Adler, sentado en el asiento trasero, chasqueó la lengua.

—Espero que tengan un plan si esto es una trampa.

Hailey revisó su arma.

—El mismo de siempre. Sobrevivir.

Llegaron a una casa antigua al final de un sendero de tierra. No había señales de vida, pero eso no significaba que estuviera vacía.

—Silencio —susurró Hailey mientras se acercaban a la puerta.

Ryan sacó su pistola y rodeó la casa por un costado. Hailey se agachó y revisó el pomo de la puerta.

Cerrado. Pero la cerradura no parecía haber sido forzada en mucho tiempo.

—Voy a entrar —murmuró.

Con un rápido movimiento, usó una ganzúa y abrió la puerta en segundos.

El interior estaba oscuro y silencioso. Pero no vacío.

Un crujido en el piso de arriba hizo que Hailey levantara el arma de inmediato.

Ryan entró detrás de ella en silencio, cubriéndole la espalda.

—Arriba —susurró.

Hailey asintió y subió las escaleras con pasos controlados. La puerta al final del pasillo estaba entreabierta. La empujó lentamente y entró con el arma en alto.

Una mujer estaba sentada en una vieja silla de madera, fumando un cigarro. Sus ojos se clavaron en Hailey con una mezcla de sorpresa y resignación.

—Supuse que vendrías algún día —dijo Isabelle Laurent.

Hailey no bajó el arma.

—Sabes por qué estoy aquí.

Isabelle exhaló el humo lentamente y sonrió con cansancio.

—Por Elliot Graves. Siempre es por él.

Ryan se apoyó contra el marco de la puerta, sin dejar de apuntarle.

—Dinos dónde está.

Isabelle dejó escapar una risa amarga.

—¿Y por qué haría eso? Graves puede ser un monstruo, pero al menos juega su propio juego. Ustedes no son diferentes de él.

Hailey avanzó un paso.

—Dímelo y te dejaremos en paz.

Isabelle apagó el cigarro en el borde de la mesa y la miró fijamente.

—Graves no se esconde. No necesita hacerlo. Está en Londres. Y si van tras él… más les vale estar listos para enfrentar el infierno.

Hailey sintió cómo se le aceleraba el pulso. Londres. Por primera vez, Graves no era un fantasma.

—¿Dónde en Londres? —preguntó Ryan.

Isabelle sonrió con ironía.

—¿Creen que voy a darles la ubicación exacta? No soy tan estúpida. Pero les diré esto: Graves opera desde un lugar que nadie se atreve a tocar. Un santuario para los poderosos.

Hailey frunció el ceño.

—¿Un santuario?

Isabelle asintió.

—Un club exclusivo, reservado solo para aquellos que mueven los hilos del mundo. Se llama "El Consejo". Si logran entrar, podrán verlo con sus propios ojos.

Hailey guardó su arma y asintió lentamente. Tenían un destino. Una oportunidad.

—Gracias por la información —dijo, dándose la vuelta para salir.

Pero Isabelle no había terminado.

—Un último consejo —dijo con voz baja—. Graves no es solo un hombre. Es un sistema. Y si creen que pueden derribarlo como lo hicieron con Mikhailov o Adler… están muy equivocados.

Hailey la miró por última vez.

—Eso ya lo veremos.

Sin más palabras, salió de la casa y se dirigió al auto.

Ryan la miró mientras se subía al asiento del conductor.

—¿Londres, eh?

Hailey encendió el motor.

—Hora de hacer temblar a la élite.




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