Fuego Cruzado

CAPÍTULO 36: EL CORAZÓN DEL ENEMIGO

Las luces de Londres parpadeaban a través de la ventanilla del avión privado. Hailey observaba la ciudad expandirse bajo ellos, su mente atrapada en la maraña de pensamientos que la acompañaban desde que Isabelle Laurent pronunció aquel nombre.

El Consejo.

Un lugar donde los verdaderos titiriteros del mundo se reunían, lejos de la ley, lejos de cualquier tipo de escrutinio. Y en el centro de todo, Elliot Graves.

Ryan se inclinó en su asiento a su lado.

—No me gusta esto. Nos estamos metiendo en territorio desconocido.

Hailey no apartó la vista de la ciudad iluminada.

—No hay vuelta atrás. Si Graves está allí, tenemos que entrar.

Adler, sentado al otro lado, sonrió con cinismo.

—Entrar es fácil. Salir con vida… eso es otra historia.

Aterrizaron en un aeródromo privado, donde un coche negro los esperaba. Ryan y Hailey se movieron con cautela, siempre atentos a cualquier amenaza. Sabían que Londres no era solo una ciudad; era un campo de batalla silencioso, donde la información valía más que la vida.

—Tenemos una reserva en un hotel discreto —dijo Ryan—. Nos dará tiempo para planear.

Hailey asintió. No podían apresurarse. Graves era demasiado inteligente como para caer en una trampa simple.

—Necesitamos identidades falsas para entrar en El Consejo —dijo—. Y contactos dentro. Nadie entra sin una invitación.

Adler sonrió.

—Conozco a alguien que puede ayudar. Pero les advierto, no será barato.

Hailey le lanzó una mirada fría.

—No estamos negociando. Lo conseguimos o encontramos otra manera.

Adler se encogió de hombros.

—Siempre tan pragmática, Carter. Muy bien, haremos las cosas a tu manera.

El contacto de Adler resultó ser un hombre llamado Victor Langley, un traficante de información con conexiones en el submundo de la élite londinense. Se reunieron con él en una galería de arte, entre coleccionistas que desconocían que, en una habitación trasera, se cerraban acuerdos mucho más peligrosos.

Langley los recibió con una sonrisa calculada.

—Así que quieren entrar en El Consejo —dijo, cruzando las piernas con elegancia—. ¿Saben lo que están pidiendo?

Hailey apoyó las manos en la mesa.

—Sabemos que Graves está allí. Y vamos a llegar hasta él.

Langley soltó una risa baja.

—El Consejo no es un club nocturno. Es un santuario para los que controlan el mundo. ¿Qué creen que pasará si los descubren?

Ryan se inclinó hacia adelante.

—Por eso necesitamos tu ayuda.

Langley suspiró, como si ya hubiera tomado su decisión.

—Puedo conseguirles una entrada. Pero si los atrapan… no existimos el uno para el otro.

Dos días después, Hailey y Ryan se encontraron frente a un imponente edificio en el corazón de la ciudad. Desde fuera, parecía un club exclusivo, pero en su interior, se decidía el destino de naciones.

Ambos vestían trajes impecables, encajando perfectamente en el perfil de la élite.

—No puedo creer que estemos haciendo esto —murmuró Ryan mientras avanzaban hacia la entrada.

Hailey no respondió. Su mente estaba enfocada en la misión.

Los guardias revisaron sus credenciales falsas y, tras un tenso momento, les dieron paso.

—Bienvenidos a El Consejo —dijo uno de ellos con una sonrisa profesional.

Hailey y Ryan cruzaron el umbral y entraron en el corazón del enemigo.

El interior del club era un espectáculo de opulencia. Hombres y mujeres en trajes costosos conversaban en susurros, sosteniendo copas de vino que probablemente valían más que algunas propiedades.

Hailey se movió con naturalidad, ocultando su inquietud detrás de una máscara de confianza.

—Tenemos que encontrar a Graves —susurró Ryan.

—Primero, debemos asegurarnos de que no nos encuentre él a nosotros —respondió Hailey.

Sabían que este lugar estaba lleno de ojos y oídos. Si Graves sospechaba algo, su misión acabaría antes de empezar.

Pasaron entre los asistentes, fingiendo ser una pareja más en el mundo de la élite. Finalmente, una figura llamó la atención de Hailey.

Un hombre alto, con cabello plateado y una presencia imposible de ignorar.

Elliot Graves.

Estaba rodeado de personas que lo escuchaban con atención. Su voz era baja, pero su influencia era innegable.

Hailey sintió que la adrenalina la invadía.

—Ahí está —murmuró.

Ryan asintió.

—¿Cómo nos acercamos sin levantar sospechas?

Hailey tomó una copa de champán de una bandeja cercana y sonrió levemente.

—De la única manera en que alguien como él lo permite.

Se acercó con pasos seguros, como si perteneciera a ese mundo. Elliot Graves alzó la mirada cuando ella se detuvo cerca de su mesa.

—Disculpe —dijo Hailey con una sonrisa encantadora—. No pude evitar notar que parece ser el hombre más interesante de esta sala.

Graves la observó con ojos fríos pero curiosos.

—¿Y quién es usted, señorita…?

Hailey extendió una mano.

—Elizabeth Carter. Inversionista.

Graves sonrió levemente y tomó su mano.

—Elliot Graves. Pero creo que ya lo sabía.

El contacto fue breve, pero Hailey sintió la intensidad de su mirada. Sabía que Graves era peligroso, pero ahora estaba dentro de su red.

Ryan se acercó discretamente y Graves lo estudió con interés.

—¿Y su acompañante? —preguntó.

—Mi socio, Richard Hale —respondió Hailey sin vacilar.

Graves los observó por un momento más y luego sonrió.

—Acompáñenme. Creo que tenemos mucho de qué hablar.

Hailey sintió cómo se le aceleraba el pulso.

Habían logrado entrar en el círculo de Graves.

Ahora venía la parte difícil: salir con vida.




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