Elliot Graves los guió a través del club con la calma de un hombre que sabía que controlaba todo lo que ocurría en su territorio. Hailey y Ryan lo siguieron con expresión neutral, cada músculo de sus cuerpos preparado para cualquier eventualidad.
El corredor los llevó a una sala privada, elegantemente decorada con sillones de cuero y una mesa de cristal donde se posaban varias copas de whisky. Graves se sentó con la facilidad de alguien acostumbrado a dar órdenes.
—Siéntense —invitó con una sonrisa que no alcanzó sus ojos.
Hailey tomó asiento con elegancia, cruzando las piernas. Ryan lo hizo con más cautela, su mirada escaneando la habitación.
—Díganme —dijo Graves, sirviéndose una copa—. ¿A qué debo el placer de su inesperada visita?
Hailey sonrió con la misma falsedad que él.
—Estamos buscando oportunidades de inversión —dijo, su tono ligero—. Y nos dijeron que usted es el hombre adecuado para hablar sobre negocios… discretos.
Graves giró su copa lentamente.
—Interesante —murmuró—. ¿Quién los envió?
Hailey inclinó la cabeza, fingiendo diversión.
—Digamos que un viejo amigo en común.
Graves la observó fijamente por un largo momento. Luego, sonrió levemente.
—Los amigos en común pueden ser peligrosos.
Ryan dejó su copa sobre la mesa.
—También pueden ser lucrativos.
Graves soltó una risa baja.
—Veo que no pierden el tiempo.
El aire en la habitación se volvió más denso. Hailey sabía que estaban caminando sobre una cuerda floja. Graves no era un hombre fácil de engañar, pero también era demasiado arrogante como para ignorar una posible oportunidad de poder.
—¿Qué clase de negocios les interesan? —preguntó él, apoyándose en el respaldo del sillón.
Hailey intercambió una mirada con Ryan antes de responder.
—Información —dijo ella—. Contactos. Conexiones que nos permitan movernos en círculos exclusivos sin levantar sospechas.
Graves dejó su copa y entrelazó los dedos.
—Eso es algo que puedo ofrecer. Pero la información no es gratuita.
Hailey le sostuvo la mirada.
—Nunca lo es.
Graves sonrió con la satisfacción de un hombre que disfrutaba jugando con los destinos de otros.
—Tengo una oferta para ustedes —dijo finalmente—. Una prueba de lealtad, si lo prefieren.
Ryan se tensó a su lado, pero Hailey mantuvo la calma.
—¿Qué clase de prueba?
Graves se inclinó hacia adelante.
—Hay un hombre en esta ciudad que se ha convertido en un problema para mis intereses. Necesito que se ocupen de él.
Hailey sintió cómo la trampa se cerraba alrededor de ellos.
—¿Un asesinato? —preguntó con fingida indiferencia.
Graves sonrió, como si disfrutara del dilema en el que los estaba colocando.
—Solo una eliminación necesaria. Si lo hacen, podremos hablar de negocios reales.
Hailey tomó un sorbo de su copa, ganando tiempo.
—¿Quién es?
Graves deslizó una foto sobre la mesa. Hailey la tomó y sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
Era Victor Langley. Su contacto en Londres. El hombre que los había ayudado a entrar en El Consejo.
Ryan apretó la mandíbula. Sabían que no podían simplemente ejecutar a Langley, pero tampoco podían rechazar la oferta sin levantar sospechas.
Hailey dejó la foto en la mesa con aparente indiferencia.
—Interesante elección.
Graves la estudió.
—¿Problemas con la tarea?
Hailey sonrió lentamente.
—Solo quiero asegurarme de que el pago valga la pena.
Graves rió, claramente disfrutando del juego.
—Si lo hacen, tendrán mi confianza. Y acceso a información que podría cambiar sus vidas.
Hailey sabía que no tenía opción. Si querían seguir en el juego, tendrían que encontrar una manera de salir de esta trampa sin perder su ventaja.
—Danos 24 horas —dijo finalmente—. Lo haremos a nuestra manera.
Graves levantó su copa en señal de acuerdo.
—Espero grandes cosas de ustedes.
Hailey y Ryan se pusieron de pie y salieron de la sala con pasos controlados. Sabían que estaban siendo observados.
Y que el tiempo se les estaba acabando.
Cuando llegaron a su auto, Ryan se apoyó contra la puerta y maldijo en voz baja.
—Esto es un maldito desastre.
Hailey cerró los ojos por un segundo, controlando su respiración.
—Lo sé. Pero tenemos que encontrar una solución.
Ryan se cruzó de brazos.
—No podemos matar a Langley. Pero si no hacemos algo, Graves sabrá que lo estamos engañando.
Hailey abrió los ojos y miró la ciudad extendiéndose ante ellos.
—Entonces hay que hacer que parezca que lo hicimos.
Ryan la miró fijamente.
—¿Un montaje?
Hailey asintió.
—Sí. Pero tiene que ser perfecto.
El plan tenía que ejecutarse con precisión quirúrgica. Langley debía desaparecer lo suficiente como para que Graves creyera que estaba muerto, pero sin que realmente lo estuviera.
—Necesitamos a Langley de nuestro lado —dijo Hailey, encendiendo el motor del auto—. Y vamos a necesitar toda la ayuda posible para hacer esto creíble.
Ryan suspiró.
—Si esto sale mal, Graves nos matará.
Hailey aceleró, su mirada fija en la carretera.
—Entonces no puede salir mal.
El juego de mentiras había comenzado.
Y la apuesta era más alta que nunca.