Fuego Cruzado

CAPÍTULO 39: EL PRECIO DE LA MENTIRA

El aroma a humo aún impregnaba la ropa de Hailey cuando se despertó. La explosión había sido precisa, el fuego lo suficientemente intenso como para carbonizar el cuerpo que habían dejado en el almacén. Graves no tenía motivos para dudar de su éxito. Y sin embargo, la sensación de peligro no la abandonaba.

Ryan estaba sentado en una silla junto a la ventana del hotel, observando la calle con el ceño fruncido.

—¿No dormiste? —preguntó Hailey, frotándose los ojos.

—Un par de horas —respondió sin apartar la mirada del exterior—. Pero esto no ha terminado. Graves va a probar nuestra lealtad otra vez, y no podemos seguir montando espectáculos.

Hailey suspiró y se levantó.

—Lo sé. Pero ahora estamos dentro. Tenemos que aprovecharlo antes de que él decida que somos prescindibles.

Ryan la miró y asintió lentamente.

—Entonces será mejor que nos preparemos para lo que viene.

La llamada de Graves llegó menos de una hora después. Su tono era el mismo de siempre, tranquilo, controlado. Pero había algo en la forma en que pronunciaba sus palabras que hizo que Hailey se pusiera en alerta.

—Han demostrado ser más útiles de lo que esperaba —dijo—. Me gusta eso.

—Nos gusta ser útiles —respondió Hailey con una sonrisa que él no podía ver.

—En ese caso, tengo otro encargo para ustedes. Algo más… delicado.

Ryan y Hailey intercambiaron miradas. Sabían que esto no sería tan sencillo como el golpe anterior.

—Dinos qué necesitas —dijo Ryan.

El silencio en la línea se prolongó por unos segundos.

—Reúnanse conmigo esta noche. Tenemos cosas que discutir.

El lugar de la reunión era un rascacielos en el centro financiero de Londres. Un restaurante privado en el último piso, reservado solo para los más poderosos. Un mensaje claro de Graves: aquí es donde juegan los verdaderos jugadores.

Hailey y Ryan llegaron puntuales, vestidos para la ocasión. La seguridad en la entrada era discreta, pero efectiva. Detectores de metales, reconocimiento facial. Graves no dejaba nada al azar.

Cuando finalmente los escoltaron a su mesa, Graves los recibió con una copa de vino en la mano.

—Puntuales. Me gusta eso.

Hailey se sentó sin decir nada. Ryan hizo lo mismo, manteniendo la expresión neutra.

Graves dejó su copa sobre la mesa y los observó con atención.

—Díganme, ¿qué piensan de la lealtad?

Ryan apoyó los codos en la mesa.

—La lealtad es relativa. Depende de quién la valore y a qué precio.

Graves sonrió levemente.

—Sabia respuesta. Y apropiada para lo que está por venir.

Hailey sintió que su estómago se tensaba.

—¿Cuál es el trabajo? —preguntó directamente.

Graves se inclinó hacia ellos.

—Hay alguien dentro de mi círculo que ha estado filtrando información. Alguien que cree que puede jugar en ambos bandos. Necesito que lo identifiquen. Y que lo eliminen.

Ryan no parpadeó.

—¿Tienes un nombre?

Graves negó con la cabeza.

—Tengo sospechas. Pero quiero que ustedes encuentren la prueba.

Hailey exhaló lentamente.

—¿Y si resulta ser alguien importante?

Graves sonrió con frialdad.

—Entonces lo harán desaparecer de una manera más… sutil.

Cuando salieron del restaurante, Hailey sintió el peso de la nueva misión caer sobre ella como una losa.

—Esto se está volviendo peligroso —murmuró Ryan.

Hailey asintió.

—Graves nos está poniendo a prueba. Quiere ver hasta dónde estamos dispuestos a llegar.

Ryan metió las manos en los bolsillos de su chaqueta.

—Si descubrimos quién está filtrando información y lo eliminamos, solo nos ataremos más a Graves. Pero si lo protegemos…

—Nos matarán —terminó Hailey la frase.

Ryan suspiró.

—Entonces tenemos que encontrar otra salida.

Regresaron al hotel y comenzaron a revisar la lista de nombres que Graves les había proporcionado. Todos eran hombres y mujeres de alto nivel en su organización, cada uno con acceso a información privilegiada.

—Si alguien está filtrando información, tiene que estar dejando rastro —dijo Hailey, desplazándose entre documentos en su laptop.

Ryan revisaba registros financieros.

—Aquí hay algo raro —dijo de repente—. Uno de los socios de Graves, un tal William Hawthorne, hizo varias transacciones grandes en los últimos meses. Dinero moviéndose a cuentas que no tienen sentido.

Hailey frunció el ceño.

—¿Crees que esté vendiendo información?

Ryan asintió.

—Si alguien está filtrando datos, mi apuesta es que es él.

Localizar a Hawthorne no fue difícil. Era un hombre que no ocultaba su estilo de vida ostentoso. Una invitación a una gala benéfica bastó para asegurarse de que estarían en la misma habitación.

Hailey se deslizó entre los asistentes con elegancia, con Ryan a su lado.

—Lo veo —susurró Ryan.

Hawthorne estaba en una esquina, rodeado de empresarios y políticos, riendo como si su mundo no estuviera a punto de colapsar.

—Nos acercamos —dijo Hailey.

Se abrieron paso entre la multitud hasta llegar a su objetivo. Hawthorne los miró con curiosidad cuando se detuvieron frente a él.

—¿Nos conocemos? —preguntó con una sonrisa afable.

Hailey sonrió de vuelta.

—Aún no. Pero tenemos muchas cosas de qué hablar.

Hawthorne los llevó a una sala privada, aún sin sospechar lo que estaba por venir.

—¿De qué trata todo esto? —preguntó con una sonrisa nerviosa.

Hailey deslizó un papel sobre la mesa. Registros de sus transferencias.

Hawthorne palideció.

—Yo… esto no es lo que parece…

Ryan sacó su arma y la colocó sobre la mesa, sin levantarla del todo.

—Vamos a hacer esto fácil, William. Nos dices a quién le estás vendiendo información, o te hacemos desaparecer antes de que Graves lo descubra.

Hawthorne tragó saliva.

—No entienden… si les digo, ambos estaremos muertos.

Hailey se inclinó sobre la mesa.




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