Aquel día, se cumplía un año desde que el Traidor había tomado control sobre medio Radwulf. El ambiente en las catacumbas, por supuesto, era triste y tenso. Con atisbos de sonrisas que rápidamente se esfumaban bajo pensamientos dolorosos y calamitosos.
El transcurso del tiempo me empujaba adelante, contra mi voluntad.
—Clim —me llamaba Noemia, siguiéndome otra vez.
—¡No! —le gruñí con enfado, por enésima vez.
—¡Pero es importante, tienes que recordar a Amace...!
—¡¿Cuál sería el punto de recordar a esa traidora?! —le corté, manteniendo la distancia de sus malditas manos.
—¡Pero no sabemos qué ocurrió en reali...!
—¡No me interesa!
—Noemia, Clim, asustan a los demás.
La calmada voz del príncipe llegó hasta nosotros, deteniéndonos en medio del túnel. Estaba detrás, bajo el arco que daba hacia una caverna en que habían habilitado una escuela para los más jóvenes. Algunos pequeños rostros se asomaron tras él.
—Disculpen, no es nada… —se disculpó Noemia.
Ofuscado, me alejé a grandes pasos en busca de aire. “Déjale decidir, Noemia…”, fue lo último que alcancé a escuchar, antes de internarme en la negrura del túnel, alejándome hacia una de las salidas hacia el bosque fuera de los límites de la ciudad. Camine entonces bajo la sombra de los árboles, ante un atardecer frío y gris. Paso a paso, ignorando el descenso gradual de la temperatura y la presencia de Noemia siguiéndome.
Podía sentir la magia de Amace deslizándose desde Quajk hacía Real, y más allá. Quien fuera alguna vez mi compañera en los entrenamientos previos a aquel día, previo a las magulladuras y al golpe en mi cabeza, se había convertido en el núcleo del desastre más grande de nuestra historia.
Gran parte de mis recuerdos desaparecieron, dejando mi mente con un puñado de vivencias y un tumulto de emociones. La poca información que podía deducir, consistía en los rostros y voces de mis padres, y la voz del maestro Balkar. Todo lo demás fue llenado por las explicaciones de Noemia y las anotaciones del maestro, que ella me entregó una tarde.
Mi cabeza se había convertido en un caos.
¿Ella traicionó al reino?
¿Se unió a un desquiciado asesino, que no dudaba en quitar todo cuanto tenían a las pocas personas que no fueron asesinadas?
Debía odiarla.
Creía que debía odiarla con todo mi ser y centrarme en acabar con su vida y la del Traidor, dejando de lado la obvia conexión que algún día compartimos.
Tanto nuestros padres como el maestro murieron, e incluso Lexuss, su pequeño hermano. Y, ¿a ella no le importó? ¿Ella decidió unirse a Tarsinno y causar tal destrucción?
Una pequeña parte de mi no quería creerlo… pero era esa donde prevalecían ese puñado de difuminados recuerdos de ella.
Lo demás, sólo fuego y destrucción.
Sólo dolor.
—¡Te encontraré y pagarás por tu traición! —grité al cielo.
Mi cálido aliento se condensó en denso vapor, alzándose hacia el frío cielo, desvaneciéndose en la nada así como mi voz. Mis piernas cedieron y luego de golpear el suelo con mis rodillas, comencé a dar fuertes puñetazos sobre la tierra húmeda y las piedras, haciendo profundos cortes en mi piel. La sangre manaba y el dolor subía por mis brazos, mezclándose con el dolor en mi pecho.
Cerré los ojos con fuerza, intentando contener las inútiles lágrimas, pero de igual modo una sola descendió por mi mejilla. Gruñendo, no permití que aquella diminuta gota tocase la tierra, en su lugar la convertí en vapor.
Duele.
¡Por los Dioses como dolía!
¡Y era malditamente confuso!
Una gran parte de mi sentía la profunda tristeza, el dolor y la rabia por la pérdida de mi familia. Por la pérdida de todo cuanto ame. Y la otra, esa otra pequeña parte muy profunda en mi, que se aferraba a los vagos recuerdos de una pequeña y dulce niña de largo cabello platinado y pálidos ojos azules, trataba de instarme a confiar. A no creer en la traición que mis ojos no dejaban de ver.
Mi garganta se cerró, mientras intentaba ahogar aquella pequeña voz.
Una voz que me perseguiría muchos años después.
Un movimiento por el rabillo de mis ojos me congelo. Alce la vista lentamente y observe la petrificada maleza que decoraba el agonizante bosque. Mi respiración se aceleró, mi corazón rugía y mis manos sangrantes, en puños, temblaban ante el peligro.
El gruñido que resonó, me instó a ponerme de pie. No obstante, no huí. No di un paso atrás tratando de evitar enfrentarme a uno de esos Monstruos, ansiaba que mis llamas consumieran su grasienta piel, su deforme figura, su maldita vida.
Entonces apareció.
Uno de los Monstruos se asomó tras un árbol, dirigiéndose a mí con un rugido que resonó en todo aquel desolado rincón. Sus garras se alzaron con su boca abierta, llena de dientes filosos y secretando una viscosa baba negra, pero a centímetros de tocar un solo cabello mío, lo encendí como una antorcha. Su agónico chillido desvaneciéndose rápidamente.