A media mañana del segundo día, durante la breve pausa que hicimos, Lesson me interceptó para convencerme de que sería menos llamativo para quienes nos viesen llegar, que Amace estuviese montada en uno de los carros en lugar de ir tropezando por las calles. Teniendo en cuenta la conmoción que podía armarse por su llegada, e ignorando el reproche con que me miraba y hablaba, le di la razón... por una vez.
Fue así que a medio día, ingresamos a lo que hasta hace diez años fue la más grande y próspera ciudad de Radwulf.
Lo que alguna vez fueron caminos empedrados rodeados por una basta variedad de árboles, arbustos y flores, entonces eran piedras manchadas con indecibles sustancias oscuras, rodeados por malezas secas y despojos de las viviendas destrozadas. Las que fueron plazas comunales con hermosas fuentes talladas rodeando las estatuas a nuestros dioses, entonces eran fangosas fosas rodeando desgastadas estatuas casi irreconocibles. Y lo que alguna vez estuvo lleno de la vida diaria humana, mascotas y criaturas salvajes correteando entre los callejones, tejados y jardines, entonces apenas dejaba vislumbrar algún rostro ceniciento de las pocas personas trabajando en alzar nuevamente la ciudad.
No obstante, y luego de aquellos largos diez años, finalmente se comenzaba a respirar un aire más tibio y reconfortante.
Avanzamos, apenas llamando la atención, hacia las puertas del palacio. Ya dentro de los muros, los susurros no tardaron en envolvernos. Las suaves voces de algunas doncellas en nuestro camino y uno que otro soldado murmurando a otro compañero, tensaron la magia ya perturbada de Amace. Detrás de mí, con un puñado de guardias sujetando las cadenas a su alrededor en pies y manos, ella permanecía cabizbaja, alentando a la voz insidiosa con fuerza.
Está sufriendo...
¿Lo está?
Debería abrazarla...
¿Me reconoció?
Me necesita...
La conduje al calabozo bajo el salón del Gran Consejo, ansioso de dejarla ahí y librarme de su presencia... al mismo tiempo en que sentía la urgencia de sostener su gélido ser y apartarla de todo.
¿Protegerla o juzgarla?
Mi cabeza no dejaba de doler.
Ya dentro de la húmeda y sucia celda, se sentó en el suelo y recargó su cabeza en sus brazos cruzados. El replicar de sus cadenas, entonces sujetas a la argolla empotrada en la pared detrás de su figura, provocó un revoltijo en mi estómago, dejándome al borde de las náuseas. Sacudí la cabeza y subí las escaleras rápidamente, para confirmar con Lesson el recibimiento del Gran Consejo, en breve.
Al volver, mi corazón se saltó un latido cuando vi a Noemia recargada en la reja de su celda, comenzando a extender una mano hacia Amace.
—¡No! —le grite, para luego alcanzar su mano y sostenerla desde el codo, lejos de tocarla.
Incluso la cercanía de su piel menguada por la gruesa tela de su vestido, produjo escalofríos en todo mi ser.
—Su majestad Ambon me ha autorizado —dijo Noemia, clavando su molesta mirada en mi.
—Lo que sea que pretendas...
—Suéltame, Clim —gruñó—. Sabes que tengo mi límite en la tolerancia... —Desvió su ceñuda mirada a mi mano– al contacto masculino.
Gruñendo la solté, dando un paso atrás. Bien sabía de qué sería capaz en sus peores días, y no estaba dispuesto a convertir ese en uno de ellos. Asintiendo, giró hacia ella y le sonrió a su confundida mirada.
Trague con dificultad al saber lo que vendría.
Debo detenerla, la lastimará...
—Hola, ¿cómo te llamas? —le preguntó Noemia.
Su clara mirada se limitó a observarla con atención, pero Noemia no se inmuto. Aquella pregunta era tan estúpida, que me sentí tentado a bufar.
—Bien, pues yo soy Noemia —dijo. Luego acercó su mano aún más dentro de la celda, casi tocando la frente de Amace—. Está bien si no quieres decir nada, de todas formas lo sabré.
Los largos y delgados dedos de Noemia, tocaron su piel y su mirada se encendió. Amace pestañeo rápidamente una vez el contacto, que solo duró segundos, desapareció.
—Ya veo... —susurró Noemia.
Trate de mantener mis manos lejos de ella, y a raya el impulso de apretar su frágil cuello. Demasiado tenso por todo el revuelo.
—¿Satisfecha? Ahora puedes largarte, Noemia. No se te necesita aquí. —Volví a gruñir, acercándome con la respiración acelerada.
Girándose hacia mi, profundizó su ceño fruncido y rugió.
—Tu... ¿Tienes alguna idea de las consecuencias de tu actuar? —preguntó, desconcertándome. Abrí la boca para tratar de responder, pero ella se adelantó—. Oh, por supuesto que no lo sabes. Estás cegado, completamente carente de conexión con tu alma.
Le observé sin palabras, confundido y molesto.
¡Ella tiene razón! ¡¿Qué he hecho?!...
¡Su sola presencia no hacía más que avivar la maldita vocecilla!
—¿De qué...?
—¡No, no quiero escucharte, Clim! Me aseguraré de que agradezcas por salvarte de cometer el error más grande de tu vida, no lo dudes. —Agito levemente su cabeza, evidentemente molesta.
—¿Has perdido la cabeza? —Logré decir.
—Descuida, mis facultades mentales están intactas.
Se giró hacia Amace, volviendo a extender su mano. Gracias a los Dioses ella se apartó enseguida, no permitiendo un segundo toque.
—Tranquila, Amace, ya sé todo lo que necesitaba saber —le dijo con un tono empalagoso.
Luego de un breve asentimiento hacia mí, con sus labios apretados en una línea estrecha y el ceño fruncido, se fue dejándome con el regusto amargo de un error.
Ella lo sabe...
Siempre ha tenido razón.
Trate de calmarme volviendo a subir las escaleras, sólo para toparme de frente con Lesson.
—Ya es hora —dijo, evitando mi mirada.
Saqué la cadena de los pies de Amace y la guie fuera de la celda, tirando de sus manos tras de mi. Ya arriba, con unos pocos guardias custodiándola reticentes, caminamos por el pasillo hacia las grandes puertas negras del salón del Gran Consejo. Otros cuatro soldados abrieron las puertas y caminé hacia el interior del enorme salón tenuemente iluminado por algunos candelabros, llevándola en medio de todo, dónde otros guardias salieron de las sombras y sujetaron sus cadenas al suelo. Amace se dejó caer de rodillas, manteniéndose erguida con evidente dificultad, mientras me retiraba a las sombras, detrás de ella, y las puertas fueron cerradas para iniciar la sesión.