Fuego en mis venas (radwulf #2)

CAPÍTULO VII

Al despertar, con la cabeza algo más ligera, lo primero que hice fue tantear con mi magia para comprobar el estado y ubicación de Amace. Estaba en el mismo lugar, seguramente todavía durmiendo. Sin embargo, el sol estaba por salir y tenía mucho papeleo por hacer.

Fui al escritorio y me incliné para recoger el informe más cercano, cuando sentí su presencia tras de mi.

—¿Qué quieres? —Mi pregunta carecía de molestia, y eso me sorprendió.

—Ya que no estuviste en la reunión del atrio, pensé que era mejor venir a... conversar contigo, sobre el asunto —dijo Noemia, a lo que voltee en su dirección, sin tener una maldita idea de qué hablaba—. Lamentablemente, ayer estabas durmiendo cuando vine.

Sus labios se cerraron en una fina línea, mientras me dirigía una de sus miradas mortíferas.

—Debo suponer que es importante —solté luego de un minuto.

—Mucho —asintió, sin apartar sus oscuros ojos de mi.

—Adelante —la inste, sentándome sobre el escritorio.

—A veces eres un completo idiota, Clim. —Solté un suspiro, demasiado aburrido como para comenzar una discusión—. Pero tienes el suficiente cerebro para entenderlo con una sola vez, espero.

Tenía una réplica grandiosamente grosera, pero mordí mi lengua.

—Es simple; Amace ya ha vivido suficientes horrores en esta vida. No permitiré que sea tratada con más desprecio. La mínima muestra de socarronería será castigada, incluyéndote.

—Si mal no recuerdo, apenas le he dicho algo...

—Tengo testigos que han contado al menos quince palabras que le has dirigido, y pueden asegurar que aunque no le has insultado, no fuiste muy gentil... General.

Por alguna razón, cuando pronunció de esa forma mi rango, lo único que quise hacer fue... callarla, y no de buena manera.

—Comprendo —murmuré, cerrando mis manos en apretados puños.

Mi estado anímico sobre la alfombra.

—Bien —asintió—. Espero que nunca lo olvide.

Y se marchó tal y como apareció, silenciosa y altiva.

Me dejé caer en la incómoda silla, debatiendo conmigo mismo el esfuerzo vano que sería cambiar el mobiliario por algo más cómodo, como un intento inútil para dejar de pensar en ella.

Noemia tiene razón...

—Jamás lo admitiré en voz alta —repliqué al aire.

Con mi cabeza tratando de no perder el hilo de los documentos que leía, tardé un momento en comprender la repentina sensación: Amace estaba despierta, moviéndose al otro lado de la pared.

Mi mirada vagó hacia la ventana, descubriendo sin emoción que el sol brillaba alzándose por el cielo. Un buen momento para comenzar el día ejercitándome, aunque tenía mucho papeleo y no podía apartarme demasiado de Amace.

Fue entonces, pensando en los días que iba a perder, que noté la diferencia en la magia de Amace. Había algo, una especie de calma que hasta ese momento no había tenido importancia. Y luego, ella estaba alejándose. Medio aturdido y sorprendido, tarde un poco en saltar de la silla, volcándola, y salir tras los pasos de la fugitiva.

¿Dónde va?

La seguí apresurando mi paso lo suficiente como para no perderla de vista, con la curiosidad haciéndose cargo. Dio algunas vueltas, hasta que se topó con tres soldados. Sin dudarlo, los tres alzaron sus espadas impidiéndole el paso.

¡Maldición! ¡¿No escucharon a Noemia?!

—¿A dónde crees que vas? —Coloque mis manos en sus hombros desde atrás, apenas cubiertos por la delgada tela de una camisa.

—¿General?...

—Yo me encargo —les gruñí a los soldados, frunciendo el ceño.

¡Grandísimos idiotas!

La volteé sin mucha delicadeza, y sujetándola de un codo comencé a llevarla de vuelta.

—Esp... espera... y-ya me siento mejor... —gimoteo.

Su voz erizando mis cabellos.

—¡Qué bien! —gruñí.

Pero no estaba enfadado con ella, estaba enfadado conmigo, con ese trío de idiotas y Noemia. ¿Castigarles? ¡por supuesto! Solo necesitaba que Amace paseara por el palacio a su antojo.

—¡Suéltame, Clim! —gritó Amace, justo cuando Noemia aparecía en el camino y me detenía de golpe.

Me tense, sabiendo la imagen que Noemia tenía de la situación. Su expresión no podía ser más clara.

—¿Dónde quedó nuestra conversación, Clim? —Su enfado destacó en el "Clim".

—No me vengas con tu mierda, Noem... —Ella alzó una mano silenciándome con un golpe de su magia, sin siquiera tocarme un cabello.

—Te lo advertí.

Apenas conseguí soltar el codo de Macy antes de sentir el golpe que me envió de espaldas, unos cuantos metros atrás. Maldiciendo por lo bajo a causa del dolor, me senté lentamente tomando nota mental de las magulladuras. No me hizo falta mirar para saber que Noemia la llevaba lejos de mi.

Nunca, nunca hay que meterse con Noemia. Y yo lo hice. Sin querer, pero lo hice.

Estiré mis músculos doloridos mientras las seguía, perdiendo el camino en más de una oportunidad. La costumbre de Noemia de moverse por los pasillos y recovecos ocultos, no era algo que me agradara por obvias razones, siendo la principal, la incertidumbre de dónde o cuándo aparecerá.

Ello casi aparta a Amace del rango en que mi magia podía alcanzarle sin esfuerzo. Aun así, cuando me percate de la dirección que habían tomado, trate de acelerar mi paso por los largos pasillos hasta que finalmente llegue a las grandes puertas del salón del trono. Justo a tiempo para ver a un hombre cayendo de espaldas sobre la alfombra, gruñendo groserías, mientras Noemia volteaba hacia Amace. Ella se veía algo asustada y confundida junto al trono.

—Tío Markoh, usted mismo lo dijo una vez. Un Rey debe tomar decisiones difíciles, aunque estas no apetezcan al pueblo —dijo Ambon al hombre, que resultó ser el hermano menor del antiguo Rey Amilcar.

Un tarado insatisfecho de su vida fácil.




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