Fuego en mis venas (radwulf #2)

CAPÍTULO VIII

Una hora después, Amace escuchaba con atención las instrucciones de Lesson, con espada en mano y en medio del atrio. Las miradas de los soldados pasaron de la precaución a la apreciación en cuestión de minutos. Las ropas que traía puestas, tan ligeras y acentuadas a su figura, podían fácilmente provocar los bajos instintos de cualquier hombre.

Dioses... incluyéndome.

Una mujer no debería vestir así, pensé, y de inmediato sacudí la cabeza alejando esos pensamientos.

Pese a que la apreciación masculina era mejor que los murmullos en su contra y malos tratos, algo en mi interior impidió que sintiera otra cosa que agitación y fuertes ganas de golpear cabezas. La sensación tenía mucho que ver con la certeza de su inocencia y los recuerdos que tomaban consistencia, así como la apreciación espontánea de su belleza.

Con cada día que pasaba, fue inevitable notar el aumento de su gracia y salud. En comparación con nuestro primer encuentro en aquella cabaña, tan desvaída y marchita, la Amace que comenzó a ser apreciada por los soldados, que era capaz de alzar y blandir una espada con sus delgados brazos, que corría de aquí allá por los pasillos del palacio... era una luz sutilmente preciosa entre tanta rudeza.

—¿Por qué no invitarles?

Lesson, mi amigo y mano derecha, insistía en hacer algo más que enviar una medalla de agradecimiento a Gullner y su esposa por ayudar a Amace en Quajk.

—¿Invitarles a que? —le gruñí, tratando en vano de ignorarlo y concentrarme en los documentos sobre el escritorio.

—¡Por todos los Dioses, Clim! ¡Fueron gentiles y se preocuparon por Amace sin razones para hacerlo! ¡Merecen más que una medalla y palmadas en la espalda!

Su molestia no era mi prioridad, pero desde hace una semana que entrenaba a Amace y, al parecer, se habían convertido en grandes amigos.

—En éste momento no se llevará a cabo celebración alguna —espeté fríamente, y volví a centrarme en los papeles.

Un aburrido informe sobre un conflicto surgido por la propiedad de algunas ovejas y sus becerros en Zufhwyth.

—No digo que les organices un jolgorio. Tan sólo invítalos a visitarla —dijo con un borde de su aún latente molestia clavándose en mis oídos.

—¡Si ella quiere algo que venga y lo pida por sí misma! —terminé gritando.

Ya me dolía la cabeza, maldición. Su silencio me impulsó a alzar la mirada y verlo, con una sonrisa demasiado traviesa para mi gusto.

—¿Qué? —gruñí.

Ella no me pidió que hablara en su nombre. A nadie le pide nada, Clim. Si no le ofreces algo ella ni siquiera se toma la molestia de mencionarlo. Ni comida, ni un descanso, ni siquiera dice si algo le duele. Está tan malditamente rota, y aun así no hace más que "evitar molestias" a los demás.

El filo en su voz fue más que un simple golpe. No necesitó alzar la voz para conseguir que la culpa revolviera mi estómago.

—Esto no es sobre Gullner y su esposa —susurré, frotando mi cuello.

—No, no es sobre ellos. Es sobre ti siendo un idiota con ella. Sobre tu falta de compasión, sobre tu frialdad, tu dejándola sola...

—¡Lesson! —le corté de golpe, poniéndome de pie con tal fuerza que la silla se volcó—. ¡No es la única que perdió todo ese día! —Rugí, no sorprendiéndome su falta de reacción a mi ira.

Ella no perdió todo, Clim. Se suponía que aún te tenía.

Dio media vuelta y se fue, azotando la puerta tras sus pasos, y dejándome con mi propios ardientes sentimientos en un revoltijo desagradable.

La única cosa que evité durante esos diez años... lo único que podía cambiar todo.

¿Debía ceder y dejar que ocurriera?

¿Tragar mi soberbia y hacerlo por ella?

Pero, ¿qué ganaría ella?

¿Qué ganaría si recuerdo por completo?

¿Cuál sería mi propia reacción a las memorias ocultas en lo más recóndito de mi mente?

Tenía miedo... ¡por todos los Dioses! Y como odiaba admitirlo.

Mi cuerpo se retraía involuntariamente con solo acercarme a Noemia, ¿cómo podría pedirle que devolviera a la superficie todos esos momentos a los que temía? Sí pecho dolía de solo pensar en recordar a mis padres. ¿Cómo será recordar todos los encuentros de mi infancia con Amace?

¿Seré lo suficientemente fuerte para no derrumbarme?

"Se suponía que aún te tenía".

A veces, no dejaba de sentir una cierta incomodidad por parte de Lesson. A veces, sentía que me conocía incluso más profundamente de lo que le permití. A veces... a veces deseaba que no tuviese razón.

Rindiéndome, agotado mentalmente como nunca, abrí las puertas y envié a uno de los soldados apostados en mis puertas a que fuese por Noemia con la mayor rapidez. Antes de arrepentirme. Me dejé caer sobre el estrecho sofá, sintiendo la tensión en mis músculos y el dolor de cabeza como mi peor fortuna.

Si no supiera que sería ignorado cualquier favor pedido al Dios de la fortuna, Dheugh Bhitpast, lo hubiese hecho. Necesitaba que mis temores fueran infundados. Necesitaba, con urgencia, que todo saliera bien.

Noemia apareció por mis puertas unos diez minutos después, evidentemente molesta. A esa hora del día, ella solía permanecer en sus habitaciones atendiendo sus deberes. Pero el cabello recogido en una cola inclinada sobre su hombro derecho y los pantalones gris oscuro, eran muestra de que se encontraba en algo importante, probablemente fuera de las paredes del palacio. Su ceño fruncido no era buen augurio, sin embargo, ella esperó mucho tiempo insistiendo en que era importante dejar que me ayudara...

Y ahí estábamos.

—Espero que me llames por una buena razón —gruñó, apuñalándome con sus oscuros ojos.

Solo debo decirlo, me recordé.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.