Fuego en mis venas (radwulf #2)

CAPÍTULO X

Amace abandonó las habitaciones de Noemia mucho más rápido de lo que esperaba, justo cuando me hallaba escuchando a uno de los soldados de guardia, quien me informaba de un incidente nada agradable que acababa de protagonizar Markoh. En lo que tarde en despedir al soldado con una orden de aumentar las precauciones con el príncipe de Radwulf, perdí de vista la figura de Amace.

Guiándome con su presencia, la encontré en uno de los jardines interiores, sentada en el suelo con la espalda reclinada contra la fuente. Su mirada vagaba por el interior de un antiguo libro en sus manos. Tarde solo un momento en reconocerlo como las anotaciones del maestro Balkar. Supuse entonces, que Noemia se lo habría entregado, como una forma de regresarla a aquellos días en que aprendíamos de él.

Balkar de Ghnom, quien fuera confidente, amigo y mano derecha de su majestad Amilcar, fue uno de los primeros caídos aquel fatídico día.

Espere medio oculto de su mirada por un pilar, a que ella hiciera su próximo movimiento. Pidiendo en silencio que ello fuese regresar a sus aposentos. Un par de minutos después, ella se puso de pie y caminó hacia donde yo me encontraba. Por un precioso momento sentí como mi corazón saltaba desbocado, y el anhelo de tocarla despertaba un agradable cosquilleo en mis manos. Pero unos pasos replicaron cerca, y ella se detuvo.

A mi lado llegaron sus doncellas, quienes apenas dieron una mirada en mi dirección.

—¡Lady Amace! —exclamó Cyna—. ¿Por qué se ha marchado de los aposentos de Lady Noemia sin escolta?

—Y-yo... —titubeó ella.

—Venga, Lady Amace —dijo la otra, Lyssa, sujetando de un brazo a Macy.

Su mano libre se acercó al libro, en lo que apenas logré reaccionar.

—¡Espera! —grité, pero fue tarde.

La morena recibió la dolorosa descarga de chispas verdes, que era el método de seguridad escogido por el maestro para mantener a salvo el contenido del libro. Su grito cortando el aire durante unos eternos segundos.

Me moví con la mayor rapidez posible, apartando a Macy y el libro de ella, sin lograr hacer mucho más que verla caer al empedrado. Cyna gritó pidiendo ayuda y me incliné sobre su cuerpo, comprobando el latido de su corazón con un toque en su delgada muñeca. El excesivo calor que emanaba de su cuerpo debía ser menguado, y así lo hice, con lentitud.

Dos soldados se apresuraron hacia nosotros y les ordené que la trasladaran hacia los aposentos de las doncellas, o al menos a la entrada de estos. Y a una doncella que observaba todo desde la periferia, le hice señas para que se acercara y envolví el libro en mi pañuelo, procurando cubrir toda su superficie.

Tras apartarme de los soldados y permitir que alzaran a Lyssa, entregué el libro a la temerosa doncella, recalcándole que lo dejara en mi escritorio y que por nada tocara la cubierta. Cyna gritó entonces;

—¡Milady!

Voltee hacia Amace, tan solo para verla caer.

Solté una maldición y la cargué, ordenándole a Cyna que fuera con Lyssa y se asegurará de que fuese tratada. Con un firme asentimiento, dejó su histerismo y corrió detrás de los soldados.

Lleve a Macy hacia los aposentos de Noemia, tratando de mantener mi cabeza en la grave situación de Lyssa, y no en la agradable sensación de tener a Macy en mis brazos. Tan cerca. Tan... Noemia me recibió con el ceño fruncido, sin embargo, logré contarle lo ocurrido mientras dejaba a Macy sobre el sofá más cercano. Su preocupación y ansiedad fueron muy obvios.

—Querido Menask... —murmuró una vez concluí—. Debí... debí advertir a Macy.

Su mirada se mantuvo en Amace durante un minuto, antes de que se pusiera de pie y fuera hacia la mesita junto a la ventana donde siempre tenía alguna infusión.

—No te culpes —dije, atrayendo a medias su atención.

—Si. Yo-yo lo arreglaré.

La forma en que hablaba, me recordó aquellos días en que ella paseaba entre los huérfanos tratando de aliviar sus miedos y dolores.

—Noemia... —gruñí.

—¡Oh, no comiences Clim! —Me cortó, dejando caer varias hojas en el agua caliente de una jarra.

—¡No puedes estar...! ¡No puedes asimilar más recuerdos ajenos, por todos los Dioses! —rugí, dando un paso hacia ella.

—¡No trates de enseñarme cómo utilizar mis habilidades! ¡Mejor vete, no soporto que estés en mis habitaciones! —Ladró, dándome la espalda por completo.

—¿Cómo supones que lograrás mantenerte cuerda, Noemia? Te perderás en su dolor —di media vuelta dispuesto a irme, sabía muy bien que Macy estaría bien en sus manos mientras me calmaba.

—Macy puede ayudarme.

Sus palabras detuvieron mis pasos, y con brusquedad volví a encararla, aun cuando se negaba a verme.

—Noemia... —Volví a gruñir.

—¡Vete de una vez!

Salí dando un portazo. No es que me importara del todo esa mujer, pero arriesgarse de esa forma... como si no fuera suficiente el estado en que el control de Macy se hallaba.

Así que me aleje un poco, tratando de calmarme lo suficiente para ir por Amace. No tardé mucho en notar que ella y Noemia se alejaban hacia los aposentos de las doncellas. Todavía reticente, les seguí midiendo mis pasos, respirando profundamente, hasta que los soldados que resguardaban el paso hacia ese sector prohibido, se interpusieron en mi camino.

—General. —Asintió uno, viendo de mí a su compañero, igual de titubeantes.

Asentí, tratando de confirmarme a mi mismo que no iría más lejos, pero pronto sentí que Amace se apartaba de mi alcance inmediato.

Estuve tentado a expandir mi magia, tentado a ignorar las reglas del palacio que impiden la presencia masculina en aquella ala reservada a las doncellas. Reglas que fueron instauradas por su majestad Amilcar, y que comencé a odiar.

Di algunas vueltas con impaciencia por el pasillo, apenas soportando no intervenir y aplacar su descontrol que, sabía, podía lastimar gravemente a todo el que estuviese cerca. Pedía a Deiw que Noemia fuese lo suficientemente fuerte para contenerla, a pesar de no estar seguro de la manera en que ello ocurriría.




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