Fuego en mis venas (radwulf #2)

CAPÍTULO XI

Mientras terminaba de disponer las cosas para nuestra partida, había enviado a mi joven mozo, Gale, a que preparara mis enseres. Los cuales todavía permanecían en mis habitaciones del palacete de la armada.

La noche antes de partir, lo ocurrido con Lyssa de Duhjía, doncella de Macy, se convirtió en un pensamiento que no quería permitirme. Pero aun así, me era imposible no notar que Lesson estaba inquieto.

—Lesson —le llamé por tercera vez, ya colmando mi paciencia—. ¡Lesson!

Tras pegar un brinco, me observó con un pestañear nervioso mientras se rascaba un brazo, sentado en el sofá frente a algunos documentos.

—¿Qué? —murmuró, esbozando una efímera sonrisa.

La repentina opresión en mi pecho, me llevó a replantearme algunas cuestiones del viaje…

—Quédate. Si tan preocupado estás, mejor quédate.

—Yo no…

—Es una orden —gruñí.

Asintió un tanto a regañadientes, regresando a los documentos en sus manos. Fue notorio, para mi, su infinito alivio.

Terminamos el papeleo urgente, designé deberes a mis soldados y firme cientos de órdenes, oficializando cada cuestión relevante programada para los días venideros y cualquier imprevisto que pudiese presentarse. Solo entonces ambos fuimos a dormir.

A la mañana siguiente, la expectativa de volver a Quajk alteraba los ánimos de los soldados. No había duda en ello. Pero lo único que me mantenía alerta por sobre todo, era el nerviosismo que denotaban las fluctuaciones en la magia de Amace. Noemia acababa de acercarse a ella, dejándole apenas un par de minutos después de entregarle un libro.

Sin duda, buscaba distraer su mente de todo lo demás.

—Hum... Siento que debería ir con ustedes —dijo Lesson a mi lado, devolviendo mi atención a su persona.

Pese a que nunca expresó a viva voz su deseo de permanecer en el palacio, más por preocupación hacia Lyssa que por otra cosa, parecía demasiado dispuesto a dejar aquello de lado para acompañar a Macy. No que le hubiese permitido permanecer junto a ella durante la misión.

Su mirada vagó hasta donde ella se hallaba, junto al dorado corcel que su majestad le obsequió, y que precisamente era el hermano menor del corcel de Hazel.

—Estará bien, Lesson. No es como si el hielo la fuese a lastimar —dije, señalando a un soldado que acercara mi corcel.

—Sé que no la lastimara el hielo —gruñó, logrando que toda mi atención recayera sobre él—. No es el hielo lo que me preocupa.

Sólo entonces vi como disgusto aquella oscura sombra en sus ojos, que hasta ese momento confundí con preocupación.

—Lesson… —murmuré apenas, sintiendo el peso de la culpa como un habitual, pero incapaz de decirle nada al respecto.

¿Desde cuándo no confío en él?, me pregunté.

Sin dirigirme otra palabra, le vi alejarse hacia donde se hallaba Macy, ya montada en su corcel, sintiendo una extraña y nueva sensación en mi pecho. Un algo… un algo que surgió de mis recuerdos… Y entonces la magia de Amace se agitó, apartándome de lo que pude o no hallar. Su plática la había tensado. Podía verlo, podía sentirlo, pero sobre todo, quería borrar de su mente lo que le hubiese puesto así.

No obstante, Lesson la jaló hacia él y plantó un beso en su pálida frente. Un beso breve, pero que trajo de vuelta mi casi extinto enfado.

Subí a Sath y apresaba las riendas con fuerza, mientras veía a mi “amigo” despedirse de los soldados con un agitar de su mano, no queriendo analizar la emoción que me provocaba el solo pensar que… Macy… Lesson…

¡Dioses, no!

Ladre a mis soldados la orden de que partir, adelantándome a Amace y Garb, esperando, o más bien deseando, que la misión acabara de una vez.

Tras largas horas de viaje, tomamos un descanso junto al camino, y luego continuamos hasta dar con una pequeña casa abandonada, justo cuando caía la noche. Gracias a los pertrechos que debíamos llevar, el recorrido hasta las inmediaciones de Quajk era lento, pero cada cosa sobre los carros eran necesarias.

Las dos únicas habitaciones en el interior de la pequeña casa, conectadas por un estrecho y breve pasillo, fueron perfectas para que durmiéramos Amace y yo, mientras que los soldados acampaban fuera.

Un par de los más jóvenes soldados fueron los encargados de limpiar y disponer los lechos, por idea y mandato de Garb. No obstante, mi humor no mejoró al ver como un soldado huía torpemente del hogar, ni mucho menos cuando vi desde la puerta a un sonriente Garb, demasiado cerca de Macy.

—Vete ya, Lady Amace debe dormir —le gruñí, antes de poder calmarme.

El muy idiota se marchó sin inmutarse ante mi obvia hostilidad. Di media vuelta, me encerré en la pequeña habitación, y recostando sobre el incómodo camastro me centré en respirar. Inhale profundamente y libere el aire poco a poco, aliviando como mejor pude la tensión arraigada en mi cuerpo. Luchando contra las ganas de cruzar los pocos metros que me separaban de Macy, y estrecharla entre mis brazos, cerca de mi corazón.

Un deseo estúpido.

Poco después, sentí cierta agitación proveniente de ella, sacándome del frágil sueño que con esfuerzo había conseguido. Su magia intentaba atravesar la mía, en ráfagas aleatorias y titubeantes, como si quisiera huir y al mismo tiempo, le fuera imposible… En cosa de un segundo me hallaba de pie, sintiendo como cambiaba, intentando atraer mi magia. Como si me rogara que me acercara y le envolviera. Como si intentase hablarme.

Y lo único que pude hacer, lo único que me permití hacer sin dar un paso hacia ella, fue envolverla con mi calor en un cálido abrazo… despertándola.

Cerré los ojos y dejé salir el aire que retenían mis pulmones, escuchando cómo ella abandonaba su habitación y cruzaba la sala hacia la puerta de entrada.

Entonces salió.

Me senté sobre la cama y cerré los ojos, queriendo que la tierra se abriera a mis pies, cuando un susurro estremeció mis huesos.




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