Una antigua tradición de Quajk, que prevaleció incluso durante aquellos días en que la gente parecía alejarse de los Dioses, dicta que cada luna nueva, bajo el cobijo de las estrellas, la gente debe encender hogueras y lanzar al fuego flores de Jnah. Flores cortadas ese mismo día, y a las que debían contarles sus anhelos antes de arrojarlas a las llamas.
Se dice que dicho acto, es una forma de agradecer a los Dioses por no darnos la espalda, y al mismo tiempo una forma más de hacerles saber que todavía pensábamos en el futuro. Que todavía deseábamos vivir.
Aquella vez me hallaba en Quajk. El maestro y yo habíamos llegado hace apenas un par de días, a mediados de un otoño en que toda la montaña estaba cubierta por nieve. Mientras caía la noche sobre nosotros, el maestro estaba patinando junto a los padres de Macy y su hermanito, sobre el pequeño lago congelado ubicado en medio de la ciudad.
—Será realmente grandioso —decía ella a mi lado.
Prácticamente brincando de la emoción con solo recordar los planes que habíamos tramado para nuestro futuro, y que el maestro había escuchado hace unas horas de sus labios. No solo pintábamos un castillo en el aire, teníamos el apoyo de nuestra familias y el mismo maestro para llevarlo a cabo.
—No te emociones tanto, Macy —le pedí, sabiendo que no me escucharía.
—Pero es taaaan emocionante —canturreo—. Viviremos tantas aventuras, y tendremos un precioso hogar donde queramos...
—Y serás mi esposa —agregué, esperando que los Dioses nos permitieran hacerlo realidad.
Con una deslumbrante sonrisa, sostuvo mi mano y comenzó a jalarme hacia los demás niños, que precisamente patinaban por la orilla del lago.
—No, Macy... yo no... —Me queje.
Tenía suficiente con tanto molesto frío a mi alrededor.
—Vamos. Sé que no te gusta, pero al menos hazlo por mi —gimoteo, frunciendo su boca en aquel gesto que debilitaba cualquiera de mis posturas.
Gruñí, sabiéndome perdedor desde el momento en que deslizó su suave mano en la mía. Solté su mano, y envolví sus hombros con mis brazos, atrayéndola lo más cerca posible, para luego permitir que nuestros pies se deslizaran sobre el hielo.
—¿Ves que no es tan malo? —murmuró, con su rostro contra mi pecho y sus brazos en mi cintura.
Las risas y palabras de los demás niños a nuestro alrededor, quienes se deslizaban y corrían para luego deslizarse nuevamente, nos envolvieron por un largo momento.
—Ni Kuejt ni Quajk —dije, tras un suspiro—. Viviremos en un lugar que sea agradable para ambos, ¿si?
Ella alzó la mirada, encontrándose con mis ojos con una pequeña sonrisa que calentó mi pecho. No tenía que haber tocado el tema, pero amaba esa sonrisa más que mi tranquilidad.
—Si —asintió.
Tan diferente a mí, y tan similar..., pensé, justo antes de que la voz del maestro rompiera nuestra burbuja.
—¡Clim!
Giramos hacia la dirección de la que provenía, y le vimos junto a otros adultos que apilaban la leña junto al lago, preparándose para esa específica noche en que la luna no brilla. Señaló la pila a su lado, ya lista, indicándome sin palabras que la encendiera.
—Estupendo —murmuré enfurruñado.
Alce una mano en su dirección, dirigiendo mi atención y magia en un punto específico, y encendiendo así la primera chispa que comenzó a consumir la pira. Los habituales jadeos y murmullos sorprendidos no se hicieron esperar, mas nadie dio indicio de haber notado que aquello fue causado por mi.
—Una pequeña boda, de preferencia —dijo Macy, apretando su agarre en mi.
Bien sabía que no le gusta ser el centro de atención.
—Pequeña. Bien. —Asentí, deslizando una pierna para girarnos—. Una vez cumplamos los veinte años. Incluso podría ser ese mismo día.
Le sonreí, recibiendo una sonrisa aún más grande de su parte, mientras girábamos un par de veces más y reíamos mareados.
Minutos después, con las fogatas ya encendidas y la noche sobre nuestras cabezas, dejamos la pista de hielo y nos acercamos hasta donde su familia se hallaba, ya con flores Jnah en sus manos. La señora Cilla me tendió una, y el señor Hans dio a Macy la suya. De la mano, nos acercamos al fuego y lanzamos nuestros deseos a las llamas.
Deseo que en el futuro, Macy continúe regalándome sus maravillosas sonrisas.
Dos días después de salir de Real, a eso de mediodía, llegamos al lugar intermedio en que dispusimos el campamento base. Desde ahí, unos kilómetros más allá de Duhjía, debíamos escoltar a Macy hasta el punto en que el río Seisho se divide, formando Gaki hacia el occidente. Ella se quedaría junto a las aguas, congelando el curso del agua, mientras que yo, avanzaría hacia las faldas de Quajk, en su lado sur, para reducir a vapor el exceso de aguanieve. Ese era el plan. Sin embargo, dependía mucho del impredecible viento. Si el aire en lo alto era demasiado frío, si no empujaba el vapor con la suficiente fuerza, si el alcance de mi calor no era suficiente... estábamos dependiendo de la intervención divina.
Reuní a mis Comandantes en la tienda apostada ahí, para repasar los pasos de la misión y aclarar cualquier duda. Señalaba entonces, el mapa de la zona desplegado sobre una improvisada mesa, observando los rostros de mis cinco Comandantes; Garb, Row, Darren, Chase y Lews. Macy permanecía sentada unos pasos detrás, con un libro en las manos fingiendo leer. No necesitaba confirmación al hecho de que escuchaba atenta todo cuanto fue dicho.
—Espera, ¿dejaremos a Lady Amace sola? —Salto Garb, con la única cosa que había sido más que obvio desde el principio.
—¿Alguna objeción perspicaz, Garb? —gruñí. Estaba harto de que me vieran como un tirano—. Por si no es lo suficientemente obvio, Lady Amace aún no controla del todo su magia. No tomaremos más riesgos de los necesarios, ¿entendido?
A regañadientes murmuró un "sí", mientras el resto concordaba con sus "entendido, General", asentimientos y sis. Y dimos por terminada la reunión, cada cual yendo a lo suyo... dejándome a solas con Macy.