Cuando finalmente me hallaba de camino hacia ella, no pude evitar saborear un recuerdo similar.
No mucho antes de nuestro último “viaje de entrenamiento”, el maestro y yo nos dirigíamos a Quajk con un frío y molesto aire golpeando mi rostro. No había sido la cosa más sensata de hacer. Viajar con el largo invierno de Quajk cerniéndose sobre nuestras cabezas. Empero, éramos Bletsun, las inclemencias de las estaciones no son un reto infranqueable para nosotros.
Y entonces, quizá a unos treinta minutos antes de llegar a la ciudad… la sentí. Un segundo antes de que el frío menguara, sin duda por obra suya.
Suspiré aliviado y agradecido, sintiendo como mi corazón se aceleraba por el sólo pensamiento de lo cerca que nos hallábamos. Con una sonrisa tirando de mis labios y pese a la desaprobación en el breve vistazo que me dio el maestro, me aferre al joven corcel en que montaba, instándole a ir tan rápido como le fue posible.
Nunca admitiría en voz alta la necesidad de verle, de comprobar con cada uno de mis sentidos que ella estaba ahí, viva, siendo esa fría luz que anhelaba llamar hogar. Con esa sonrisa y clara mirada capaces de diezmar mi voluntad.
Mientras atravesaba su frío, cada segundo más cerca, era consciente del único hecho irrefutable de mi vida. Lo único que, al final, no había cambiado en lo más mínimo: Macy es la luz que me guía a casa.
Me forcé a ignorar el fuerte replicar de mi corazón, mientras Sath desaceleraba hasta detenerse a pocos metros de la tienda cubierta por nieve. Una nieve que poco a poco fui derritiendo, controlando el frío de ella con mi calor casi por inercia.
Macy se hallaba a un lado, de pie, con su largo cabello atado en una descuidada trenza, el abrigo mal calado y una ligera sombra bajo sus ojos. Sus claros y luminosos ojos que me evadían.
Un par de soldados comenzaron a desarmar el toldo, entretanto desmontaba a Sath y encargaba a Jack que le atendiera. Me dirigí entonces hacia ella, respirando con esfuerzo entre las ansias que mantenía a raya, tan sólo recordándome que ella no me daría la bienvenida. Nuestros ojos se encontraron. Mi corazón dio un salto, acelerando su carrera como si así pudiese llegar hasta ella.
Anhelando lo imposible.
Recuerda que la lastimaste.
Básicamente pateaste a un herido gatito que lloriqueaba a tus pies, imbécil.
Recordarme a mi mismo cuan estúpido fui, no evito que doliera cuando ella desvió su atención a su corcel, besando su cabeza en un gesto que fue cual patada en el estómago. Habiendo recibido más de una durante mi entrenamiento, sé de qué hablo.
Me detuve a un paso de ella, y aclaré mi garganta antes de apenas decir;
—Lady Amace… —mordí mi lengua sin saber cómo continuar.
—General. —Asintió en saludo, con su atención puesta en su corcel, acariciando su crin con un cariño casi palpable.
Encariñándose con un bicho que apenas conoce.
—Todo ha salido como se esperaba. Volveremos a Real cuanto antes —dije, rumiando la sensación nada agradable que me provocaba la escena.
Cerré los ojos y evadí su mirada, buscando otro nombre para aquello. No podía, yo simplemente no podía estar… celoso de un caballo.
¡Por todos los Dioses, ¿qué mierda me pasa?!
—Bien. A casa —murmuró, en un tono que me instó a seguirle con la mirada.
Guio su corcel lejos de mí, hacia donde se hallaban de pie Garb y Wills. El último acababa de llegar, habiéndose movido de su puesto sin autorización, algo que debí esperar. Afortunadamente para él, no tenía intenciones de repartir regaños.
Entonces me centré en el desmonte del lugar, intentando ignorar la presencia de Macy… y esa condenada dulzura con que hablaba a ese par.
No me hubiese sorprendido de romper una muela con tanta tensión que acumulaba.
Así comenzamos el camino de vuelta a Real, deteniéndonos brevemente en Duhjía, donde comprobé que todo se encontraba en orden. Luego apresuramos la marcha, solo deteniéndonos bastante después del anochecer y preparando una única tienda para Macy.
Algo que, por su expresión, supe que no le apetecía.
No obstante, necesitaba que durmiera separada de ellos. Aunque fuera una “separación” efímera y una necesidad definitivamente estúpida, por lo que se lo pedí… medio ordené.
Agradecí a todos los Dioses que se limitase a asentir, dirigiéndose sin más al interior de la tienda.
Dos días después de abandonar Quajk, ingresamos por una de las calles principales de Real, siendo envueltos por un ambiente completamente distinto a semanas atrás. La gente había decorado las calles y callejones con flores y cintas, los escombros habían desaparecido casi por completo. Pero sobre todo, se sentía en el mismo aire la calidez que finalmente brindaba el Sol. Música, cantos, bailes y alimentos que durante tanto tiempo habían sido una sombra tintada por la tristeza, el miedo y el odio.
Cuando atravesamos las grandes puertas del muro que rodea el Palacio, la Guardia Real se disperso a cada lado del camino y alzaron sus espadas al cielo. Un gesto de extremo respeto, reservado para quienes son considerados en alta estima hacia la casta soberana.
Ambon y Hazel nos esperaban en la entrada, de pie en lo alto de los escalones, con Noemia pocos pasos detrás. Siempre una fiel guardiana. Sus sonrisas igualaban la alegría demostrada por los demás, bastante contagiosa, pero que no terminaba de tragarme. Una victoria a manos de un desconocido, no era una victoria que aliviase por completo la situación, al contrario, creaba incertidumbre y cautela.
Me adelante a los pasos de Macy, queriendo ir directo al asunto… pero, un ligero movimiento de cabeza por parte de Hazel, cerró mi boca.
—Bienvenidos, Lady Amace y General Clim —nos saludó escuetamente Ambon.
—Es un placer tenerles de vuelta —agregó Hazel.