Fuego Interno©

Capítulo 5

Al día siguiente, seguí sudando la gota gorda. Cardio por aquí, puñetazos por allá, comer y comenzar con los bloqueos. Hablé con Lena y le aseguré que estaba de una pieza, por el momento, y que nadie venía a acosarme por las noches. La semana fue una locura, y rezaba por que llegara el sábado, que era mi día libre. No hubo más momentos mágicos ni revolcones por el suelo con Dante. Es más, estuvo muy distante conmigo, aunque correcto y paciente en lo referente al entrenamiento. El viernes al despertar estaba tan agotada y cabreada, que estampé el despertador contra la pared. Parece que aumentaba mi fuerza pues el pobre cacharro quedó hecho pedazos. El sábado, despierto de sopetón, al escuchar música a todo volumen proveniente del gimnasio. Suena “Creeping Death”, de Metallica. Perfecta música para una perfecta mañana. Es un día soleado y en mi móvil marcan las nueve. Bueno, al menos en mi día libre me ha dejado dormir un poco más. Contenta, me acicalo y me acerco para cotillear. La puerta está abierta, y dentro está Dante, machacando a un maniquí de entrenamiento. No se da cuenta de mi presencia, así que, me permito observar un rato el espectáculo. Ahora mismo, si el maniquí fuera humano, tendría traumatismos múltiples y los sesos esparcidos por el suelo. Una daga sale de su tobillera y le hace un corte limpio en la garganta al muñeco. Dante se mueve con rapidez y elegancia. Apenas he podido captar bien todos sus movimientos. Guau, dudo mucho que llegue a su nivel algún día, pero tampoco se me da mal. Yo aprendo rápido cualquier cosa que me enseñan.

―Impresionante, maestro Miyagi ―digo aplaudiendo a la vez.

Dante se gira hacia mí sorprendido, y rápidamente se le forma una sonrisa sincera en la cara al verme. Baja un poco el volumen y coge su botella de agua. Está sudoroso y va con una camiseta negra sin mangas. Sip, tiene unos brazos de acero, tal y como imaginaba.

―Buenos días, gatita. ¿Llevas ahí mucho rato? ―Me pregunta mientras se seca con la toalla.

―El suficiente para ver lo bueno que eres en esto ―y lo bueno que estás. Esta última parte, procuro no decirla en voz alta.

―Y eso que aún no has visto nada ―tiene una expresión burlona y autosuficiente―. ¿Quieres desayunar?

―La verdad es que no tengo mucha hambre, pero prepararé café, ¿te apetece uno?

―Sí, gracias. Ya he acabado. Me ducho y bajo enseguida.

―Vale.

Bajo a la cocina y pongo la cafetera en marcha. Mientras se prepara el café voy a saludar a Turco. Después de tomar cafeína, me siento aún mejor si cabe y nos dirigimos al coche para ir de compras al supermercado. Este BMW, me tiene loca, y como no tengo nada que perder, le pregunto a Dante con mi cara más inocente:

―¿Me dejas conducir a mí?

―¿Mi precioso y súper caro coche? Si casi calas el tuyo la primera vez que nos vimos ―levanta una ceja y entrecierra los ojos.

―Es que es muy viejo, y el cambio de marchas se atasca.

―Está bien, pero me tienes que dar algo a cambio ―otra vez me dedica esa sonrisa sexy y juguetona que me quita el aliento.

―Dos horas más de entrenamiento mañana, ¿qué te parece? ―Le pregunto esperanzada de que eso le baste. Aunque también podría darle un beso, pero dudo que le parezca un trato justo.

―Conforme ―y así sin más, se cambia de asiento.

―¿Es en serio? ―Estoy alucinando. No creía que me lo fuera a dejar por nada del mundo.

―Arranca, y como le hagas un solo arañazo, serán cinco horas en vez de dos ―me advierte en tono amenazador.

―Señor, sí, señor ―imito a un soldado. Definitivamente la emoción se me ha subido a la cabeza.

―¿Puedo bajar la capota? ¿Cuántos caballos tiene? Es híbrido, ¿no?

―¡Virgen santa! Cuantas preguntas. Veamos: Sí, 370 aproximadamente, y sí. Pisa el freno y aprieta el botón de encendido.

Emocionada entro en el coche. Las puertas tipo ala de gaviota molan un montón y no pesan al cerrarlas. El motor ronronea como un gato y antes de ponernos en marcha, examino su interior de lujo. Preciosos acabados en fibra de carbono y cuero, es muy elegante y huelo a coche nuevo. Mi mirada se desvía al botoncito “modo sport”, y decido probarlo luego. Salgo suavemente del camino sin asfaltar, espero a que sea abra la verja y piso el acelerador sin piedad.

―¡Frena un poco mujer! ¡Nos vas a matar a los dos! ―Por primera vez, veo el reflejo del miedo en su cara.

―Tranqui, tronco. Lo tengo controlado ―lo pongo en “modo sport”, cambiando de eléctrico a gasolina, y siento que vamos a volar. ¡Caray!

A estas alturas, Dante ya tiene los ojos tapados con ambas manos. ¡Será miedica! ¿Para qué quiere un coche con tanta potencia entonces? ¿O es mi forma de conducir? Considero seriamente la opción de cambiárselo por mi Renault Megane. La carretera tiene muchas curvas, no voy frenando, pero tampoco a mucha velocidad. La suspensión y el agarre de las ruedas le dan mucha estabilidad al coche. A pesar de los pocos kilómetros que nos separan del pueblo, cuatro para ser exactos, logro no estamparlo en ninguna parte. Al igual que en el entrenamiento aumentan mi velocidad y reflejos, en la vida cotidiana parece ser que también. ¡Adiós, señorita patosilla! La diversión me ha durado poco y me pregunto si me dejará conducir de vuelta a casa, aunque viendo su reacción exagerada, lo dudo mucho. En el supermercado, se me hace muy raro estar con Dante. Parecemos una pareja feliz yendo de compras. Al acabar de abastecernos de los víveres necesarios, me voy a una zapatería a comprarme unas buenas deportivas. Las mías tienes muchos años y están muy desgastadas ya. El chico se va a alguna parte que desconozco. En cuanto le doy mi aprobado a unas cómodas y bonitas Nike del número treinta y siete, me siento en la cafetería de al lado y lo espero. Me pican un poco las manos por encenderme un cigarrillo, pero la verdad, es que, con tanto ejercicio, ya no apetece tanto. Ni siquiera he probado el electrónico. El muchacho aparece diez minutos después con una cajita en las manos y la pone sobre la mesa.



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En el texto hay: pasion, accion, artesmarciales

Editado: 01.05.2019

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