—No contesta —mi voz no es más que el susurro de un piojo. Así de cagada estoy.
—¿Sabes dónde vive? —Menos mal que Dante no ha perdido la cabeza y propone opciones inteligentes.
—Sí, no muy lejos de aquí. Tengo que asegurarme de que está bien.
—Conduzco yo. Estás muy alterada ahora mismo. No queremos tener un accidente. Tú me indicarás el camino.
—Bien —accedo sin rechistar—, dame un minuto.
—Ángela, no hay tiempo —señala la maldita obviedad.
—¡No voy a salir en pijama! —Exclamo.
—Ah, cierto —me recorre de arriba abajo con una mirada salvaje, nada acorde a la situación. Mi cuerpo, por supuesto, responde ante eso enviándome señales de nerviosismo, poco apropiadas en esta situación. A pesar de todo el estrés, no puedo evitar sentirme atraída por él—. Date prisa. Te espero en el coche.
Mierda, mierda y más mierda. Como le haya pasado algo a Lena por mi culpa no me lo perdonaré jamás. Me zambullo en mi armario en busca de ropa cómoda. Casi meto una manga por la cabeza y un calcetín en la oreja, pero bajo corriendo por las escaleras y subo al coche de Dante. Salimos a toda mecha con el BMW por la oscura y tétrica carretera.
—¿Cuándo fue la última vez que hablasteis? —Inquiere Dante.
—Después del robo —respondo al instante, intentando que mi voz se mantenga clara y no se tambalee.
—¿Puede que esté trabajando y por eso no coja el teléfono?
—No, sale más pronto del trabajo y se va a casa. ¿Crees que le ha pasado algo? —Tengo las tripas revueltas y la expectativa me está matando.
—No lo sé. No nos alteremos hasta comprobar si está en casa, ¿vale? —propone en tono tranquilo pero muy seco, lo cual me demuestra que el también está preocupado—. Prueba a llamarla otra vez. ¿Por dónde ahora?
—A la izquierda —le indico el camino mientras saco el móvil e intento contratar con Lena, otra vez sin resultado—. Espera, a lo mejor está con Nacho.
—¿Quién? —Inquiere el chico con una pizca de curiosidad.
—Un amigo suyo que no para de pedirle salir. Puede que haya aceptado una cita y esté con él ahora mismo —mi cerebro echa humo intentando encajar los engranajes y buscando un razonamiento coherente y lógico—. Si es así, juro que me va a dar un ataque y rodarán cabezas.
—No te adelantes, gatita. Averígualo —dice Dante, manteniéndose serio, inescrutable y muy atento a la carretera.
Si sigue conduciendo como una abuelita, voy a empezar a echar espuma por la boca.
Busco entre mis contactos a Nacho. Menos mal que me dio su número sin habérselo pedido siquiera. Responde al segundo tono como buen samaritano. Si tampoco me hubiera contestado él, yo...
—¿Sí? —resuena una voz masculina y adormilada.
—Nacho, soy Ángela. Dime ahora mismo que Lena está contigo y estáis a punto de hacer bebes.
Dante me mira con una expresión entre sorprendido y divertido. Desdeño lo que Dios sabe qué va a salir de su boca a continuación agitando la mano para acallarle.
—Pues ojalá. Ya me gustaría a mí, pero los últimos días pasa de mi culo olímpicamente —mi corazón cae en picado desde el acantilado más alto—. El otro día, por ejemplo, cuando hablábamos por teléfono, me despachó sin más, diciendo que tenía la sensación de que alguien la estaba siguiendo. Hombre, tampoco la acoso tanto, ¿no te parece? También...
Pero yo ya estaba colgando el teléfono con la cara blanca como la tiza y los ojos aterrorizados y bien abiertos. Porque sí, mi cara expresa muy bien mis sentimientos en este momento, pues Dante se da cuenta de ello y acelera lo máximo que su culo de tortuga le deja.
—Nacho dice que alguien la estaban siguiendo. Joder —murmuro con un hilillo de voz.
Después de veinticinco minutos de incertidumbre y nervios mezclados con náuseas, bajo corriendo del híbrido y llamo al telefonillo de la casa de mi amiga. No contesta. Desesperada, aporreo sin cuidado el timbre de al lado y cuando responde una señora mayor, me hago pasar por una vecina que ha perdido la llave del portal. La puerta se abre con un chirrido y no me molesto en esperar el ascensor. Subo los peldaños de dos en dos hasta que aparezco en la cuarta planta. La puerta, obviamente, no cede de forma mágica ante mis golpes y arañazos. Mi amiga tampoco abre la puerta y me contesta con su habitual saludo de listilla. Ya estoy echando de menos ver su cara morena, sus grandes ojos y sus labios pintados de un horrible rosa chillón. Dante aparece detrás de mí.
—Aparta —hago lo que pide y veo que se pone de rodillas. ¿Va a rezar por un milagro? Esto no tiene ni pies ni cabeza—. ¿Qué narices estás haciendo, Dante?
—Me encanta cuando pronuncias mi nombre como si acabaras de verme zampándome un cachorro. ¿A ti que te parece?
Su cara de "¿en serio aún no confías en mí?", es la viva expresión del fastidio.
—Esto no tiene gracia. ¿Qué... —El chico saca unos cachivaches relucientes de su chaqueta—. ¿Vas con unas ganzúas siempre en los bolsillos? —Pregunto sorprendida.
—Sí, y también llevo una cesta llena de comida, champán y una manta por si nos apetece hacer un picnic después de encontrar a tu amiga —bromea el muchacho. Tengo ganas de arrancar la puerta de sus goznes y estampársela en la cabeza. ¿Cómo puede reírse en una situación tan precaria?—. Esta noche tenía el presentimiento de que íbamos a necesitarlas. Bellissima ragazza¹, pase usted.
Se oyen varios clics en la cerradura y Dante empuja la puerta con una mano y hace gestos invitándome a entrar mientras aún se mantiene de rodillas.
—¡Hala! ¿Esto forma parte de las clases? Porque si es así, quiero aprender —y lo digo más que en serio. La de veces que me habría servido saber esto...
Entro en el apartamento y no hay ninguna bendita luz encendida. No puede ser bueno. Las horas pasan de manera inevitable y cruel. Tendría que encontrarla durmiendo en su cama. Enciendo luces a medida que voy registrando las habitaciones sin éxito. No está aquí. De pronto, lo tengo claro. Su portátil. Si no está aquí, entonces no hay lugar a dudas de que el intruso, sea Mariano o sea alguien que ha contratado, es el culpable de todo esto. Piensa, Ángela, piensa. En ambos portátiles se hallaban las pruebas que delataban a mi ex jefe y unos cuantos pobres diablos más. Registro la casa de nuevo y el portátil de mi amiga también ha volado del nido. Bien. Si el mío no está y el suyo tampoco, nos han descubierto y quieren deshacerse de las pruebas. La cuestión ahora es dónde buscar.