Max ni se molestó en avisar que ya había llegado. Se quitó los zapatos en la entrada y apenas le echó un vistazo a Sophie, que estaba hecha bolita en el sillón, iluminada por el resplandor del televisor. Ya sabía que iba a estar ahí. Siempre llegaba antes que él.
—Mamá salió a comprar cosas para la cena —dijo ella, sin apartar la vista de la pantalla.
Max asintió apenas y se fue directo a su cuarto. Casi no escuchó cuando ella le llamó por su nombre justo al cerrar la puerta.
Tiró la mochila al suelo con un golpe sordo y se dejó caer sobre la cama, soltando el aire de golpe. Estaba de pésimo humor. El camino de regreso con Emily había sido silencioso… demasiado silencioso. Ella sí había hablado, preguntándole cosas, intentando llenar el vacío, pero él apenas respondió, como si estuviera en piloto automático. Ni siquiera estaba escuchando. Ni a ella, ni a sí mismo. Y no es que estuviera enojado con Emily. Claro que no. No era culpa de ella tener otros amigos, amigos con los que parecía divertirse más que con él. Él lo sabía. Claro que lo sabía. Pero aun así, esa idea le carcomía por dentro, retorciéndole algo en el pecho. ¿Y lo peor? Se odiaba por sentirse así… y por haber sido grosero con Sophie.
Max se giró, quedando de espaldas, y se quedó mirando el techo. Por un momento, simplemente se quedó ahí, y entonces, como una picazón imposible de ignorar, su mente lo arrastró de nuevo al atrio de la biblioteca. A Emily.
Se la veía tan tranquila con su amiga—riendo, charlando, completamente a gusto. Como si perteneciera a ese lugar. Y ese sentimiento volvió a colarse dentro de él, apretándole el pecho. Molestia… no. Celos. Eso era. Trató de tragárselo de inmediato, pero le dejó un sabor amargo en la boca. ¿Con qué derecho se sentía así? Emily no había hecho nada malo. Simplemente… había seguido adelante. Desde la última vez que se habían visto en la primaria, ella había crecido, había cambiado. En cambio, él seguía igual. Estancado.
Mientras él se encerraba en sus proyectos y papeles, ella salía a vivir. Como cualquier chica normal debería hacerlo.
Su mente volvió aún más atrás, a lo que había pasado esa mañana en clase. Lo mismo de siempre. Igual que en primaria, igual que en secundaria. Ese mismo vacío sordo de sentirse fuera de lugar. Pero tal vez—no, sin duda—era porque sí estaba fuera de lugar. El raro. El bicho raro. La anomalía. Un error en el sistema, algo que debió haberse corregido hace mucho.
Y quizá por eso la gente lo evitaba. Quizá por eso todo tenía sentido.
Sus pensamientos se aferraron a la imagen de Jake Martínez, ahí parado con esa seguridad tan natural, con las chicas riéndose de todo lo que decía. Max ni siquiera sabía qué era lo que tenía él, pero quería saberlo. Quería entender qué se sentía ser como él. Como ellos. Encajar.
Max seguía tirado boca arriba sobre la cama, con un brazo cubriéndose la cara, mirando sin ver el techo. Su cuarto estaba en silencio, salvo por el leve zumbido del monitor de su computadora y, a lo lejos, la risa de su hermanita por algún programa de la tele. La luz de la tarde se colaba por la ventana, dibujando patrones suaves en las paredes. Pero a pesar de la calma exterior, la mente de Max era un torbellino.
Suspiró y tomó el celular de la mesita de noche, dejando el pulgar suspendido sobre el nombre de Emily en sus contactos.
Esto es una tontería, se dijo. ¿Por qué estoy pensando en esto, siquiera?
Pero sus dedos se movieron solos.
Max: Hey, Em. Tengo una pregunta.
Dejó el celular a un lado, pero lo agarró de inmediato cuando vibró unos segundos después.
Emily: Claro, ¿qué pasó?
Dudó. La pregunta le parecía ridícula ahora que estaba a punto de escribirla, pero después de una breve pausa, tecleó:
Max: ¿Qué se necesita para ser popular en esta escuela?
Aparecieron los puntitos. Luego desaparecieron. Y volvieron. Está escribiendo…
Emily: Jajaja, ¿por? ¿Estás planeando cambiar de carrera?
Max sonrió, pero solo por un segundo.
Max: Solo tengo curiosidad.
Emily: Pues…
Esta vez la pausa fue más larga.
Emily: Supongo que estar en algún equipo deportivo ayuda. O hacer fiestas grandes. O… bueno… Algunos simplemente van directo y tratan de salir con Madison Hale o alguna de sus amigas.
Max se enderezó en la cama, apoyando la espalda contra la pared.
Max: ¿Quién es esa?
Emily: ¿Madison? Ah, ella… la reconocerías si la vieras. Rubia, súper guapa, siempre vestida como si fuera a modelar en una pasarela. Sus amigas son Bianca y Lila. Bianca es alta, parece guardaespaldas, y Lila tiene ese estilo de callada pero bonita. No pasan desapercibidas.
Las del atrio, pensó Max.
Emily: Solo se fijan en chicos con abdominales de piedra, como esculpidos por algún artista griego. En serio, así de exigentes son. Pero si encuentran a uno que les parece lo suficientemente guapo, igual salen con él. Nunca es algo serio, pero solo que te vean con una de ellas... pum, estatus instantáneo.
Max se quedó mirando la pantalla, dejando que sus palabras se le quedaran dando vueltas en la cabeza. Sus dedos flotaron sobre el teclado un momento antes de responder:
Max: Vaya. Suena familiar. Igual en mi antigua escuela.