Fuera de mi liga

Capitulo 5

La campana final sonó clara y cortante, resonando por los pasillos como un suspiro de alivio largamente esperado. Carter ni siquiera fingió que le importaba la clase de ciencias de la señorita Johansen: había sido el mismo desfile de monólogos soporíferos y diagramas medio ilegibles en el pizarrón. Sentarse ahí se sentía como un castigo en cámara lenta, y tratar de copiar la tarea fue causa perdida a la mitad. No que importara. Hoy, nada de eso importaba. Su mente ya estaba en otro lado. Tenía que moverse—rápido. No pensaba hacerla esperar.

Después de soltar un rápido “nos vemos” a Carlos—uno de los pocos amigos que tenía fuera del equipo, un tipo de la clase de ciencias que no hablaba en jugadas—Carter aceleró el paso. Los pasillos eran el caos habitual después de la campana final, con estudiantes saliendo como si los hubieran liberado. Se abrió paso entre ellos en piloto automático, rumbo al lugar que habían acordado. Como siempre, la escuela era una mezcla de todo. Chicas guapísimas, sin escasez, pasaban en grupos como si flotaran, mientras que otros estudiantes parecían haber perdido en la lotería de la pubertad: flacuchos, gigantes con cuerpo de linebacker pero con menos carácter que una planta de interior. Su mente derivó hacia Jake.

El chico nuevo tenía la pinta. Sin duda. La forma en que se movía gritaba talento en bruto. Pero la duda... esa era más ruidosa. Jake jugaba como si aún necesitara permiso para estar en el campo. Como si no estuviera seguro de merecer el espacio que ocupaba. Carter había visto esa clase de inseguridad acabar de dos formas. Algunos nunca encontraban el interruptor. Otros… lo encendían y nunca miraban atrás. Tal vez por eso no lo había metido en el mismo saco que al resto de los novatos. Jake no era un despistado—solo estaba acorralado por sus propias expectativas. Los chicos así o se apagan rápido... o se vuelven en los que uno sigue sin pensarlo dos veces.

Después de doblar dos esquinas, Carter pasó junto a Bruce, el conserje, arrastrando su cubeta de trapeador como si le debiera dinero. El tipo tenía esa mirada perdida, típica de un desastre en la cafetería. Mal día para Bruce. Pero Carter no se detuvo. Unos pasos después, la vio, justo donde dijo que estaría—recargada contra la pared junto a los vestidores, a la salida de su última clase.

Amanda Ferrer. Aún esperando.

—Hola tú —dijo Carter, apareciendo en escena con una sonrisa ladeada.

—Hola. —La voz de Amanda tenía ese matiz de entusiasmo nervioso, como si hubiese estado ensayando el momento.

—Tal como acordamos —dijo, sacando una tarjeta de presentación gastada del bolsillo. —Aquí tienes el número de Brian. Y tranquila, se tragó completita la historia que le conté para conseguirlo.

La sostuvo frente a ella, pero justo cuando Amanda iba a tomarla, Carter la retiró.

—Vamos, Carter. No tiene gracia.

—Dime lo que quiero saber primero —dijo él, moviendo la tarjeta justo fuera de su alcance.

Amanda rodó los ojos y soltó un suspiro, mitad exasperada, mitad me lo debí haber imaginado.

—Claro. Porque claramente estaba planeando traicionarte.

Carter ya estaba por soltar alguna respuesta tipo uno nunca puede estar seguro, así que Amanda se le adelantó antes de que abriera la boca.

—Por lo general, se escapa por la parte trasera, hacia el estacionamiento de los seniors. Si cruzas el pasillo principal y te metes por ese corredor al lado de las máquinas expendedoras, justo junto a la cafetería, vas a llegar antes de que ella cruce la salida. Pero no esperes que esté sola. Rara vez lo está.

—No va a ser un problema. —Carter le entregó la tarjeta, esta vez de verdad. —Te lo agradezco.

—Sí, sí, gracias. —Amanda la guardó en el bolsillo frontal de su mochila sin siquiera mirarla. No le interesaba mucho el plan que Carter estuviera armando—pero sabiendo a quién esperaba encontrarse, dudó un segundo antes de que él se fuera.

—Oye —dijo, con la voz más suave ahora—. ¿Estás seguro de que esto es buena idea? Ella no es precisamente... del tipo que da explicaciones.

Carter se detuvo un momento, con una expresión a medio camino entre la confusión y el “¿qué estás tratando de decirme?”. Como si estuviera tratando de traducir su preocupación a algo que tuviera sentido para él.

—¿Y qué? Brian se saca los mocos cuando cree que nadie lo ve y aún así estás perdidamente enamorada de él.

Y dicho eso, se fue por el pasillo.

Amanda parpadeó, viéndolo desaparecer tras la esquina.

Murmuró en voz baja:

—¿Y eso qué tiene que ver?

—Oye, ¿y Lila? —preguntó Bianca, alcanzando a Madison mientras cruzaban el cruce habitual entre el pasillo que llevaba a la salida y el otro que conducía a la biblioteca—. Sabes que le encanta cuando las tres salimos juntas de la escuela.

Madison no bajó el ritmo. El sonido firme de sus botines de tacón retumbaba sobre los azulejos, constante y preciso.

—Sus papás la van a llevar a un restaurante elegante con unos socios de negocios. Y aparentemente, ella es parte del número de encanto. Pidió un Uber en cuanto sonó la campana. Tiene que irse a cambiar, verse presentable, ya sabes… todo el show.

Bianca rodó los ojos.

—¿Otra vez? Te juro que la gente debe pensar que ella es la hija de los clientes, no al revés.

—Oh, seguro que sí —respondió Madison, con una ligera sonrisa que se asomó en la comisura de sus labios—. Pero los papás de Lila son… digamos, peculiares.

—¿Peculiares cómo?

—No tienen amigos. O al menos no del tipo que puedas invitar a una cena casual disfrazada de presentación comercial. Así que sacan a Lila con su mejor vestidito de domingo y juegan a la familia perfecta. No se trata de conectar. Se trata de controlar. Ricos, pulcros, estables. Esa es la fantasía que venden.

Bianca soltó el aire por la nariz y se metió las manos en los bolsillos de la chaqueta.

—Vaya… Deveras me da un poco de pena por ella.




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