—Tu oído se está deteriorando, aquél pitido lo indica, con el tiempo no podrás oír absolutamente nada... debes comenzar las clases de lenguaje de señas— no le importaba no poder oír le importaba no poder oír su voz, no quería eso... no lo quería.
— ¿Aún no se encuentra alguna solución, como una operación o terapia auditiva?— Tyler valoraba el esfuerzo de su madre pero no se podía hacer ya absolutamente nada.
Antes no le importaba nada el hecho de perder la auditividad, no le molestaba ni le preocupaba pero ahí está él.
Llegó torpemente, le hizo sonreír muchas veces, siempre tiene una sonrisa en su rostro, es tan temperamental pero a la vez tan amable, amigable y le quiere por lo que es, su tono tan alto de voz permite que pueda oírle fácilmente sin dificultades, sus hebras de cabello rubio a veces le distraen tanto por su viveza y tonalidad, sus labios gruesos y rosas esbozando una sonrisa la gran parte del tiempo.
Todos los días antes de conocerle llegar a la universidad y ver a las mismas personas de siempre (aunque le hubiese observado poco a escondidas) era una rutina tan aburrida, incluso ya habían momentos en los que no quería volver, después llego él y la rutina cambiaba su rumbo por que no se esperaba lo que él pudiese hacer en un descuido.
No le interesaba nada el hecho de no volver a escuchar ni el canto de los pájaros pero ahora que le tenía esa idea le mataba totalmente sin dejar alguna oportunidad de volver a ser el mismo.