Fuerza Génesis

Prefacio

 

Miles de años atrás.

Agatha emigraba con angustia, precipitándose sobre el camino de tierra rocosa junto a sus tres protectores más leales. Atrapada en su cuerpo mortal, ella era una diosa desterrada, condenada a vivir entre humanos como castigo por su falta cometida.

El mundo, dividido en tres planos (cielo, tierra, infierno) era coordinado por el árbol de la vida y regido por múltiples dioses, cada uno con diferente potestad. Agatha era la diosa con más alto poder espiritual, por lo que le había sido encomendada la tarea de guiar a los hombres. Al pecar, el árbol de la vida la había expulsado de los cielos, pero dentro de su sabiduría para mantener el equilibrio, el árbol le hubo concedido conservar parte de sus poderes, los justos que le permitieran continuar protegiendo a la humanidad.

Cierta noche, un demonio ambicioso de poder ofreció a cientos de espíritus malignos capturar y entregar todas las almas, esto a cambio de recibir la capacidad de someter a Agatha y conquistar la tierra. Los espíritus aceptaron, volviéndose uno con él, y entonces el caos cayó sobre el mundo.

Desde su templo, Agatha había detectado el peso del ambiente, la noche había traído consigo una materia oscura, y de la tierra manaba energía maligna. Un olor a carne podrida y azufre envenenaba el aire, obligando a todos los ciudadanos a salir a las calles, confundidos. Para cuando la antigua y desterrada diosa percibió lo que pasaba, cientos de gritos horrorizados rompieron el silencio, y el estruendo propio de la guerra estalló por doquier.

–¿Nos atacan?– se levantó de su altar y corrió hacia el balcón, desde dónde descubrió un espectáculo espeluznante.

Nubes negras cubrían no sólo su ciudad, sino al planeta entero, llovía sangre. La tierra se abría a grandes abismos que se tragaban a cientos de personas de un bocado, y del suelo brotaban ejércitos de cadáveres andantes para devorar vivos a los demás. Horrorizada, Agatha dio par de pasos atrás.

–¡Herejía!– gritó –¡Han profanado el reino, han profanado la tierra!

Concentró su vista en distintas victimas a la vez, todas sufrían.

–¡NO!

Rompiendo a llorar, extendió sus manos para dejar salir poder a través de ellas en un intento por salvarles, pero entonces una aberración se materializó frente a sus ojos: Al principio parecía sólo niebla negra, pero cuando el sonido escalofriante de miles de alas agitadas con violencia aturdieron sus oídos, aquel vapor oscuro pronto se volvió corpóreo, y dejó ver la figura de un hombre en cuyos ojos de tinieblas no podían distinguirse las pupilas.

–No tienes la fuerza– le dijo a ella con profunda voz, alzando un par de dedos que al moverlos empujaron a Agatha contra la pared.

Un varón de aspecto fuerte entró corriendo a la sala sagrada rompiendo la puerta en dos, desenvainando una espada con gran rapidez, saltó sobre el demonio atacante, pero éste murmuró un par de palabras y el varón se retorció sobre sí mismo, cayendo al suelo, incapaz de dominar su propio cuerpo. El hombre que parecía no tener ojos, caminó hacia Agatha.

–Yo te destrono. Transfiéreme el génesis.

Apenas apoyándose sobre sus vacilantes y heridos brazos, ella rió.

–Si crees que haré tal cosa, eres ingenuo y estúpido. Algo poco atribuible a alguien que se atreva a atacarme así.

El demonio sonrió con gracia, pero en un instante volvió su gesto aún más malévolo. Bramando con tal fuerza que resonó en los oídos de cada ser viviente en la tierra, de su cabeza emergieron múltiples cuernos y la piel de su rostro pareció desprenderse.

–¡¡ENTRÉGAME EL GÉNESIS!!– su voz estaba tan poseída como su cuerpo.

Negando con la cabeza, la fémina sonrió de nuevo y haciendo uso de su poder nubló los sentidos de su enemigo, haciéndole ver un reflejo de sí misma que serviría de señuelo mientras que ella escapaba de allí. Como un parpadeo, apareció junto al varón inmovilizado y le tocó el hombro para llevarlo con él. Agatha tenía la habilidad de aparecerse, pero sólo entre distancias cortas, debido a sus limitantes. Moviéndose cual centella intermitente por todo el templo, buscó a quiénes necesitaba para partir, y cuando los hubo reclutado salió con ellos.

Huir les costó el ser testigos de un espectáculo macabro: Descomunales olas de lava caían desde el cielo para ahogar a todos, edificios y casas levitaban de revés, los árboles se convertían en extrañas bestias, demonios gigantes los observaban desde lo alto con ojos del tamaño propio de un dragón.

Sorteando todo lo que se encontraba en su camino, el ya recuperado varón, que era uno de sus custodios, conducía el transporte que llevaba a su antigua diosa y a otros dos guardianes. Los cuatro sufrían entretanto observaban con frustración el asesinato en masa. De pronto, el suelo que recorrían tembló para abrirse en dos, y el carro se hundió en el abismo. Sobre sus cabezas, la ola de lava amenazaban con alcanzarlos de un momento a otro, por lo que invocando al máximo su poder, Agatha se envolvió en una enorme burbuja de energía que sustituyó al carruaje, protegiendo a los suyos también con ella.

–¿Qué pasó?, ¿Qué está pasando?, ¿Qué es todo esto?– preguntó Mijkel dentro de la gran burbuja. Él era su segundo guarda.




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