Fuerza Génesis

Capítulo I

Año 2020 de nuestra era.

Es difícil imaginar una realidad distinta si no la conoces.

Tierra. Planeta del sistema solar y hogar de millones de especies. Vida, civilización, persecusión, pesadillas. La sociedad avanza maquinal e indiferente a todo lo que atenta contra la integridad física o espiritual del individuo, pero amparada por un sistema enteramente dependiente de la fe.

La humanidad posee una única lengua universal, una moneda universal, y un régimen religioso universal. La comunidad atea es pequeña, y los fieles nos debemos a un solo culto, uno con una colección de dioses quiénes crearon nuestro universo conocido, todo lo bueno, todo lo malo, todo lo que tenemos.  

Los dioses de luz se mantienen en el primer plano, conocido como el paraíso, mientras que los dioses oscuros moran en el tercero, que es el inframundo. Nosotros, los seres mortales, ocupando el plano terrenal vivimos entre los dos. Los devotos aprenden desde niños a honrar a cada divinidad, invocando sus nombres en distintas situaciones según la necesidad pues ninguno es igual a otro, y cada cual posee sus propios atributos. Al igual que el ochenta por ciento de la población mundial, puedo recitar a memoria cada página del haggy, libro que detalla las características y cualidades de todas las deidades. Nuestra moneda es el luby, y en cada billete o metálico, sea cual sea su denominación, puede leerse la misma frase: "Los dioses en el cielo, sus dádivas en la tierra", y es que la economía, al igual que cada capa que conforma a la sociedad, se deriva de la doctrina religiosa. No existe cultura más arraigada que la espiritual, y cada nación se apoya en ella para sostener todo cuánto les constituye.

Con tantos seres divinos deberíamos vivir en un mundo perfecto, pero la realidad está muy lejos de eso.

Creer que el hombre es quién domina la tierra es una utopía. Estamos demasiado sometidos por las criaturas oscuras como para pensar así. De generación en generación se nos ha transmitido el conocimiento, verídico o fraudulento, de que la humanidad antiguamente vivía en paz. De que en algún punto de la historia empezó a escasear la tolerancia, la empatía, y la bondad. De que surgió la envidia perniciosa, el odio y el libertinaje, corrompiendo las mentes y las almas, y de que fue así como perdimos la impermeabilidad que teníamos contra los demonios. Ahora estamos expuestos. Si vas caminando por la calle, cualquiera a tu lado podría caer poseso. Si no proteges tu casa, podrían entrar en ella los malignos. Hemos aprendido a defendernos, pero nada de armas, nada de enfrentamientos cuerpo a cuerpo, todo es espiritual por supuesto. Siendo así, es ésta la vida a la que estamos acostumbrados y con la que lidiamos, lo que significa que la sociedad avanza día tras día con cotidianidad.

Fuera de tener que seguir las reglas particulares de mi familia para cuidar mi alma, dentro de este pavoroso escenario llevo una vida normal. Mi nombre es Samantha, mañana cumpliré diecisiete años, y vivo con mis padres en un boscoso caserío aledaño a la gran ciudad.

A sabiendas de todo lo que podría esperarme allá afuera, me preparo para encontrarme con mi mejor amiga, Galilea, pues iremos al centro comercial. No me tomará más de una hora el llegar allí, pero debo apresurarme si quiero atrapar el tren.

Yo he tenido una buena vida, nunca he estado en situaciones de desgracia, pero conozco bien a muchos quiénes sí. Gali, por ejemplo, vivió una experiencia que la cambió para siempre. Al igual que todos creció creyendo en los dioses. Sus padres la dejaron huérfana a temprana edad y no tuvo supervisión a principios de su adolescencia. Un embarazo prematuro la convirtió en madre soltera, pero Lily nació con un problema pulmonar. No resistió mucho tiempo. Cuando la pequeña murió, Galilea perdió su cordura. Negada a la realidad, llevo los restos de Lily al templo de Lhom, dios de la muerte, y durante horas y horas clamó de rodillas para que el alma de la niña retornara a su cuerpo... Pero Lily jamás regresó. Resignada al fin, se convenció de que los dioses no la escuchaban por el simple hecho de que no existían, entonces dejó de creer.

Mi teléfono suena, haciéndome saltar hacia él en un sólo pie ya que me he puesto una sola bota.

–¿Sí? – Galilea está al otro lado de la línea.

–¿Ya saliste de tu casa?

–Estoy por hacerlo, ¿Ya llegaste?

–Por supuesto que no, no quiero tener que esperar tanto. ¿Te falta mucho?

–No, de hecho no. En cinco minutos estaré en la estación.

–¿Cuál?, ¿Cerca de mi casa o de la tuya?

–¡Galilea!, ¿Si aún estoy aquí, cómo rayos podría estar en cinco en tu estación?

–Ya, ya... Tenía que aclarar.

–Como sea, ya casi voy en camino.

–Bien, porque si llego antes y me aburro, tendré que comprarme cosas para entretenerme y gastaré lo que tengo destinado para ti. Te lo advierto.

–No, no hagas eso– me río –Salgo en tres.

Confiando en mis palabras, cuelga la llamada. Es nuestra costumbre encontrarnos el día previo a mi cumpleaños para ir por nuestro regalo. El juego consiste en visitar varias tiendas, en donde yo debo señalar varios artículos o prendas de mi interés. Al final del recorrido, Galilea me invita un helado, y mientras yo lo como, ella se escabulle para comprar alguna de mis elecciones. Vuelvo a casa con el obsequio incógnito envuelto, y justo a las doce de la media noche ella me textea una felicitación y sólo entonces me autoriza a abrir el regalo. Hace unos años ya que se le ocurrió aquella idea, y de allí en adelante ha sido tradición incondicional.  




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.