Fuerza Génesis

Capítulo V

–Te equivocaste de chica– digo en seguida. Temblando como papel –Estás jugando conmigo. 

–Jamás haría eso.

–No puede ser y no te creo– le miro con repentina irritación –No te creeré. Te burlas de mí. 

–No me recuerdas– habla con tristeza –Pero yo fui tu ángel protector,daría mi vida por ti.

–No soy quién tú buscas– le arrojo a sus pies las ropas que iba a empacar.

–Eres tú, estoy seguro. No estaríamos aquí si no.

–¿Cómo puedes decir eso?– me siento lastimada –¡No estaríamos aquí si yo no hubiera enviado ese estúpido mensaje en primer lugar!

Afectada por todo, me echo al suelo y me cruzo de piernas, apoyo mis codos en ellas y aferro  las manos a mi cabeza. 

–Me escribiste, me buscaste, porque yo te llamé, te invoqué. No sólo hoy, sino siempre. 

–No– me niego a darle la cara.

–Todos los ángeles tienen una fuente de poder que es, al mismo tiempo, su canal. El mío es la música, ya te lo dije. Ángeles y demonios pueden influenciar a las personas a través del medio por el que fluya su poder.

–Así que los seguidores de “Ojos de luz y sombras” te siguen  porque tú se los ordenas– lo miro al fin y me burlo.

–No exactamente. Aunque sí manipulé las canciones todo el tiempo. Te sorprenderá saber que no para atraer audiencia, sino para invocarte a ti. Para buscarte– se acuclilla a mi nivel –Por eso el nombre, junto a la referencia de mi dicotomía. Enviaba mensajes que sólo tu espíritu podría percibir, así nos descubriste. Inconscientemente los seguiste. 

–¿Cómo quieres que crea esto?– me encojo de hombros –¿Cómo sé que no es un sueño?, ¿O una ilusión por posesión?– vuelvo a tomarme con fuerza del cabello –Tantos años fantaseando contigo, un artista, y que de pronto te aparezcas y me digas que soy especial, y que me persigan cosas...– miro hacia el techo, dónde antes se agazapaba la criatura. 

–Ya no está– sujeta mi mentón hacia él para obligarme a apartar la vista de allí –Te diría que no temas, que te protegeré siempre, pero aún cuando así sea, prefiero decirte esto: Tú tienes el poder para vencerlos. Por esto, serán ellos quiénes tendrán miedo. 

Si los ojos acarician, es lo que él hace en este momento. Casi puedo sentir sobre mi piel la calidez que su atención me dedica.

–Diecisiete– murmura –El árbol me hizo esperarte por más de dos mil años…

Soltando una sonrisa de matiz afligido, descubro que reprime un suspiro. Pero mientras yo no digo palabra, él se atreve a soltar lo que se enredó en sus labios.

–¿Me concedes tu permiso para abrazarte? Por favor. 

Su expresión nostálgica me rompe el corazón, admito para mis adentros que pese a los pensamientos que me agobian, mi atracción por él no se ha opacado. Sin saber lo que hago, asiento. Sus dedos entonces se entrelazan con los míos para sujetar mi derecha con presión afectuosa. Su mano libre recorre mi brazo en una caricia que si bien no es maliciosa, demuestra sensualidad y ternura al mismo tiempo. Lentamente se incorpora hacía mí lo justo para envolverme por completo, y cuando me rodea con sus brazos, su respiración cambia su ritmo. Aferrado a mí, susurra a mi oído:

–Todo ha cambiado tanto desde la última vez... Todo menos mi lealtad a ti. Te he extrañado tanto. Llegué a creer que nunca te encontraría, creí que el árbol te había borrado para siempre de la existencia. Viví, día a día, con ese miedo. Pero estaba dispuesto a esperar por ti hasta el fin de los tiempos. 

Sin saber que decir, permanezco en silencio. Mis mejillas arden y siento a mi corazón golpear frenético, él parece disfrutar del momento.

–¿Qué hiciste?– le pregunto al fin, con la voz hecha susurro –¿Por qué te castigó el árbol?

–Porque me enamoré de ti. 

Soltándome, se aparta ligeramente de mí. 

–¿Te maldijeron por amar?

–Eras una diosa. Pretenderte estaba prohibido.

Hago una pausa.

–¿Fuiste correspondido?

–Sí– habla bajo, sin dejar de ver mis labios –Y por eso te desterraron. 

–Así que todo esto es tu culpa– juego con él, me sorprendo de mí misma y al él se le escapa media sonrisa. 

–La única consecuencia que lamento es el haber estado lejos de ti.

–¿Cómo podría haber vivido una vida y olvidarla?– le cuestiono –¿Una historia contigo y no recordarla?

–Fue mejor así. Tú tuviste suerte. Ver nacer el sol cada día, durante dos mil veinte años, esperando encontrarte, desesperanzándome, aterrado de que no nacieras… Es una tortura que jamás hubiera querido que sufrieras.

–¿Qué pasará si voy contigo a donde pretendes llevarme y resulto no ser quién esperas?

–¿Qué pasará si sí?– me reta con absoluta seriedad.

No sé qué responder.

–Será... Muy triste cuando te alejes, cuando te des cuenta de tu equivocación– bajo la cabeza.

–No pasará– promete, haciéndome verle a los ojos –Mi único temor ahora es que no puedas liberarte de tu cuerpo mortal, pero buscaría la forma de desgastar el mío también. Aceptaré el infierno sólo cuando se me prive de ti. 




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