Fuerza Génesis

Capítulo VII

–¿Qué están haciendo?– la voz de papá traspasa la puerta mientras toca con sus nudillos, despertándome.

Pocas veces en mi vida había tenido un sueño tan reparador, se han renovado mis fuerzas. Mi ángel deshace nuestro abrazo, al incorporarme noto que sus alas ya no están a la vista y luce un traje de pantalón y camisa, todo negro. Tiene entre sus dedos una margarita que coloca sobre mi oreja. Le sonrío con cordialidad.

–¿Qué hora es?– pregunto.

–Cerca de medio día– me cuenta.

–Es tarde– exhalo, buscando mi equipaje a medio armar para verificar lo que falta. Al mirar mi teléfono, es cuando lo recuerdo –¡No puede ser!

–¿Qué sucede?

–No, no, no– ya lo he desbloqueado para revisar todos los mensajes, Galilea me ha saturado la bandeja.

–¿Me dirás lo que pasa?– Insiste mi ángel.

Mijkel vuelve a tocar, Kyliam se exaspera.

–No recuerdo que fueras tan inoportuno– le dice, abriéndole finalmente.

–¿A dónde fueron?– preguntó mi padre –No los encontré temprano.

–Papá…

–Vine y no estaban.

–Papá, en serio, justo ahora tengo una situación.

–¿Nos dirás o no?– la voz de Kyliam es autoritaria. Yo suspiro.

–Es Galilea, mi amiga, Kyliam, hoy es mi cumpleaños y quedamos en…

–¿Qué?– tuerce el gesto, incrédulo.

–No es eso, me refiero a que está preocupada por mí ya que no le he respondido– alzo el celular –Además dice que vino a casa y la encontró vacía, no lo entiendo.

–He camuflado la zona– explicó mi ángel –Estamos en una burbuja espiritual, no necesitamos interrupciones.

–Debo hablar con ella– resuelvo.

–¿Y qué le dirás?– retó.

No sé qué decir… Pienso un momento las cosas, ni siquiera tendría caso intentarlo.

–Yo…

–Hija– se acerca Mijkel –Podrás verla cuando llegue el momento. Ven. Tu madre te ha preparado algo.

Asintiendo en silencio, miro el celular. Sintiéndome culpable, lo dejo caer en el colchón. Mi ángel por su parte recoge mi mochila.

–Tengo una duda– comenta él, mientras caminamos a la cocina –¿Cómo es que Gerva y tú pudieron comer durante todo este tiempo? Ustedes no necesitan alimento.

–Supongo que no lo sabíamos– responde el acusado.

–Gula– acusa Kyliam.

–Es menos peligroso que la lujuria– señala mi padre.

–Pecado es pecado– replica.

–Si se nos hubiese prohibido comer, no lo habríamos hecho. A diferencia de otros, respetamos.

–El desconocimiento de una ley no subsana la culpa de quién la quebranta. Comieron sin tener por qué, a diferencia de otros cuya necesidad sí está justificada.

–¿Cómo te atreves?– Mijkel se detiene para enfrentar al ángel.

–Ya basta– intervengo yo –Están como niños.

Ambos se juran venganza con la mirada y yo los amenazo con los míos al pasar de ellos. En la mesa descubro que mi madre me ha servido.

–Buenos días– le saludo, ella toma asiento frente a mí.

–Buenos días– asiente, aunque algo seria.

–¿Preocupada?– inquiero yo.

–Mucho– observa a los varones ocupar cada uno un lugar –¿Cuáles son los pasos a seguir?

–Ahora que Samantha ha descansado, podremos partir– cuenta mi ángel.

Vuelvo a extrañarme ante su repentina rendición de darme otro nombre. Pienso por un momento que lo hace para molestarme, pero no encuentro en su expresión algún otro indicio de que así sea.  

–No tenemos la indumentaria apropiada– se preocupa Mijkel.

–Kyliam se las proporcionará– determino yo, concentrándome –¿No es así?

Sin mirarme, él asiente.

–Dales todo lo que solía ser suyo en la vieja era– le pido, sorprendiéndome de mi carácter –Tal vez lo necesitemos.

–Entonces a trabajar, ángel caído– Mijkel usa su tono más antipático al levantarse.

Evitando volver a caer en provocaciones, mi ángel se incorpora y bordea la mesa. Una vez que mis padres se acomodan de pie  frente a él, Kyliam alza su derecha y dejar salir poder.

Yo tomo mis alimentos en silencio. Pensando en la sociedad, hago un repaso mental del estilo de vida de la humanidad. El hombre, aunque le teme a los espíritus, está acostumbrado a ellos, al punto de ser insensible ante ciertas consecuencias. Puede participar en el escándalo del momento, contribuir por un rato a la propagación del pánico ante una manifestación, ser curioso, y en el mejor de los casos prepararse para ello. Me pregunto si la responsabilidad que recae entre mis manos será más grande, si no se limita tan sólo al génesis y si fuera posible la depuración total del mundo. Me recorre un escalofrío. No quiero esto. Aparto mi mirada de mi almuerzo para atender a mis compañeros, siguen en lo suyo, ajenos a mis miedos. En un intento por mantener mis emociones ocultas, devuelvo mi atención a la comida, pero cuando mi tenedor se mezcla con ella para coger el bocado, llega a mi nariz un olor desagradable. Frunzo el ceño, viene del plato. Remuevo con el cubierto hacia un lado, se hace aún más nauseabundo. Involuntariamente arqueo pero vuelvo a removerlo, entonces descubro un brote de sangre. Me levanto de un salto.




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