Fuerza Génesis

Capítulo XII

Hoy es un gran día. El día más esperado de toda mi vida. Mi banda favorita se presentará esta noche en mi ciudad y por supuesto yo no me lo puedo perder.

Con padres sobre protectores como los míos sabía que no me concederían el permiso para ir. Nunca antes les había mentido y desde que ideé el plan no volví a dormir, pero la ocasión lo ameritaba, esto lo valdría. Un mes antes de la fecha empecé a abonar la mentira, ocultando a marchas forzadas la presencia de la banda en mi ciudad, ya que si mis padres se enteraban de la noticia me descubrirían de inmediato. Sucede que estoy obsesionada con uno de los integrantes, algo que no es secreto para quién me conoce. Nathaniel, disc jockey, guitarrista y compositor, es mi amor platónico desde el instante mismo en que supe de él. ¿Por qué? Pues tiene la particularidad de seducirme con su música. Puede, literalmente, erizarme con sólo una melodía. La sensación que experimento al escucharlas no se puede describir, y es que su música tiene vida. Él enamora mi alma, y hoy podré tenerlo a escasos metros de mí.

Nerviosa por todo pongo a reproducir mi lista de reproducción mientras armo mi mochila. Se supone que pasaré la noche en casa de mi amiga Galilea. Escojo y doblo mi ropa escuchando la música.

Me gusta analizar las letras de las canciones. Cada tema me hace imaginar para Nathaniel una vida distinta, pero todas con algo en común: El profundo amor que ha de sentir por una mujer. Es un poeta enamorado, un ilusionista capaz de transformar simples palabras en magia auténtica. Itarec, el dios del arte, debe haberlo bendecido con un don especial, sólo alguien con un regalo divino podría hacer lo que él hace.

Concentro mi atención en los afiches de mis paredes.

Me pregunto si su avión ya habrá aterrizado en mi ciudad, juego a adivinar en dónde se hospeda, o en que piensa en este momento. Me adelanto a los hechos e imagino que por un instante me distingue de entre su público, que llamo su atención, que se fija en mí. La sonrisa melancólica que sigue no es normal en mí, de repente he sentido ganas de llorar.

Frunzo el ceño.

–Qué raro– digo.

Escuchar a Galilea llegar a casa casi me provoca un infarto. Me costaba creer que íbamos a hacerlo en verdad y su presencia sólo significaba que la hora estaba cerca. Apresurándome con mis cosas, cierro la mochila y salgo al encuentro de mi amiga.

–Podemos irnos– anuncio.

No puedo dejar de ver el semblante serio de papá, preocupado y descontento. Para suavizarlo, lo beso.

–Te llamaré en cuánto llegue– le digo.

–¿Llevas tu móvil?– pregunta mamá.

–No, lo haré del teléfono de la casa o del celular de Gali. Sobre la mesa de mi habitación están los números.

Mi padre continúa estático con las manos en su cintura, es la primera vez en diecisiete años que dormiré fuera de casa sin ellos y ellos sin mí.

–Esto no me gusta nada– dice.

–Papá...– le tomo de la mano, nerviosa porque sé que no sólo no estaré en casa, sino que además pasaré la noche en las calles –Por favor bendíceme.

No es una treta, de verdad lo deseo. Él relaja su posición al fin para besar mi cabeza.

–Que todos los dioses tengan sus ojos puestos en ti esta noche. Todos, excepto el dios de la muerte. Que él nunca encuentre belleza en ti, ni te desee. Y que regreses a mí mañana como siempre. No dormiré– añade.

–No es necesario.

–Me mantendré alerta al teléfono– insiste –Una llamada e iré por ti.

Sabiendo que nada gano con discutir, asiento. Con un beso me despido de mi madre, quién me bendice también. Respirando profundo, salgo de casa junto a Galilea.

–Esto es lo más difícil que hice nunca– confieso, ya lejos.

–No te preocupes, el primero siempre es el peor.

–¡No lo repetiré!– rezongo –Esto es sólo una excepción, un caso especial.

–¿Qué se siente jugarte la vida por conocer a un chico?

–¿Te parece algo con lo que puedas bromear?

–¡Por favor!– grita a los cuatro vientos –Sólo ves una cara de la moneda.

–¿De cuál me estoy perdiendo, según tú?

–Las personas se divierten– se encoje de hombros –Tienes una mentalidad cerrada, eres como un vampiro inverso, que vive del sol y le teme a la luna, crees que si pones pie en la noche, arderás, que te calcinarás. No es así, chiquita mía, la gente en la ciudad gusta de la actividad nocturna. Todos salen a bailar, a conocer a otros, a vivir la vida.

–Arriesgándola.

El mundo es peligroso. La delincuencia no es juego.

–No es tan fortuito como crees, pienso que los problemas te persiguen si los das. Sabiendo a dónde ir y cómo hacerlo no hay de qué angustiarse. Hoy por ejemplo iremos en auto, mi primo nos dejará y nos recogerá. Esos son puntos a favor, esquivaremos las calles. El club es un sitio de élite, costoso, o sea que es seguro. No aceptan armas, así que nadie asesinará a nadie.

–¿Cómo sabes que no las pasarán a escondidas?

–Y si matan a alguien sólo mostramos nuestra identificación y ya.

–Somos menores de edad.

–Opss..

Entre bromas y parloteo las últimas horas vuelan. De un momento a otro ando corriendo por la habitación de Gali. Por la prisa he sacado todo lo de la mochila con desespero. Los pantalones terminaron en el suelo, la blusa sobre la cama, el estuche del maquillaje en la repisa del baño. Nuestro chofer casi llega y yo sigo con el cabello húmedo.

–Estás demasiado nerviosa, cálmate– me dice mi amiga.

–No puedo calmarme– mis manos tiemblan, imposible destapar el delineador.

–Déjame a mí.

Quitándome el maquillaje de las manos Galilea hace todo por mí. Acorde al club al que iremos, y por supuesto en combinación con la banda, me he vestido de negro.

–Ya está– anuncia.

Me miro al espejo, me ha delineado muy perfectamente los ojos, parezco egipcia.

–¡Mis pulseras!– corro a buscarlas, una colección de gomas negras con dijes de plata colgando de ellas.




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