Fuerza Génesis

Capítulo XV

No es el extravío de mi dije lo que me hace llorar sino lo que he perdido con él.

Si Nathaniel ya conoce mi cara no podré volver a acercarme. No me atrevo. Así que ya no más persecuciones, ya no más cartas de mi parte, ya no más la oportunidad de asistir a sus shows. Se acabó. Y me duele como nunca antes nada lo había hecho.

Corriendo por los pasillos empujo las puertas que me conducen al estacionamiento solitario, me recuesto de uno de los autos para intentar tranquilizarme. Mi lloriqueo es todo lo que se escucha, la música retumba en lo más alto del club y baja como un eco pero no silencia mi pena. De espaldas contra el acero frío me dejo caer al suelo, sentándome junto a una de las llantas.

–Hay sentimientos que no pueden compararse con nada.

Una voz masculina y joven me acompaña, y mi corazón vuelve a saltar. Permanezco inmóvil pero me esfuerzo por callarme. Me limpio la cara y escondo mis manos en la manga de mi suéter.

–Sentimientos inexplicables– añade.

Sin atreverme a levantarme miro a mi izquierda con cautela, he escuchado la voz en su dirección. Pero mientras lo hago un par de pies cruzan dejándose ver desde el lado derecho.

–Sentir que conoces a alguien sin haberlo visto nunca– sigue Nathaniel.

Sí. Es él. Me ha seguido.

–Al menos a mí me pasa. Desde hace mucho que sueño con una mujer. Con una chica– se corrige –Sería imposible definir el tiempo que llevo pensándola porque ha estado conmigo siempre. Ha sido raro– da un par de pasos, acercándose más –No tener la suficiente imaginación para darle un rostro y aún así sentirla tan parte de mí.

Como si temiera que yo volviera a correr, se acuclilla con lentitud hasta dejar descansar sus rodillas sobre el suelo y apoyarse en sus piernas.

–Escribir sólo para ella– continúa a poca voz –Y describirla a ella– reafirma –¿Cómo? Dime. Es misterioso... Así como saber de algún modo que la sensación puede trascender más allá de lo que somos. Pero no es un sentimiento feliz sino nostálgico, que quiere mover las memorias de lo que nunca has vivido. Un secreto olvidado, prohibido de descubrir.

Su mano intenta tomar una de las mías pero la cierro en un puño bajo la tela. Él se detiene.

–¿Te ha pasado?– me pregunta.

No puedo responder. Estoy perdida en las facciones varoniles de su rostro, en su voz firme y dulce, en la forma en que me mira como nadie jamás me había mirado. Cada rasgo de él me enamora, la forma de sus ojos, su cabello, su boca, incluso su olor y que es la primera vez que lo siento.

–Habiendo aprendido a vivir así ¿Qué tan raro podría ser encontrar a alguien y reconocer que es a quién has estado esperando? Verla solo un momento y tener la certeza. Yo... todos los días pienso en ti– me dice directamente –Cuando anochece sé que tú también has visto el sol caer, sé que miras las estrellas como yo. No necesito darte un nombre para amarte. Mi alma está casada contigo.

Extendiendo su mano me muestra el guardapelo.

–Sé que la tuya también.

Sin decir nada me atrevo a tomar el medallón, y el roce de mis dedos entre los suyos me eriza por completo. En un acto involuntario alzo la cara para verle y él se ha acercado mucho más a mí, siento su respiración chocar contra la piel de mi nariz.

–Tu show...– es todo lo que murmuro.

–Ya no importa.

Como dos imanes atraídos nos unimos en un beso que ninguno de los dos ha podido evitar. Mis lágrimas mojan nuestros labios aunque eso no nos detiene. Quiero disfrutar pero no me siento libre por completo. Siento que ambos entregamos corazón, mente, cuerpo, y espíritu al mismo tiempo pero no es suficiente. Aunque es la primera vez que estamos juntos, la sensación es tal como si hubiéramos compartido una larga relación, una en la que nos habíamos amado con el alma, pero que era una historia terminada, y que ahora cargábamos con el peso pues ese no había sido el plan. Parecía que nos habíamos separado amándonos y ambos extrañábamos ese antes que nunca fue.

El beso se rompe cuando Nathaniel se aparta bruscamente, lo miro y tiene los ojos muy abiertos, el cuello tenso y enrojecido, su ceño tiembla. No sé qué decir. Su respiración se vuelve pesada.

–¿Con qué derecho?– habla entre dientes, encolerizándose.

–¿Nathaniel?– me asusto.

–¡¿CON QUÉ DERECHO?!– grita, golpeando el suelo y rompiéndolo.

No puedo creer lo que lo veo hacer, pero no me da tiempo a reaccionar pues se lanza sobre mí, envolviendo mi rostro con sus manos y tocando mis sienes con la punta de sus dedos.

–Revelación– dice entre jadeos.

Entonces mis sentidos despiertan completamente.

Lo recuerdo encorvado de dolor mientras me cedía su energía pura, recuerdo su sufrimiento, nuestra separación, su sacrificio, mi incertidumbre por su destino y el compromiso por el juré rescatarlo.

–¡Kyliam!

Me echo a llorar contra su pecho un instante antes de buscar su rostro para volver a besarlo pero no me corresponde, en su lugar vuelve a golpear el suelo y un brillo azul fluorescente nos traga. Para cuando mis ojos dejan de estar encandilados me doy cuenta de que estamos en la nada.

–Se acabó– declara con enojo.

–¿Qué es aquí?

–Un plano espiritual en el que estamos seguros. No volverán a jugar con nosotros.

–No hemos estado jugando– interviene una voz profunda y la reconozco.

Es Gabhy, dios de la sabiduría, y en otra era mi antiguo amigo.

–Hemos visto todo– prosigue –Samantha ha muerto en sacrificio por el génesis, cumpliendo la tarea que el medio ángel le designó al cederle su poder. Se le han concedido períodos breves de vida para darle la oportunidad de demostrar sin que lo sepa cuál es su verdadera naturaleza, aquella con la que su conciencia empezó a existir. Aunque distintos caminos han sido tomados y aún con diferentes condiciones, las decisiones más determinantes siguen siendo las mismas. Para bien y para mal.




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