Los Moncada arribaron en la comarca cuando los abuelos de Diana habían construido una choza a la orilla de una quebrada. La guerra Nacional pasada terminó en 1975 y trasladaron a toda la gente pobre a que construyeran sus vidas de nuevo. A los primeros pobladores de Trinchera se les dono las parcelas donde debebian sembrar y se les regalaron bestias para que todos prosperaran.
A los Moncada se les dio lo mismo y al pasar el tiempo se convirtieron en patrones. Las cabezas de ganado eran abundantes y la casa dejó de ser una cabaña con caña brava y ser transformó en una casa lujosa.
—¿Ya viste a los Moncada? Murmuraban las mujeres en el río cuando iban a lavar la ropa.
—Qué compraron una camioneta.
—No, tonta, ayer los vi trayendo mucho material para construir.
—¡Callense! Que por ahí dicen que la señora está pansona y que ese niño es el mismisimo hijo del demonio.
La cháchara se regaba por Trinchera como la leche de vaca al ser repartida. A los meses las mujeres y los hombres se quedaron sorprendidos al ver que la Lidia Moncada estaba embarazada y a sus cuarentaicho años era antinatural.
—La Lidia no podía tener hijos ella me lo dijo un día antes de que se hicieran ricos. Dijo la abuela de Diana que en esos años todavía vivía.
—Los milagros existen, Eduarda. Dijo Marta a su madre a la cual nunca le llamo por mamá, sino por su nombre.
La finca de los señores Moncada se volvió un lugar envidiable. Habían más de veinte trabajadores, entre ellos del pueblo y otros de los alrededores. Al mes se veían caras nuevas. Y varios de los empleados que eran de Trinchera contaron cosas muy oscuras que sucedían dentro de la finca. Varios hombres y mujeres desaparecieron y nadie se intereso por averiguar lo que había pasado.
Mataron a Lidia Moncada y al señor Moncada en los días que la comarca poco a poco se transformaba en un pueblo completo. Vinieron a hechar asfalto y las casas hechas con caña brava escaseaban.
***
La niña no se parecía ni a Lidia ni al señor Moncada. La gente quería conocerla, pero la madre nunca lo permitió y el día que lo hiso fue en el primer día de escuela cuando la niña le mordió el brazo a un niño.
En aquel tiempo alguien denunció las más de treinta desapariciones que habían ocurrido en la finca. Los Moncada se sorprendieron al recibir al comandante Benites en su casa con un grupo de policías listo para empezar a revisar la casa.
—Nos dicen que el primero de marzo del año pasado desaparecieron más de treinta trabajadores aquí y jamás volvieron a sus casas. Dijo el comandante con tono grave y firme.
—Revise, Benites, esta en el derecho. Dijo el señor Moncada, mientras sostenía a la niña entre sus brazos.
—Tiene bonitos ojos la niña. Dijo Benites un poco más amable.
—Los saco a la mamita.
El grupo de policías buscaron hasta debajo de las cerámica y no dieron con nada. Esa tarde el señor Moncada despidió a Benites con un apretón de manos y advirtiéndole que la gente del pueblo era habladora y envidiosa y que no lo querían ni a él ni a su familia.
Semanas después los encontraron muertos. Lidia tenía un balazo en la cabeza y el señor Moncada en pecho. La hija de los Moncada la encontraron en el potrero, alejada del edificio con muchas cortadas y la cara desfigurada. Luz tenía ocho años, la misma edad de Diana Sánchez en ese momento.
En 1986 una de las empleada, Elda, que se quedaba a dormir en la finca corrió de madrugada por las calles de Trinchera buscando ayuda.
—No escucharon los tiros. ¡Mataron a los patrones y a la niña Lucecita! Dijo Elda ahogándose en las lágrimas y el cansancio.