Diana buscaba entre las ropas de Eme su olor y los recuerdos la llenaron. Empezó a merodear por la casa sin encontrar quietud por ningún lado, la finca quemándose y la figura de aquel hombre, que jamás olvidaría, era lo único que pasaba por su cabeza cada vez que salia a la calle por los mandados. Abandono la escuela por un tiempo y después de la muerte de su amigo Oscar no frecuento la casa donde esté había vivido. La madre de Oscar la veía pasar cuando Diana iba a quebrar el maíz o a buscar hielo. Ella espero a que la madre de su amigo le preguntara algo sobre ese día, pero nunca lo hiso.
Los cuerpos quedaron tapados en aquel pozo que sellaron con el pasar de los años y nadie en Trinchera volvió a mencionar los sucesos. El nombre de los Moncada se borró de faz pedregosa de la comarca.
El día que cumplió los veinte años no recordó el momento y la fecha en que decidió ir a la finca. Diana prefirió borrarlo. Después busco su propia vida y se fue a vivir lejos de Trinchera.
—¡Me vas a abandonar! Dijo Marta sin creer lo que la muchacha le decía.
"MALAGRADECIDA" se repitia en su mente y se lo grito antes de que Diana cerrará la puerta.
Estaba decidida a volar lejos del pueblo sin darle explicaciones a nadie. Marta le dijo algo que ella nunca iba a olvidar.
—Hasta que cumplas los veinticinco. Dijo segura de esperarla con vida.
Las golondrinas volaban en el cielo y el sol de abril calentaba las piedras. Todos hacían la siesta y compraban hielo en la tienda de la niña Pilar para minorar la sensación agobiante del calor. Y los ojos de los curiosos vieron como Diana se subía al camión y desaparecia entre la carretera.
***
La hija del viudo Bonifacio fue la primera en desaparecer. Bernarda había pasado la tarde jugando con sus primitas. Ese día que desapareció entre el camino que conectaba la casa de las primas y la de Bonifacio. Bernarda no acepto a quedarse en casa de la tía y prefirió caminar sola entre aquellos potreros. La hierba estaba seca y alta, la tarde le daba entrada a la noche. Eran las seis de la tarde cuando la niña se encaminó hasta su casa.
—Se va corriendo a la casa. Le dijo la tía confiada de que nada iba a suceder.
El viudo Bonifacio se crío bajo la tutela de su padre el señor Medina. Su padre era un hombre enojado y destetaba al señor Moncada. Bonifacio nunca supo lo que su padre había hecho hasta el día en que cumplió cincuenta y cinco años y Diana entrará austada a su casa a contarle todo.
Bonifacio se caso con una mujer que no era de la comarca y que murió al dar a luz a Bernarda.
Esa tarde de marzo de 1994, Bernarda camino sola sin preocuparse. Entre la hierba algo la vigilaba. El silencio macabro hiso que quedará paralizada en medio del camino. No había nadie aldedor. Las casas estaban alejadas y la oscuridad se deslizaba sobre la comarca.
—Bernarda te he estado buscando
La llamo la voz de su padre, pero no podía ser él porque el acento era plano y suave. En cambio su padre hablaba fuerte y grave. Entre los arbustos vio la figura de un hombre. Ella lo miró y en efecto era su padre Bonifacio.
De pronto se sintió cansada. Los ojos no eran los de su padre. Esos ojos podrían petrificar a varios elefantes.
—Vamonos para la casa.
Lo siguió sin percatarse que el hombre poco a poco iba adquiriendo otra forma. Sus pies pisaban la hierba y la mano de aquel sujeto se volvió helada como si no tuviese vida. Sus pies se despegaron de la tierra. Ahora flotaba sobre la comarca sin que nadie pudiera verla o escucharla. Pensó que estaba soñando.
Aterrizaron en un lugar oscuro. Aquel no era su padre. Ella nunca lo vio volar y su padre nunca le acariciaria el cuerpo. Alguien le pasaba la nariz por la cara y el cuello como si dentro de Bernarda hubiese algo que él quisiera. De pronto sintió los piquetes, luego se volvieron violentos cuál agujas clavándose por el cuello y los brazos. Se estaba desangrando y grito con todas sus fuerzas para que la dejara de morder.
En la mañana Bonifacio llego a la casa de su hermana y de costumbre esta le sirvió una taza de café negro. No pregunto por la niña. Él daba por hecho que Bernarda se había quedado a dormir. Sorbio el café con lentitud y luego preguntó por la niña.
—Se fue ayer a las cinco. Dijo su hermana dándole la espalda moliendo el maíz.
—No, no llego...
Bonifacio sintió ganas de vomitar y hecharse a correr. Se volvió loco pasando de un lugar a otro, recorriendo el caminito sin encontrar ni un mechón de cabello de Bernarda.
Y recordó la vez en que su padre regreso muy tarde a la casa de madrugada. Era un castigo tal vez por lo que su padre había hecho. Pero la niña no podía pagar la brutalidad que su abuelo cometió. Quizás se equívocaba y todo era una coincidencia.
Cuando llamaron al comandante Benitez se tranquilizo un poco y preservo la esperanza de encontrar a la niña. Trinchera se afano por buscar a Bernarda en lo más recóndito y fallaron en todas las misiones. La policía se dio por vencido a los siete días y el sábado por la mañana se reporto otra niña perdida y la comunidad entró en una nube de preocupación y miedo.
—Las cosas que están pasando. Dijeron las mujeres en las calles cuando iban a quebrar el maíz.
—Y casi topan con la fecha en que se espumaron los trabajadores de la finca Moncada.
Y a las dos semanas la niña de Piedad Rodríguez no volvió del río cuando su madre la mandó, ya muy tarde, a lavar unos peroles que olvidó lavar por la tarde.
La gente empezó a sospechar del señor Wessmer. A los días Benitez piso nuevamente la finca Moncada, pero ahora no la encontró ni limpia o agradable para sus sentidos.
—Usted no es muy aseado, señor...
—Wessmer. No me pienso quedar mucho tiempo, pues un pariente se vendrá a vivir aquí y que se encargue el de limpiarla.