PRÓLOGO
Morada del dios Hades. El inframundo.
Los gemidos y los suspiros de dos amantes hacían eco en la residencia de Hades. Cualquiera que pasara por delante de las puertas de los aposentos de su dios, sabrían que él y alguien más estaban dándose un inmenso y mutuo placer.
—Se nota que eres un dios, querido —afirmó Hera cayendo de espaldas en la cama con la respiración acelerada—. Me has dejado tan saciada y agotada que no podría levantarme de la cama ni aunque se estuviera congelando el infierno, mi amor —puso el brazo sobre sus ojos y los cerró.
Hades miró a la mujer que tenía a su lado. Metió un mechón de su cobrizo y rizado pelo detrás de su oreja y le sonrió.
Hacía pocas semanas que la mujer de su hermano Zeus se reunía en secreto con él. Nadie podía enterarse de que compartían el lecho, o de lo contrario la furia de su hermano sería inmensa. Conocía bien a Zeus y sabía que a él poco podría hacerle, pero a su esposa…
Negó y cerró los ojos porque no quería ni imaginárselo. En estas semanas se habían hecho íntimos. Es cierto que siempre había encontrado a Hera una mujer preciosa y atractiva. Cada vez que la veía con esas ropas que se ceñían a su escultural cuerpo, Hades tenía que concentrarse para no tener una erección ya que hubiera sido una auténtica vergüenza que alguien se percatara de ella.
Muchas, muchas mujeres habían intentado tentarlo, pero solo Hera lo había logrado sin proponérselo, ya que se suponía que estaba totalmente enamorada de su marido, Zeus. Y cuan equivocado estuvo al pensar eso, ya que ella le comentó el primer día que fue a visitarlo que lo odiaba intensamente.
Se tumbó en el lecho y sujetó la mano de su amante. Ahora esa mujer era suya, y él sabía que haría todo lo posible para que todo continuara tal y como estaba. Y si tenía que resignarse a unas pocas visitas lo haría, por mucho que quisiera tenerla junto a él cada día y no de manera esporádica como estaba sucediendo.
—¿Has pensado ya en lo que tendremos que hacer, Hades? —preguntó incorporándose de la cama. Apoyó la mejilla en su mano y empezó a trazar pequeños círculos en el pecho del hombre que estaba recostado a su lado.
—Sí, lo he hecho y está todo preparado. Me he dado cuenta de que, si queremos hacerle pagar por todos los desagravios que has sufrido, amor, tenemos que destruir lo que más quiere.
Hera sonrió y besó sus labios.
—No sé qué se te estará pasando por la cabeza, querido, pero no podemos tocar a sus hijos y lo sabes. Aunque odie a todos esos bastardos con todo mi ser, ya que cada vez que los veo, o escucho sus nombres, me recuerda la cantidad de veces que ese malnacido me ha sido infiel —le dijo con la rabia tiñendo cada una de las palabras que salió por su boca.
Hades negó, se incorporó y la empujó con su mano para tumbarla de nuevo. Se colocó entre sus piernas y sintió como Hera le rodeaba la cadera con ellas.
—No se me habría ocurrido hacerlo, amor mío. No estoy loco.
La besó introduciendo su lengua en su boca. El beso, poco a poco fue haciéndose más y más intenso y cuando sintió que se estaba poniendo duro de nuevo, colocó su pelvis donde quería, empujó y se introdujo de un solo golpe en ella. Escuchó su gemido, el jadeo de placer que soltó la mujer que amaba y empezó a moverse lentamente sobre ella.
—Más fuerte, Hades, más.
Hades se rio pero no le hizo caso. Siguió con el mismo ritmo, notó como las uñas de ella se clavaban en sus bíceps y en esa ocasión fue él el que jadeó por el pinchazo de dolor que sintió. Pero aún así, no aceleró como ella quería.
—Esto es una tortura, maldito —le soltó ella entre dientes.
Sus cuerpos estaban totalmente unidos, el sudor se empezó a acumular entre ellos y Hades sintió cómo el clímax empezaba a apoderarse de él ya que ella empezaba a apretarlo con su interior.
—Maldita sea, mujer —blasfemó con los dientes apretados—. Voy a… voy…
—¡Sí! ¡Sí! —gritó Hera al sentir el potente orgasmo que arrasó de golpe con ella.
Hades embistió unas cuantas veces más en su interior, y finalmente acabó tensándose hasta caer derrumbado sobre el cuerpo de la mujer que amaba.
Sintió su corazón palpitando con fuerza y rapidez, apoyó la cabeza en la almohada con un suspiro y besó el cuello de la mujer que adoraba.
—Voy a destruir la humanidad —susurró, y escuchó como Hera se empezó a reír a carcajadas.
Y esa, fue una risa que se escuchó en todos los confines del inframundo.