Furia en el Olimpo

Capítulo siete

Abdiel no se podía creer lo que estaba viendo. Una Lamia completamente desnuda permanecía de pie ante él y se fijó en como las piernas le temblaban ligeramente.

No podía apartar la mirada de ese escultural cuerpo. Tenía una figura preciosa. Largas piernas, redondos y torneados muslos, anchas caderas y una estrecha cintura que hacía que sus perfectos y redondos senos de rosados pezones destacaran. Se lamió el labio inferior al verla y no pudo evitar sentir cómo se excitaba. Notó su miembro endurecerse en el interior de sus pantalones hasta convertirse en algo doloroso, pero no se movió, no quiso, ya que ella podría percatarse de ello y quería evitar que se diera cuenta de que él la había sometido a un intenso escrutinio. Subió a su cara y abrió mucho los ojos al ver los de ella. Quedó impactado al ver que esos ojos negros que él conocía tan bien se habían convertido en unos azules de color hielo. Sí, así se podrían describir. Era un azul tan claro que parecía hielo.

«Así que ya había pasado por el cambio y él no se había dado cuenta».

Vio cómo se rodeaba el cuerpo con la sábana del catre y se dirigía a la ventana. Se fijó en sus movimientos, en cómo miraba muy concentrada en algún punto en la lejanía y finalmente se tensaba.

Abdiel se levantó lentamente y avanzó poco a poco hacia ella intentando no hacer ningún ruido. No quería alertarla, y no por nada en especial, sino porque no sabía cómo reaccionaría a él ya que acababa de pasar por un momento bastante difícil.

La vio darse casi la vuelta y se tensó, pero ella giró de nuevo la cabeza hacia el bosque y se concentró en algo que había en él.

«¿Qué estaría viendo ahí afuera que hacía que tuviera el cuerpo tan tenso?»

Abdiel se intentó apartar al percatarse del rápido movimiento de ella, pero no llegó a tiempo y el cuerpo de ella se estrelló contra el suyo. La sujetó por los brazos para que no cayera al suelo, pero no la escuchó gemir, es más no emitió ningún sonido y eso le extrañó ya que el golpe contra él había sido considerable.

 

 

Lamia levantó la cabeza y lo miró a los ojos. «Qué hombre más atractivo», pensó ahora que lo miraba a los ojos. Unos ojos preciosos, por cierto. Ese azul era increíble.

—¿Estás bien? —escuchó que le preguntaba con voz grave.

Ella asintió y se retiró.

—¿Quién eres? —le preguntó—. ¿Y de dónde has salido?

Abdiel se pasó las manos por el pelo y suspiró. Miró a su alrededor y le señaló la mesa que había en el centro del pequeño habitáculo, instándola a que se sentara con él.

Lamia lo hizo y se fijó en como él cerraba los ojos, como si intentara pensar qué decirle.

—Me llamo Abdiel —dijo finalmente—. Soy un guerrero creado por la diosa Afrodita y el dios Eros, su hijo, y mi misión, la razón de la que esté aquí es porque ella me mandó para que te protegiera.

Lamia frunció el ceño al escuchar eso. ¿Protección? ¿Una diosa lo envió para que la protegiera? ¿Una diosa de la mitología griega que no existía?

—¿De qué me tienes que proteger, Abdiel? Porque como comprenderás, no hay nada a mi alrededor que haga que mi vida corra peligro. Llevo muchísimos años viviendo en este lugar y nunca me ha pasado nada —no le dijo que no creía en esa diosa, ya que ella era católica y quería saber hasta dónde podía llegar la imaginación de ese hombre.

—Porque yo no he querido, Lamia, ya que desde el día en que naciste, hace veintiún años he estado cerca cuidando de ti y de tu madre. Y créeme cuando te digo que vuestras vidas sí que han estado en peligro en bastantes ocasiones. Y por cierto… siento muchísimo su muerte. Sé que lo pasaste mal y la verdad es que me hubiera gustado mucho el haber podido estar ahí para ayudarte, para darte consuelo, pero lo tenía totalmente prohibido.

—Gracias —susurró ella al escuchar sus condolencias. Pero lo que no entendía era el porqué estaba en peligro y de quién tuvo que defenderla. Así que no lo dudó y le preguntó eso mismo.

—Sabes quienes son Hades y Hera, ¿verdad? —preguntó él después de escuchar su pregunta.

Ella asintió, pero no dejó de lado su escepticismo ya que ahora le metía a dos dioses más.

—Pues ellos son los malos de esta historia, Lamia. Verás, esos dos crearon en el inframundo una raza de monstruos llamados Farkaskoldus. Son una mezcla de dos razas, la vampira y la licántropa. Podríamos decir que, cuando se transforman, su apariencia es la de un licántropo, pero sus dientes y su mirada la de un vampiro.

—Ya… —dijo ella y Abdiel se dio cuenta de que no lo creía.

—Ahora mismo tú eres una vampira, Lamia. Por eso estaba aquí cuando empezaste a sentir como tu cuerpo se retorcía de dolor. Porque sabía que la noche de tu vigesimoprimer cumpleaños pasarías por ese cambio. La diosa Afrodita me lo advirtió.

Lamia negó y se empezó a reír a carcajadas.

—Sí, claro. Yo una vampira —afirmó y siguió riéndose a mandíbula batiente, pero al ver como él no sonreía y la miraba seriamente, dejó de reírse de golpe.

Abdiel frunció el ceño porque se dio cuenta de que seguía sin creerlo.

—Lamia….




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