Escania (Dinamarca) año 1250
El sonido del chocar de las espadas hacía eco en la oscuridad del bosque. Lamia estaba de pie con las piernas abiertas y los brazos cruzados sobre su pecho. No se perdía el enfrentamiento que estaba dando lugar frente a ella.
Abdiel estaba luchando contra un imponente vikingo. Le superaba media cabeza en altura, era más ancho de hombros, su constitución era inmensa comparándola con la de su compañero, pero lo que a ella le encantaba, era que las veces que lo había visto luchar a lo largo de estos doscientos años, Abdiel nunca había perdido una pelea.
Habían combatido ambos contra muchísimos guerreros de distintas razas y clanes, también contra los monstruos de Hera y Hades, esos seres aparecían cuando menos te lo esperabas, pero normalmente lo hacían en la oscuridad de la noche.
Lamia aún recordaba el día en que vio por primera vez a uno de esos horrendos seres. Fue la noche siguiente de su transformación, ella se encontraba descansado en su catre y hacía horas que había despedido a Abdiel.
Bufó al ver que la batalla seguía igual, se sentó en una roca que había a su espalda, apoyó los codos en sus piernas y cerró los ojos. Sonrió porque aún no se le había olvidado ese día y sabía que permanecería en su memoria para siempre, ya que fue inolvidable. Inspiró e hizo memoria, retrocedió a ese día en concreto y a la noche en que cambió su vida para siempre.
Lamia se encontraba tumbada en el catre. No se podía sacar a Abdiel de su cabeza. Tenía hambre, mucha, pero todo lo que había entrado en su estómago finalmente había salido por su boca. No lo toleraba y no sabía porqué. Bueno, tenía una idea, pero se negaba a creer en ella. No quería pensar que ya no era cien por cien humana, sino que era en parte vampira como le había mencionado él. No, ni hablar.
Pero, esa hambre que retorcía su estómago… ese dolor, implicaba que necesitaba algo con urgencia.
Así que finalmente tomó una decisión y decidió salir a buscarlo. Tenía que hablar con él, quería que le explicara quién era ella ahora, o, mejor dicho, qué era, pero sin mentiras ni historias de por medio.
Abrió la puerta de su casa y salió. Miró a su alrededor y sintió miedo. Hacía mucho que no veía tal oscuridad rodeándola. Era cierto que el bosque normalmente estaba así, oscuro, pero esa ausencia de sonidos era lo que no le gustaba. Ni siquiera escuchaba el cantar del búho que cada noche llegaba a sus oídos. Algo estaba sucediendo y si quería averiguar el qué, algo dentro de ella le decía que Adbiel lo haría. Así que se armó de valor y se internó en el bosque, tenía que dar con él de la manera que fuese…
—¡Maldito seas!
Ese exabrupto la hizo salir de su ensoñación y miró al frente. Abdiel se encontraba al lado del cuerpo del vikingo, el cual permanecía arrodillado a sus pies y con una mano sujetando una herida en su estómago que no tenía buena pinta.
«Se acabó», se dijo Lamia incorporándose. Se acercó a Abdiel y cuando estuvo a su lado él asintió.
—Lo veo mal. ¿Crees?...
Abdiel negó, le dio la espalda al vikingo y se alejó de ella. Lamia miró el imponente cuerpo que tenía delante. Gemía de dolor a causa de la mortal herida y cuando lo vio finalmente caer de espaldas, suspiró.
«Pobre hombre, acabar así por intentar robarnos».
Lamia observó como la vida escapaba finalmente del cuerpo de ese espectacular vikingo y con un suspiro de pesar, se giró y se dirigió hasta la orilla del rio que había a pocos metros, donde Abdiel se estaba limpiando la sangre que había en su cuerpo.
Se acercó a él y lo miró de arriba abajo. La luz de la luna incidía en su espalda, donde brillantes gotas resbalaban desapareciendo en la cintura de sus pantalones. Lamia se mordió el labio inferior, no sabía de dónde salía esa atracción que sentía por él ni cuándo empezó realmente, pero lo que tenía más que claro era que tenía que sacárselo de la cabeza, que no podía permitirse sentir nada por él, ya que haría el ridículo. Abdiel era un guerrero leal, fuerte, noble y con un corazón inmenso, esas eran unas cualidades que ella adoraba de él, y en cuanto a su físico veía a un hombre muy atractivo, pero para él ella no era nada, solo una compañera de viaje, una mujer que lo ayudaba a luchar cuando la necesitaba; pero en tema atracción, Lamia sabía que no había nada que hacer.
Extendió su mano, quería tocar esa fuerte espalda. Le dio completamente igual todo en ese momento, necesitaba tocarlo más que nada, quería sentir solo una vez el calor que desprendía su cuerpo, aunque fuera con un simple y ligero toque. Estaba a punto de llegar a su destino, cuando un desgarrador grito hizo eco en la oscuridad del bosque.
Lamia pegó un respingo, retiró su mano de golpe y Abdiel y ella se miraron.
—Espera aquí —dijo él y salió corriendo.
—Sí, claro —contestó ella y salió corriendo detrás de él.
Abdiel escuchó a Lamia detrás y puso los ojos en blanco. Nunca le hacía caso, no había conocido en toda su existencia a una mujer más cabezota que ella.
—Lamia… —le advirtió, pero ella no se detuvo y pasó por su lado corriendo—. ¡Maldita sea, mujer!