Furia en el Olimpo

Capítulo diez

Francia, París año 1585

 

 

—Esto es asqueroso —dijo Lamia con repugnancia saltando para evitar el charco de lo que parecía orín—. ¿Esta ciudad siempre ha olido así?

Abdiel y Einar se encogieron de hombros después de mirarse y sonrieron levemente al ver la indignación de su compañera. Llevaban algo más de doscientos años juntos y se habían hecho uña y carne, cosa que sabían la sacaba de quicio a ella ya que la sobreprotegían más de la cuenta. Pero era una mujer a la que tenían que cuidar según palabras de la diosa, de la cual, por cierto, no habían vuelto a saber nada en estos más de dos siglos.

—Me dais envidia. No os imagináis lo que daría por poder llevar pantalones como vosotros, chicos. Esto de andar teniendo que agarrarme las faldas es muy incómodo. Además, es muy difícil luchar con esto —maldijo levantándose las faldas más de lo normal—. ¿Por qué han tenido que meterles tantas capas? Hace siglos las ropas eran más cómodas, maldita sea.

Abdiel se fijó en cómo un grupo de cuatro hombres se percataron del movimiento que hizo Lamia con su vestimenta y no le hizo ninguna gracia la mirada lasciva que le dirigieron a su compañera todos ellos. Le dio un ligero codazo a Einar y le indicó la dirección en la que estaban esos cuatro y al mirar hacia allí, Einar gruñó.

—No te preocupes, querido amigo, sabes que esos enclenques no tienen nada que hacer contra nosotros.

Abdiel sonrió porque sabía que él tenía razón. Einar con el paso del tiempo se hizo muy amigo de Lamia, la quería muchísimo y le tenía un gran cariño. La veía como una hermana pequeña y no toleraba que nadie se la acercara ni la mirara más de lo estrictamente necesario. Lamia tenía en él a un fiero protector, más que él mismo incluso, porque con el paso del tiempo, Abdiel se dio cuenta de que dentro de él algo estaba cambiando con respecto a Lamia. No sabía qué era, pero se había descubierto en varias ocasiones mirándola mientras dormía, o cuando comía. Se había quedado atontado mirando el movimiento de sus sensuales labios al masticar y como su pequeña y rosada lengua salía para atrapar alguna gota de agua que se escapaba para atraparla.

Sacudió la cabeza porque no quería pensar en ello. No, tenía que sacarse esas estúpidas imágenes de su cabeza. Lamia no era para él y nunca lo sería, ya que Afrodita tenía planes para ella según le dijo Einar el día que volvió de la muerte.

—Chicos, ¿entramos aquí? Me apetece descansar un rato y comer algo, estoy hambrienta.

Abdiel miró la entrada de la taberna en la que se había detenido Lamia y se encogió de hombros al igual que Einar.

—Por mí bien. La verdad es que me comería una vaca ahora mismo, estoy famélico —admitió Einar.

—Como no, compañero, como no —dijo Lamia porque sabía que Einar siempre estaba hambriento.

Lamia sonrió y cuando fue a abrir la puerta, Einar se interpuso delante de ella.

—Déjame a mí primero, vakker dame, nunca se sabe qué se puede ocultar tras la puerta.

Lamia puso los ojos en blanco y en cuanto Einar accedió al interior, miró a Abdiel y él simplemente se encogió de hombros.

—Ya sabes cómo es, todo un adulador.

Lamia susurró un simple «sí, lo sé» con resignación y entró poco tiempo después. En estos siglos que llevaban juntos había aprendido bien su idioma y sabía que la había llamado preciosa dama. Sonrió porque le encantaba como sonaba esa lengua, era sensual a los oídos de ella y se preguntaba si habría yacido con muchas mujeres antes de convertirse en el que era ahora. Era una incógnita que nunca había querido desvelarle ya que, según él, no era un tema para hablar con mujeres. Negó y suspirando finalmente entró tras él. Abdiel cerró la puerta a sus espaldas y cuando Lamia se fijó en el ambiente que reinaba allí dentro, abrió los ojos como platos. 

Abdiel le sujetó la mano con fuerza y frunció el ceño. Ese lugar no le gustaba nada. ¿Dónde se habían metido para que hubiera tantas mujeres casi en cueros moviéndose por el interior?

—Esta taberna me gusta —exclamó Einar mirando a su alrededor y dio una fuerte palmada—. ¿Habéis visto cuanta carne expuesta? ¿Realmente nos servirán la comida así vestidas? ¡Me gusta! —afirmó con énfasis—. Venga, seguidme, allí hay una mesa libre y parece un buen lugar para disfrutar las vistas.

—No creo que sea un lugar adecuado para Lamia, Einar, me da que esas mujeres no son unas taberneras normales, no sé si me entiendes.

Einar frunció el ceño y cuando se dio cuenta de lo que Abdiel quería decir, asintió, pero así como se fue a dirigir a la salida, Lamia los detuvo.

—¡Quietos los dos! —los miró con los brazos en la cintura y con el ceño fruncido—. Mirad, no soy ninguna «milady» ni nada por el estilo para que tengáis que proteger mis ojos de lo que se mueve por aquí. He visto mucho en todos estos siglos y os aseguro que ver mujeres ligeras de ropa no me va a asustar ni va a hacer que salga corriendo. Así que, haced el favor de sentaros en esas sillas y dejad de hacer el tonto. Estoy hambrienta y cansada, chicos… —les señaló la mesa y después de acceder, porque sabían que tenía razón, se sentaron y esperaron a que los atendieran.

 




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