El Olimpo.
Afrodita se dirigía al salón del trono. Allí según le había comunicado el emisario que la había ido a buscar la esperaba Zeus.
Desde que la había liberado no había vuelto a hablar con él, es más, lo había evitado y él había hecho lo mismo con ella. O eso quería creer Afrodita, ya que ese hombre era impredecible.
Cogió aire y cuando llegó hasta las grandes puertas de oro, estas se abrieron, instándola a que entrara.
Miró frente a ella y ahí en el gran trono estaba sentado Zeus. Totalmente erguido, serio e imponente.
Su túnica blanca resplandecía junto a su capa dorada. Un inmenso haz de luz blanca salía de su cuerpo y Afrodita tuvo que admitirse a sí misma que ver esa estampa la impresionó sobremanera.
Avanzó hacia él totalmente erguida, lo miró a los ojos y no apartó la mirada de los suyos en ningún momento, es más, lo vio sonreír imperceptiblemente a medida que ella avanzaba.
—Bienvenida seas, Afrodita.
Ella hizo una pequeña reverencia, menos habría sido considerado una ofensa y no quería hacerlo enfadar.
—Supongo que te estarás preguntando para que he requerido tu presencia ante mí, ¿verdad?
Afrodita asintió, pero no dijo nada.
—Bien. Veo que no estás muy habladora así que iré al grano. Verás —se levantó de su trono y bajó los escalones hasta ponerse delante de ella—. Como sabrás, mi mujer y mi hermano me traicionaron hace mucho, mucho tiempo. Hades decidió crear una raza demoníaca para destruir a mi creación y tú les enviaste a tu guerrero, Abdiel se llamaba sino recuerdo mal, para que luchara contra esas criaturas. Voy bien por ahora, ¿verdad?
—Sí, Zeus.
Él asintió y empezó a andar con las manos en la espalda. Bajó la cabeza y siguió hablando.
—Supe que Hefesto, tu marido, te ayudó a crear una maravillosa espada para tu guerrero, la cual, por cierto, le ha protegido durante todos los siglos que ha permanecido peleando contra esa raza maligna. Un trabajo espléndido, por cierto.
Zeus la miró y al percatarse de su tensión corporal y de que no abandonaba la mirada de su trono, decidió volver a él. Quería mirarla a los ojos cuando tuviera que decirle lo que tenía planeado, su primera reacción era muy importante y no quería perdérsela.
—Mientras estabas recluida en la habitación blanca, tu hijo Eros se puso en contacto con Hefesto para que él intercediera por ti. La verdad, no sé a qué tipo de acuerdo llegaron, pero solo te haré saber que tu marido lleva desde que dejaste tu prisión en el Olimpo a mi servicio.
No vio ningún tipo de reacción en ella y supuso que, o era muy buena disimulando o ya estaba enterada, así que decidió continuar.
—Lo mandé construir unas cadenas de oro indestructibles. Esa fue mi petición hacia él para tu liberación. Bueno, eso y que permaneciera aquí eternamente —la volvió a mirar y nada, ni una reacción—. Le di una semana de tiempo y cumplió con su cometido, cómo no. Una vez construidas, solo tuve que esperar al momento adecuado para utilizarlas y cuando el momento llegó, lo hice. Supongo que te estarás preguntando para qué quería esas cadenas, ¿verdad?
Afrodita se encogió de hombros como si le diera igual y Zeus admiró su valentía. Esa mujer daba la impresión de que no se dejaba amedrentar por nadie, ni siquiera por él, el dios más poderoso de todo el Olimpo.
Zeus se carcajeó y Afrodita elevó una rubia ceja.
—Mi mujer, Hera, una noche ascendió al Olimpo. Creyó que no me daría cuenta de ello, pero aquí, diosa, no hay nada que se me escape, lo sé todo, absolutamente todo. Sé hasta lo que se habla en cada rincón de este lugar, y como supondrás la apresé en cuanto tuve a esa zorra mentirosa a mi alcance.
Afrodita abrió los ojos como platos al escucharlo. ¿Hera estaba encarcelada en algún lugar del Olimpo?
—Bien, veo que te ha impresionado que te desvelara eso, Afrodita. Y sí, la condené a un castigo eterno. Hera está presa por las cadenas que mandé construir a tu marido. Está colgando de ellas entre el cielo y la tierra en un lugar que solo yo sé, un sitio imposible de localizar y en el que permanecerá hasta el fin de los tiempos. Ese fue mi castigo hacia ella por su traición.
—¿Y Hades? —preguntó Afrodita ya que para ella ese dios también se merecía un castigo.
—Con mi hermano ya es más difícil el tema. Solo sé que acabó derrotado, apático, triste… el día que se enteró de la situación de su amada montó en cólera. ¿Recuerdas el volcán que erupcionó hace siglos?
Afrodita asintió y avanzó hacia él.
—Pues fue cosa de Hades. Fue tal el dolor y rabia que sintió que acabó arrasando con una ciudad entera. Y me dolió, sí, mucho. Pero no pude intervenir en ese momento y no me preguntes el motivo porque no es de tu incumbencia, te aviso porque no pienso volver a hablar más del tema.
«Cómo no», pensó Afrodita. Él y sus intrigas.
—Bien —continuó Zeus—, desde ese día Hades cambió. Se recluyó en sus aposentos según me contó mi informante y hasta hace unos días no volvió a salir. ¡Ah, y por cierto! Quiero que sepas que tu hijo Eros está perfectamente bien, Afrodita. He estado vigilándolo y a pesar de que al principio estaba derrotado, ahora lleva una vida normal ahí abajo. Bueno, creo que lo correcto sería mejor llamarlo… Cupido, ¿no? —rio Zeus al mismo tiempo que negaba—. Por los dioses, mujer, ¿cómo pudiste hacerle eso a ese crio? Tampoco fue tan grave su error, a tu guerrero y su compañera no llegó a sucederles nada, estuvieron bien todo ese tiempo, yo mismo me encargué de ello, Afrodita, así que el castigo hacia Eros fue totalmente innecesario a mi parecer.