—¿Abdiel? —susurró Lamia al ver el rictus de dolor que tenía en su cara pero él no contestó, estaba gimiendo con los ojos fuertemente apretados y la mano derecha cogía con fuerza la esquina de la mesa.
Se levantó de la silla y se sentó a su lado. Le empezó a acariciar la espalda de arriba abajo con movimientos lentos, pero era como si él ni siquiera sintiera su toque.
—Abdiel, por favor, di algo, me estás preocupando.
—Es… es como si me taladraran el cráneo —dijo entre dientes—. Nunca… nun…
Gimió de nuevo y Lamia miró a su alrededor, no quería llamar la atención sobre ellos, pero nadie los miraba.
—Que… ¿qué puedo hacer? Necesitas…
Abdiel negó, puso su otra mano en sus sienes y empezó a masajeárselas.
—El dolor está remitiendo… ahora siento… un pitido en mis oídos.
—Joder, Abdiel, esto es muy raro, nunca en todos estos siglos que llevamos juntos te he visto así. No es normal, no es…
Abdiel le tapó la boca y negó. No podía soportar ni escuchar su voz, ya los sonidos que había a su alrededor de la cafetería ayudaban a empeorar su estado.
Lamia se calló y siguió mirándolo. Su rictus tenso, ahora estaba un poco más relajado, incluso su respiración se había normalizado.
—Sácame de aquí. Tengo, tengo a alguien en mi cabeza… una voz —negó—. No sé, es algo entrecortado, no puedo… Sácame de aquí, Lamia. Ya.
La miró y Lamia se fijó en cómo sus ojos azules claros resplandecían, cosa que no era nada normal, así que sin pensárselo sacó un billete de diez dólares del bolsillo y lo dejó encima de la mesa.
—Tenemos que irnos, tus ojos brillan.
Cogió las gafas de sol que tenía en su bolso, se las puso para que nadie viera esa mirada, y lo ayudó a levantarse de la mesa. Cualquiera que lo viera caminar creería que iba borracho, ya que ella tuvo que pasarle una mano por la cintura y él tuvo que sujetarse en ella para poder andar.
Una vez en la calle ella los dirigió hacia la parte trasera de la cafetería en la que habían estado, el callejón estaba solitario y creyó que ahí tendrían más intimidad. Lo apoyó contra la pared y le quitó las gafas de sol.
Abdiel permanecía mirando un punto fijo detrás de ella. No se movía ni hacía ningún gesto, era… era como si estuviera hipnotizado.
—¿Abdiel? —movió su mano por delante de su cara, pero él ni se inmutó—. ¿Me escuchas? —nada, ni un movimiento facial.
Lamia estaba preocupada, mucho, ya que eso no era normal. Sabía que algo estaba sucediendo en el interior de su cabeza, pero no sabía qué. Ojalá pudiera averiguar qué era, ojalá estuviera en su mano ayudarlo, pero lo que le estaba pasando estaba totalmente fuera de su alcance.
De repente y sin esperárselo, Abdiel parpadeó y cayó al suelo de rodillas.
Lamia se acercó rauda a él y se arrodilló a su lado. Lo abrazó y apoyó su cabeza en su pecho, empezó a acariciar su cabello, el cual hacía meses se había cortado, y esperó a que dijera algo, pero minutos después al ver que él no decía nada decidió hablar.
—¿Qué ha pasado, Abdiel?
Abdiel se separó de su abrazo y la miró a los ojos. Ella se fijó en los suyos y vio que ya habían recuperado su tonalidad normal.
—Afrodita me ha hablado.
—¿Cómo? ¿La diosa?
Él asintió y suspiró.
—Y qué… ¿qué quería? —preguntó tragando con dificultad ya que cada vez que esa mujer había aparecido en escena era para anunciar un nuevo cambio en sus vidas.
Abdiel suspiró y se puso en pie con dificultad. Lamia intentó ayudarlo, pero él negó.
—Estoy bien, tranquila.
Inspiró hondo y cuando ella se puso frente a él con una pregunta muda en sus facciones, Abdiel habló.
—Me ha dicho que las fuerzas del mal se están reagrupando, que se están haciendo más fuertes cada día que pasa y que tenemos que reunirnos de nuevo todos. Que… que se acerca la batalla final y que para cuando ese momento llegue tendremos que estar preparados. Me ha dicho que localicemos cuanto antes a nuestros compañeros, me ha dado tres días de plazo para que estemos todos juntos de nuevo y que, una vez reunidos nos dirijamos a ver a los Karan.
—¿A quiénes?
—Según me ha explicado, es un clan secreto que existe desde el principio de los tiempos. Sus componentes han ido cambiando de generación en generación, son adoradores de los dioses, Lamia, y según me ha explicado Afrodita, tenemos que ir a verlos ya que tienen algo para nosotros. No me ha dicho más.
Lamia pensó en lo que le había explicado Abdiel y suspiró. Así que la batalla final se aproximaba al fin y tenían que volver a reagruparse de nuevo. Pero ¿encontrar a Einar, Vance y Mac? No sabían nada de ellos desde hacía más de cien años, ya que, a principios del siglo XX cada uno de ellos siguió su camino por separado. Decidieron hacerlo ya que las peleas contra esos monstruos habían decaído. Eso sí, se prometieron nunca perder el contacto, pero después de tanto tiempo a saber dónde estarían.