Lamia estaba de los nervios. No paraba de mirar por la ventana de su minúsculo apartamento. Hacía dos días que Abdiel había hablado con sus tres amigos y todos le confirmaron que llegarían a lo largo del día de hoy, eran las dos de la tarde y nada, no habían aparecido.
—Nena, ¿quieres tranquilizarte? Ya llegarán.
—¿Y si se han perdido y no encuentran la dirección?
—Lamia —rio—, dijeron que cogerían un taxi desde el aeropuerto. Además, no vivimos en una zona apartada ni escondida, es fácil llegar y el taxista los dejará delante de nuestra puerta cuando menos te lo esperes. ¿Quieres que te prepare un…
En ese momento llamaron al timbre y Lamia se levantó de golpe de la silla, pero Abdiel que estaba más cerca de la puerta se le adelantó y abrió.
Y ahí estaba Vance. ¡Cómo había cambiado! Pensó al verlo vestido todo de negro de arriba abajo. Hasta se había aclarado un poco el pelo y en vez de un negro azabache como llevó siempre, ahora lo llevaba de un tono castaño.
—¡Vance! —gritó Lamia. Echó a correr y se lanzó a sus brazos, los cuales la esperaban abiertos. Saltó, rodeó su cuello y entrelazó sus piernas en su cintura.
Vance se puso a reír al ver la reacción que había tenido «su chica». Y no porque hubieran sido pareja ni nada parecido, sino porque para él era la hermana pequeña que nunca tuvo. Le dolió muchísimo haber tenido que separar sus caminos, y la verdad es que la echó terriblemente de menos, pero el tenerla de nuevo entre sus brazos y el ver la alegría que ella tenía al estar de nuevo con él, hizo que su corazón se aligerara de nuevo.
—Hola, tío —dijo Abdiel acercándose. Vance besó la frente de Lamia y la bajó al suelo. Aceptó la mano que su compañero y amigo le entregaba y él tiró, acabando los dos en un fuerte abrazo.
—¿Es cosa mía o estás más hinchado?
Vance sonrió en plan canalla y le guiñó un ojo.
—Digamos que llevo unos cuantos años siendo socio de un gimnasio que queda a diez minutos de casa. Y el constante ejercicio ha logrado esto… —afirmó quitándose la cazadora de cuero que llevaba.
Debajo de ella una camiseta negra sin mangas ceñía su abultado torso y cuando dobló su brazo derecho, haciendo que un redondo bíceps sobresaliera, Lamia sonrió.
—Ya veo, ya. Así que intentas ponerte como el actor que hace de Terminator, ¿no?
—Quién, ¿el austríaco ese? —se carcajeó—. No, pequeña, no quiero llegar a ese extremo. Así como estoy es como me quedaré. Hoy por hoy solo estoy haciendo mantenimiento. No pienso hincharme más, te lo garantizo.
Lamia afirmó y miró a Abdiel. Él se encogió de hombros como si le diera igual, cerró la puerta y se dirigieron al sofá del pequeño salón.
—Y bien, cuéntanos que es de tu vida, ¿qué haces, en qué trabajas? —preguntó Lamia cogiendo su mano.
Vance entrelazo sus dedos con ella y la miró.
—Pues la verdad es que llevo una vida muy sencilla —sonrió al ver el gesto de ella. No le soltaba la mano y eso le gustó. Se notaba que lo había echado de manos y él se sintió feliz al saberlo.
La verdad es que esa muchacha siempre había sido muy cariñosa con él. Hubo una época en que fueron como uña y carne y la complicidad entre ellos era increíble. Y durante estos largos años la echó de menos, mucho, ya que no había encontrado aún la persona que llegara a ese nivel de complicidad con él, ni lo entendiera tanto como Lamía había conseguido.
—Tengo un taller de mecánica de mi propiedad en Washington. Lo abrí hace una década y la verdad es que disfruto mucho trabajando ahí. Adoro las motos. Me gusta arreglarlas, tunearlas, admito que esas máquinas son mi debilidad y me encanta dejarlas como nuevas. Luego os enseñaré a mi Rach. Es una preciosidad de máquina, ya veréis.
—¿Tienes una moto? Vaaaya —susurró—, nunca he subido en un bicho de esos. ¿Son fáciles de manejar?
—Claro —sonrió—. Un día de estos te llevaré a dar una vuelta con ella y te enseñaré a llevarla. Ya verás como acabarás queriendo una para ti solita.
Lamia sonrió y lo abrazó.
—Gracias, Vance.
—De nada, pequeña.
—Qué, ¿un café? —preguntó Abdiel.
Lamia asintió y Vance negó.
—Naaa, a mí una birra bien fresca si tienes. Hace mucho calor y después del viajecito que me he pegado con Rach desde Washington, me apetece una.
—¿Has venido con la moto desde ahí?
Vance asintió al mismo tiempo que quitaba la chapa de la botella con el tacón de su bota.
Lamia elevó una ceja al verlo hacer eso y Abdiel sonrió, negó y se dirigió a la cafetera a por un café para Lamia y para él.
En ese momento sonó el timbre de la puerta y Lamia se levantó escopetada del sofá. Abrió la puerta de golpe y al ver a los dos que faltaban, imponentes, uno al lado del otro y con una gran sonrisa en su cara, no lo dudó y reaccionó como hizo con Vance al verlo. Saltó sobre ellos y les rodeó el cuello con sus brazos.
Los dos hombres la sujetaron al mismo tiempo al ver que se lanzaba y la rodearon cada uno con un brazo.