—Os voy a poner a todos en antecedentes —anunció mirándolos uno a uno —. Zeus, como sabréis, fue engañado vilmente por su mujer, Hera, y le fue infiel con su hermano, Hades. Hera estaba herida, mucho, no pudo soportar las constantes infidelidades de su marido hacia ella, ni soportar la presencia de los hijos que fue teniendo con distintas mujeres del Olimpo, dándole igual incluso el tipo de ser mágico que fuese. Incluso aquí en la tierra dejó descendencia hace milenios. Por ese motivo, se alió con Hades y entre los dos crearon una raza llamada Farkaskoldus, unos seres mitad lobos, mitad vampiros.
Todos asintieron al ver que ella los miraba uno a uno para que confirmaran lo que hasta ahora ya conocían.
—Zeus, al enterarse de sus planes se enfadó muchísimo; entró en cólera y no quiso que nadie tuviera conocimiento de lo que habían hecho esos dos. Pero yo me enteré por casualidad. Quise ayudar y te creé a ti, Abdiel; mi marido, Hefesto, por orden mía puso su semilla en el vientre de la madre de Lamia, para que, una vez pasara por su transformación, lucharais juntos. El mejor guerrero y una vampira muy especial creados para defender a la raza humana de esas bestias nacidas en el inframundo.
»Pero Zeus, no contento con lo que hice me castigó. Sí, me encerró en un limbo sin fin. Su castigo original fue que estuviera recluida mil años, pero, gracias a Hefesto, finalmente fueron muchos, muchos menos. Por ese motivo estuviste tanto tiempo sin saber de mí, mi dulce Abdiel —aseguró acariciándole la mejilla—, no estuvo en mi mano. Te dije que nunca te abandonaría y, aunque a tus ojos y por los siglos que han pasado ha parecido que así fue, nunca lo hice. Siempre he estado observándoos desde ahí arriba, pero no me ha estado nunca permitido intervenir… hasta ahora. Sí, las cosas están muy mal. Desde que Zeus capturó a Hera y la castigó, Hades ha ido a peor. Primero pasó por una etapa muy larga de duelo y estuvo siglos sin dar señales de vida, hasta que, a principios del siglo pasado y harto de compadecerse por haber perdido a la mujer que amaba, decidió actuar y empezar en serio con su venganza.
»Los seres que creó se confinaron en un recinto bajo tierra aquí, en esta misma ciudad. No sé la localización exacta, pero sé que el foco del mal se encuentra en Chicago y tiene a dos de ellos dirigiéndolo todo. Sus nombres son Stephan Drogus y Lora. Esta pareja son, podríamos decir… sus generales, los que están en constante comunicación con Hades y los que llevan a cabo sus planes. Tienen a miles de Farkaskoldus en sus filas y han empezado a transformar a humanos inocentes en esas criaturas horrendas.
—¿Y cómo lo consiguen? —preguntó Einar—. ¿Qué hacen para transformarlos?
Afrodita lo miró y con un asentimiento le sonrió.
—Como haría un simple vampiro. Les muerden y les inoculan algún tipo de sustancia química que hay en su saliva. Eso logra que la persona infectada se transforme en pocos minutos. Sí —afirmó al ver la cara de sorpresa de todos—, Hades creó muy bien a esos seres.
—Pero… pero antes era imposible. Recuerdo que solo tenías que tener mucho cuidado con sus garras y sus dientes, pero ahora y por lo que nos estás explicando…
—Ahora, mi querido Vance, tienen el poder de transformar a un humano. Pero no termina ahí todo, no. Los últimos seres que creó Hades tienen dos nuevas peculiaridades. La saliva que poseen es ácida, un solo toque sobre tu cuerpo y puede descomponer tu piel. La segunda es que de sus brazos, y si ellos así lo desean, aparecen una especie de escamas afiladas y puntiagudas. Un toque con ellas y te paralizan, ya que cada una de esas puntas está impregnada de un potente veneno que la raza humana desconoce. Cosas de Hades —bufó.
—Pues sí que vamos bien —dijo Mac, resopló, y negó al ver que la cosa se les estaba poniendo más difícil por momentos.
—Y por eso estoy yo aquí —anunció Afrodita—. He venido para intentar igualar las cosas, mis guerreros.
Afrodita se situó enfrente de Mac, lo miró de arriba abajo, sonrió con pillería, cosa que hizo que él frunciera el ceño y cuando ella chasqueó los dedos, una preciosa y brillante armadura plateada cubrió el cuerpo del guerrero de pies a cabeza. Asintió hacia el jefe del clan de los Karan y a los pocos segundos apareció con un hermoso escudo en sus manos.
—Este escudo se ha forjado en los fuegos del Olimpo, guerrero Mac del clan McEwen. Lo fabricó mi esposo Hefesto y es totalmente indestructible.
Chasqueó de nuevo sus dedos y una reluciente espada apareció súbitamente en su mano derecha. Miró a Abdiel y Afrodita, al saber lo que el guerrero pensaba, se rio.
—No, esta espada no es como la de él —negó señalando a Abdiel—. La espada de vuestro general es especial, querido, pero esta también lo será. Un solo corte en la piel de cualquiera de esos seres infernales y se convertirán en cenizas.
Mac se miró de arriba abajo y asintió. Le hizo una reverencia a la diosa, colocó la espada sobre su corazón y habló.
—Yo, diosa Afrodita, juro por mi honor de guerrero que siempre, y mientras haya un hálito de vida en mi pecho, te seré fiel, combatiré por ti y si el destino así lo desea, dejaré este mundo sirviéndote. Por siempre y para siempre.
Afrodita asintió con una sonrisa y se dirigió a Vance. Chasqueó sus dedos delante de él y una armadura similar a la de Mac rodeó su cuerpo, pero, así como la de Mac era plateada y unas filigranas y símbolos negros la decoraban, la de él era totalmente opuesta. La suya era negra y los mismos símbolos que la de Mac estaban esparcidos por toda ella pero en tonos plateados.