Furia en el Olimpo

Capítulo diecinueve

—Abdiel… —dijo Einar colocando una mano en su hombro—, vamos amigo, tenemos que prepararla.

—Dejadme solo. Por favor, necesito estar a solas con ella.

Los tres se miraron y salieron cabizbajos de la habitación cerrando la puerta tras ellos. Se dirigieron al comedor y se sentaron en el sofá.

—No sé qué pensáis, pero desde ya os digo que removeré cielo y tierra hasta descubrir al cabrón que le ha hecho esto a nuestra amiga y os juro que no descansaré hasta acabar con su miserable vida.

—Y nosotros estaremos ahí para ayudarte, Vance. Pagará por lo que le ha hecho a Lamia.

—Quien que me ha sorprendido ha sido Abdiel. No sabía que albergaba sentimientos por ella.

Vance y Einar miraron a Mac como si hubiera soltado una gilipollez y él se encogió de hombros.

—¿Qué? Joder, tíos, ¿me estáis dando a entender que vosotros sí lo sabíais? —preguntó sintiendo que se había perdido algo importante.

—No es que lo supiéramos, pero que había sentimientos ocultos por parte de ellos, sí. Muchas veces me he fijado en como él la miraba cuando ella no se daba cuenta, y viceversa. Desde luego había atracción por ambos lados desde hace mucho tiempo, pero nunca hubiera imaginado que Abdiel sintiera por ella más de lo que nos demostraba.

Einar asintió a las palabras de Vance y Mac suspiró.

—Bueno, ¿y ahora qué hacemos? No podemos dejarla ahí, chicos.

El timbre sonó y Mac se levantó.

—Esa sí que debe ser la pizza.

—Pues a buenas horas —bufó Einar—  a mí ya se me ha ido el apetito.

Segundos después entró Mac con cuatro cajas de pizza y las dejó sobre la barra de la cocina.

—¡¡¡Será hija de puta!!!

Todos se miraron ojipláticos al escuchar el grito de Lamia, se levantaron de golpe del sofá y corrieron hacia la habitación tropezando unos con otros en la carrera.

Abrieron la puerta de golpe y se quedaron a cuadros al verla sentada en la cama. Abdiel estaba arrodillado en el suelo mirándola con cara de pasmo, pero lo que más les sorprendió fue la imagen que les presentaba.

Estaba desnuda de cintura para arriba, su rostro estaba rojo de ira, respiraba agitadamente y sus ojos… sus ojos en vez de ser azules eran de una tonalidad dorada que los dejó impactados y sin saber cómo reaccionar. Miraba al frente, tenía el ceño fruncido, pero lo que más les impactó, fueron los largos colmillos que se asomaban por su labio superior. Sinceramente, esa imagen daba miedo.

—La… Lamia.

Ella miró hacia abajo y cuando vio a Abdiel su rostro fue cambiando poco a poco. Sus rasgos se relajaron, su ceño fruncido desapareció y los colmillos desaparecieron dentro de sus encías. Lamia alargó la mano, la posó sobre la mejilla de Abdiel y cuando él, con mano temblorosa la posó encima de la suya, los tres vieron como esa mirada dorada cambiaba a la azul cálida que ellos conocían.

—Abdiel —susurró ella dedicándole una dulce sonrisa. —Creí que nunca volvería a verte. Creí… que no lo conseguiría.

Lamia miró a su alrededor y al ver a sus compañeros amplió su sonrisa.

—Hola, chicos.

Los tres le dedicaron una tensa sonrisa, cosa que la extrañó y cuando se fijó en como Vance carraspeaba y miraba al techo, al igual que los demás frunció el ceño. Alzó la mirada al techo, pero al no ver nada extraño miró a Abdiel con una muda pregunta en su rostro.

—¿Se puede saber qué os pasa? —preguntó—. ¿Por qué no me miráis?

Einar la miró de lado y carraspeó.

—Es que… bueno, Lamia, verás… —carraspeó—, es que nunca te habíamos visto las tetas y…

Lamia bajó la vista y al ver que estaba con ellas al aire se tapó de golpe cubriéndose con las manos.

—¡Largo, joder! —gritó poniéndose de rodillas en la cama. Sus ojos cambiaron de nuevo a ese tono ámbar que le habían visto hace poco y se dieron cuenta de que sus ojos cambiaban cuando pasaba de la calma a la ira, cosa que nunca había pasado en todos los siglos que llevaban juntos.

—Nena…

Lamia enrojeció al escuchar a Abdiel y lo miró. La verdad es que no había pasado tanta vergüenza en toda su vida. Bajó la vista a su regazo, pero él le sujetó la barbilla con delicadeza e hizo que lo mirara.

—¿Cómo es posible que hayas vuelto de la muerte si según nos dijo Afrodita habías vuelto a ser humana? Y no solo eso, has… has cambiado.

Lamia frunció el ceño al escucharlo, miró a los demás, y al verlos asentir se quedó a cuadros.

—¿Cómo… cómo es eso que he vuelto de la muerte? Me estáis —tragó saliva porque le costaba hablar—, ¿me estáis diciendo que estaba muerta?

Los cuatro asintieron y al ver una lágrima cayendo por la mejilla de Abdiel, se dio cuenta de que le estaban diciendo la verdad.

Lamia sujetó la sábana que cubría la cama, se cubrió y se levantó. Salió de la habitación sin decirles ni una palabra, se dirigió al gran ventanal que había en el comedor y se quedó mirando las vistas que le ofrecían la ciudad de noche.




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