Aún no sabía si esto era una buena o una mala idea, pero dado el momento fue lo único que se atravesó en mi camino y no podía darme el gusto de negarme. Una amiga de mamá prometió ayudarme con los documentos, su legalidad y todos los requisitos previos; sabía el idioma y sabía valerme por mi misma, así que no debería haber ningún problema.
Afortunadamente mi documentación llegó a tiempo y tenía visa libre como estudiante residente.
Alba, la amiga de mi madre, dejó que me quedara mientras buscaba un empleo y como si todo se compaginara a mí favor, al segundo día de haber llegado, encontré empleo como camarera junto a otro chico que pasaba exactamente por la misma situación que yo.
Podía distinguir desde cualquier distancia a los que eran como yo y aunque el chico parecía un poco más ingenuo, compaginamos lo suficiente como para tener la confianza de compartir una habitación con doble cama que nos arrendaron a un muy bajo precio.
El domingo transcurrió con normalidad, trasladé las pocas pertenencias que había traído conmigo a mi nueva residencia y en la tarde me dediqué a reconocer el camino que me llevaría a la universidad.
No me quedaba muy lejos, así que podía caminar de ida y vuelta, aunque del lugar en el que trabajaba no podía decir lo mismo.
Y finalmente llegó el lunes, mi horario informaba que tendría clase de 6:00 am a 11:00 am por lo que tendría la tarde libre para encerrarme en la cafetería que me había acogido como su empleada.
-Suerte- se despidió Moisés levantando un momento la cabeza de la almohada para seguidamente volverla a enterrar en ella.
Su horario de estudio era diferente al mío y asistía a una universidad diferente, por lo que asumí que a mucho lo vería en la mañana y en la noche.
No hubo mucho por asimilar en la universidad, era obvia la diversidad de géneros y en la facultad de bellas artes había mucho de ello.
A pesar de la buena disposición de la mayoría para conversar con desconocidos, limité mi sociabilidad a un simple saludo nada más.
Tenía objetivos, un trabajo que cuidar, responsabilidades que atender y no podía permitirme distracciones.
Pero no iba a negarme a darle gusto a la vista cuando pudiera, después de todo era una chica y los tipos guapos estaban a la orden del día.
Todo iba bien, los primeros meses fueron bastante gratificantes, gozaba ante la dicha de tener actividades por realizar y aunque en algunas ocasiones el tiempo a penas y me alcanzaba, no podía sentirme más feliz.
Hacía lo que me gustaba y estaba tomando impulso ganándome algunos clientes fieles que comenzaban a apreciar la belleza de mi trabajo sobre el lienzo.
Hasta que Moisés me llamó esa noche. Lo más extraño fue que ni siquiera fue él quien me habló. Otra voz me dio una dirección y mi ética —a parte de mi sentido de amistad— me obligó a encaminarme a las diez de la noche en busca de mi compañero de cuarto y de trabajo.
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Editado: 06.10.2018