¡Me lleva la chingada! ¡¿Por qué, Dios?! ¿Es mi castigo? ¡Le di tantos ánimos a ella para que cruzara la pinche calle y le llevara sus manuscritos a esa editorial tan prestigiosa, ¡era muy fácil, carajo!
...
No, no lo era... no lo es.
Se trata de llevar tus tesoros, tus creaciones, tu alma impresa en papel... delicado y blanco papel. La lluvia puede borrar, romper, desbaratar completamente una obra maestra en poco tiempo.
El viento puede llegar a ser tan fuerte que se llevaría todo a través del cielo y lo dejaría caer en las manos equivocadas... o patas... o lodo... o mierda.
Del fuego ni se diga.
Ella caminó mil veces y se quedó parada ante el semáforo en rojo, verde para el peatón. Sonrió, suspiró, lloró, se decepcionó de sí misma y calló en mis brazos para agarrar fuerzas.
La acaricié, la besé, le hice ver su propio valor, su talento, le hice cosquillas y la hice reír hasta que recuperaba el brillo de sus ojos.
Admiré su entusiasmo y su pasión al escribir tantas cosas bellas, pero no fui tan inteligente, debía acompañarla para que tomara mi mano, recuperara su valentía y hablara con el editor de la empresa, mínimo con su secretaria. No tenía idea de lo quebrado que estaba su corazón. Era un fantasma en vida.
No entendí sus indirectas cuando me hablaba de algo conocido como "Ghost writer" o "escritor fantasma", según la wiki sabelotodo, se refiere a una persona que es contratada para escribir libros, manuscritos, libretos, discursos, artículos, reportes, entre otros, que son acreditados a otra persona. Siempre me lo repetía, sonreía pícara y me abrazaba.
Pero aquel día ella explotó.
"¡Quiero que los publiques a tu nombre! ¡Llévalos tú!"
Gritó.
También me rompí.
Me enojé porque todo lo que yo hacía para que se sintiera mejor era en vano.
Ella solo pensaba en poner mi nombre en la ficha del autor.
"¡Yo jamás he escrito como tú! ¡soy un simple lector de tus obras!... ¡Quiero que vayas, cruces la maldita calle y entregues tus escritos a la editorial!"
Le grité como nunca lo había hecho.
Azoté la puerta, me salí de la casa, bebí en una cantina cualquiera... fui un idiota, me desesperé, no actué bien, debía regresar a pedir perdón.
Una hora después llegué a la casa y estaba vacía; en unos minutos recibí una llamada.
Querían que identificara el cuerpo de una mujer atropellada.
...
Te rogué, Dios, porque no fuera ella... pero no era necesario, ya era tarde. Mi esposa había fallecido en el momento del impacto.
Recibí sus cosas: su ropa, su bolso, unas hojas.
¡Malditas hojas!
Eran piezas de una obra maestra que esperaba que publicara.
Creí que sin ella no merecía vivir.
Tomé una soga y la até del travesaño de la casa; no quería saber nada más del mundo. Era media noche y el infierno no se hizo esperar.
Un espectro tomó forma en la ventana abierta y se acercó a mí antes de que quitara el banco de mis pies, sopló el viento y agitó las cortinas melodiosamente; se erizó mi piel y respiré con fuerza como si el oxígeno en la habitación se estuviera acabando. El espectro soltó una cabellera abundante y alborotada, voló hacia a mí y quedamos cara a cara; pude ver sus ojos profundamente negros; olía tan mal que sentí náuseas, murmuró algo y acercó sus putrefactos labios a mi oído.
Era ella.
Susurró y obedecí con la culpa en el corazón. Susurró y nunca me acostumbré a ello, susurró esa noche hasta las tres de la mañana, susurró lentamente, fría y gutural todas las historias que hoy construyeron mi fama.
Escalé rápidamente entre escritores famosos y prestigiosas damas y caballeros de letras sin ningún mérito real. Mi nueva vida se construyó en una farsa. Obviamente, su familia sospechó pero ella misma se encargó de sellarles la boca, hasta ahora no sé qué es lo que sucedió con ellos.
Después de un tiempo comprendí lo perturbada que estaba la mente de mi fiel esposa ahora muerta; lo lejos que llegó por ocultar su nombre y poner el mío en su lugar.
He estado leyendo muchos más libros de los que antes leía tan solo para perfeccionar la mentira, ella me lo ha ordenado. He escrito sus poesías, guiones y novelas que parecían no terminar, sin embargo se me aparece todas las noches con nuevas ideas y si no escribo me posee, un helado viento se introduce en mi cuerpo y duele, me asquea.