Capítulo VII:
Rafael es rescatado por los demonios.
En algún lugar del cielo...
—Al fin —dice, observando al hombre frente a él—, Creí que ya te habías olvidado de mí y que me dejarías aquí por siempre —le reclama con una sonrisa burlona.
El otro por su parte suelta una risa —¿Olvidarme de mi mejor aliado? Pfff, claro que no —le responde con sorna y así recordándole su traición a quienes una vez llamo hermanos—, Hazte a un lado, derribare está celda y así serás libre —pide y Rafael sin rechistar le hace caso.
Lucifer con sólo un chasquido de sus dedos, logró que la celda frente a él se hiciera añicos. El arcángel sonrió con alegría de verse libre al fin y de también poder hacer de las suyas. Estaba claro que él no había cambiado y no cambiaría tampoco. Lo que quería era justicia o eso quería pensar que hacía.
Estaba celoso de los humanos, ya que ellos tenían el amor de su padre. El cual, quería sólo para él. ¿Pero cómo podía obtenerlo? Tenía que deshacerse de los humanos y así tendría lo que más deseaba. ¿Pero a que precio quería lograrlo? ¿Él estaba dispuesto a pagar las consecuencias? ¿O creía que no habría tales y su padre le perdonaría como si nada?
Rafael se dejaba cegar por aquel deseo que ansiaba con desesperación, que no podía ver lo que había frente a sus narices. ¿Estaría preparado para perderlo todo?
Ambos hombres caminaron fuera de la que alguna vez fue la celda del arcángel y ahora se disponían a huir del lugar. Sabían a la perfección que en cualquier momento llegaría el resto de ángeles e intentarían evitar que escapasen. ¿Pero podrían contra ellos? ¿Lograrían evitar que se fueran?
—Papi estará muy molesto —se mofa Lucifer, del arcángel a su lado—. En cuanto vea que su hijo querido ha escapado y le ha vuelto a traicionar —un puchero -que en otro momento a Rafael le hubiera parecido gracioso- se formó en sus labios, pero también había burla en aquel gesto.
Lucifer disfrutaba de la situación y hasta le resultaba de lo más graciosa. Quizá el arcángel lo tomaba de manera más seria, pero sabía bien lo que le esperaba a partir de ahora.
—¡Quedaos ahí! —vocifero Cass, quien había quedado a cargo del cielo en ausencia de Metatrón y Uriel.
Ambos hombres sonrieron, pero hicieron caso a su pedido. Sabían que alguien tan débil como Cassiel, no podría detenerles aunque lo deseara con todas sus fuerzas. Pero el ángel no temía a su destrucción, haría lo que fuera necesario para evitar que Rafael se fuera. Había hecho una promesa a sus hermanos, la cual iba a cumplir. Y esa era evitar que Lucifer se llevará a su hermano.
—¿Crees que podrás contra ambos pequeño emplumado? —preguntó Lucifer, sin dejar de sonreír de una manera que dejaría sin aliento hasta al mismísimo Miguel.
Cass por su parte respiró con profundidad, quizá intentando convencerse a si mismo que si podía. Pero en lo más profundo una vocecita le decía que enfrentarse a ellos, era un acto suicida.
—Haré lo que sea necesario —respondió firme, el ángel.
Pero sabiendo que no lograría nada.
Una batalla entre ellos comenzó, pero los tres sabían a la perfección como acabaría...
[Gabriel]
—Buenos días —me saluda Anabeth, quien lee un libro bastante antiguo. Niego con la cabeza, ya era costumbre en aquella mujer.
—¿Sigues aquí? —inquiero—. ¿No deberías estar cazando brujas u ogros? —curioseo, aunque con algo de burla al final de la pregunta.
Ella suelta una risa —En primer lugar, los ogros no existen Gabrielito —me responde—. Segundo, no me han dado ninguna misión para tu buena suerte —sonríe.
Me sirvo un poco de café en mi taza favorita, aquí tenía mi dosis de cafeína para comenzar un día extremadamente largo. Lilith seguía sin querer hablar conmigo, su enojó no se había disipado aún.
Además tenía a la mayoría de ángeles y arcángeles aquí. Trabajando día y noche. Buscando indicios de los próximos movimientos de Lucifer y eso comenzaba a frustrarme. No había nada, aunque se haya buscado hasta debajo de las piedras; era como si se lo hubiese tragado la tierra.
Comenzaba a creer que éramos unos inútiles y que jamás daríamos con su paradero. Debía admitir que nada de eso me daba ni puta gracia y ya perdía la poca paciencia que quedaba en mí. Joder.
—Es bueno saber que aún no te vas, guapa —le sonreí de manera coqueta, por su parte Anabeth soltó una carcajada sonora.
—Que más quisieras tú que me fuera, estas deseando que me den alguna misión —me acusa en un tono divertido.
—¡Me has descubierto! ¡Demonios! —elevo mis manos a modo de rendición, para luego dar un sorbo a mi taza de café.