Capítulo VIII:
Nuevos aliados.
—Déjame ver esa herida —me pide Miguel, pero aparto sus manos de mí.
—Estoy perfectamente —miento—. Es mejor que te encargues de Cass, él se ha llevado la peor parte —pido y por su parte Miguel acepta poco convencido.
Suelto un suspiro cargado de dolor e intento levantarme, pero estaba claro que la herida no me la dejaría tan fácil. Joder. ¡Hostia puta! Aprieto mis dientes ante el dolor que me asalta y me quedo quieto en donde estoy.
Podía ver a la mayoría de ángeles y algún que otro arcángel ir de un lado a otro. Habían heridos por donde quiera que fueras y ellos necesitan ayuda con más urgencia que yo. Aún podía respirar y eso era lo importante. Ya habría tiempo para que revisasen mi herida, mientras podía analizar lo ocurrido hace un momento. ¡No pude hacer nada! ¡Dejé que se lo llevará! ¡Soy un completo inútil! ¿De que me sirvió recordar sino sirvo para nada?
Recuesto mi espalda en una pared y medito lo sucedido hace unos momentos. Rafael no había cambiado en absoluto y estaba claro que él vendría en su búsqueda. Debimos estar aquí y no Cass. Era demasiado obvio que no podría contra ellos y que acabaría con heridas de gravedad. ¡Es mi maldita culpa! Tuve la oportunidad de detenerle y evitar que se lo llevará. Pero no, soy tan inútil que ni eso puedo hacer bien. Maldición.
—No es tu culpa —dice una voz a mi lado, giro mi rostro y me encuentro a Lilith. Esta sentada de la misma forma que yo y me observa—. Sé que has mentido y que tienes una herida de mayor gravedad de lo que quieres admitir —susurra y lleva su mano a mi rostro. Y joder, se sentía demasiado bien. Desde que volvió, nunca se acercó de esta manera a mí. Ni siquiera me había hablado de esta manera y debo decir que la extrañe con locura.
Con mi mano derecha aprieto su mano en mi mejilla y sonrío.
—Estoy bien, hay otros que necesitan más atenciones que yo —le hago un gesto con mi cabeza y así pueda ver que tengo razón.
Suelta un suspiro resignado —Eres un cabezota, deja que vea esa herida —pide y sin rechistar le hago caso.
Subo mi camiseta y así dejando a la vista lo que Rafael me había hecho. Una mueca de dolor se adueña de mi rostro, en cuanto los dedos fríos de Lilith la tocan. Demonios. Duele demasiado.
Ella nota mi gesto —Lo siento —se disculpa—. Traeré algunas cosas, debes sanar esa herida. Es grave, Gabriel —avisa y no dejo pasar el tono preocupado en el que lo dice. Asiento, la veo pararse y caminar en busca de algunas cosas para sanar mi herida. Había olvidado como se sentía su cercanía, pero me agrado demasiado volver a tenerle así de cerca. Además sentí preocupación verdadera en sus palabras y acciones. Una sonrisa intento adueñarse de mi rostro, pero fue cambiada por una de dolor. Joder. ¿Cómo pude ser tan tonto y descuidarme de Rafael? Debí saber que no le temblaria la mano y que haría cualquier cosa por herirme. No le importaba si en el proceso me mataba, maldición. ¿Qué ha sucedido contigo? ¿Cómo has podido cambiar tanto? Y pero aún, ¿cómo has podido unirte a él? Qué no me entra en la cabeza, te has dejado cegar por unos estúpidos celos. Has dejado que algo tan pequeño te alejara de nosotros y de nuestro padre. Pero debí suponer que no habría cambio alguno en ti, que tarde o temprano ibas a volver a unirte a él. Creo que dejé que la ingenuidad del resto me cegara a mí también y por un momento me permití pensar que habías cambiado.
Golpeo con mi puño la pared detrás de mí, ahora le dejaba a mis emociones salir a flote. Toda la situación era frustrante y el saber que nos habías traicionado nuevamente, me molestaba de sobremanera. Demonios. Calma Gabriel, calma. No dejes que ese torbellino de emociones te arrastre con él, las cosas podían cambiar. Aún estábamos a tiempo de evitar lo que Lucifer y Rafael se traían entre manos.
—¿Por qué le quitas peso a tu herida? —quiere saber Metatrón, su ceño está fruncido y parece molesto.
—No le quitó peso, sólo que hay otros que necesitan con más urgencia ser atendidos —respondo de manera reacia.
Le veo arrodillarse frente a mí y colocar sus manos en mis hombros —Todos los heridos son importantes, Gabriel. Y tú no eres la excepción y debemos curar ese herida. ¿Vale? —explica y asiento.
Lilith se acerca a nosotros y con cuidado comienza a curar la herida. Intente guardar mis quejas de dolor, pero no lo logré como hubiera querido. Me era inevitable, el cabrón de Rafael había clavado aquella daga muy profundo y agradecía que no fuera tan grave como parecía.
—¿Cómo está Cass? —me atreví a preguntar, temiendo que la respuesta no fuera buena.
—Vivirá —responde Metatrón y con ello comprendía que por muy poco no la contaba.