Capitulo 4:
—Hemos llegado —dice al fin.
Aún estoy estupefacto. ¿En serio su amigo se encuentra aquí? Observó a detalle el edificio y de verdad no creo que esto sea real. Demonios.
—¿Tu amigo vive en una Iglesia? —pregunté sorprendido aún.
—Sí, él es Sacerdote en ésta congregación —contestó en tono casual, como si fuera normal que el arcángel más poderoso fuera amigo de un sacerdote.
—¿Es cura? —pregunté irónico.
—No, es Sacerdote —contestó perdiendo la paciencia.
—Como digas, es cura —vuelvo a decir.
Miguel me mira irritado. ¿Qué dije de malo?
¿No será porque te has burlado de su amigo el cura?
¡Tú acabas de hacerlo también! Y no me he burlado, vale si me he burlado.
—Entremos, nos está esperando —sube la escalinata y se adentra en la Iglesia.
Luego de unos segundos le sigo, la Iglesia es bastante grande. ¿Aquí estaremos seguros? ¿A esto llama lugar seguro? ¿Quién me asegura que un demonio no puede entrar a una Iglesia? ¡Joder! ¡Estoy perdido!
—¿Él está aquí? —preguntó una voz un tanto emocionada.
—Si está aquí, lo he traído. Sus protectores han sido asesinados —responde sin rodeos Miguel y en ese tono tan seco característico de él. Me sorprende que el cura no lo mandé al demonio.
—Lamento eso Miguel —dice apagada la otra voz.
—Iré a descansar, muéstrale su habitación a Gabriel. Gracias Juan, te estaré eternamente agradecido —se sincera Miguel.
—Siempre estaré para lo que necesiten de mí, sabes que me gusta ayudar y más si es de importancia —comenta alegre el Cura —si Miguel vuelve a oírme llamarle así, le ahorrará a Lucifer el tener que asesinarme—.
Miguel desaparece de mi campo de visión y veo como Juan — el Cura — se acerca a mí.
—E-es un placer conocerte al fin Gabriel —dice tartamudeando.
—¿El placer es mío? —pregunté seco.
—Le mostraré su habitación, debe de haber sido un día muy difícil hoy. Enterarte que eres el ángel Gabriel no debe de ser fácil. Lamento que tus protectores no estén aquí —hace una mueca de disgustó.
—No, no es fácil. ¿Y cómo conoces a Miguel? —le pregunté al fin, yendo al grano.
—Es una larga historia. No siempre fui creyente eh, creía que Dios era solo una mentira. Que los ángeles y arcángeles también lo eran. Mi esposa moría y no sabía que hacer. Estaba desesperado, un día un hombre se presentó ante mí —tomó una pausa antes de proseguir con su diátriba—. Me ofreció un contrato, él salvaba a mi esposa y me daba un par de años junto a ella. A cambió yo le entragaba mi alma —me mira un instante y pude ver el dolor en sus ojos verdes—, No sabía que hacer. Sé que un par de años no eran lo que esperaba vivir junto a ella. Pero, no podía rechazarlo, no podía perderla. Y cuando estaba a punto de firmar el contrato, Miguel apareció. Me salvó y me hizo entender que mi esposa debía irse. Que ése era su destino. Y supe que Dios era real, que todo lo referido a él lo era —termina de relatar y una lágrima traicionera se desliza por su mejilla.
—¿Y por eso eres Cura? —alcé una ceja.
—Soy Sacerdote Gabriel —contesta calmadamente Juan el Cura —sí, seguiré haciendo bromas—.
No digo nada más, lo sigo hasta mi habitación. Una vez allí me tiró sobre la cama.
¿Quién lo diría, yo un ángel? ¿Estaré soñando? ¿Cuándo recordaré todo? ¿Ganaré está batalla que se apróxima? ¿Seré capaz de hacerlo?
No sé en que momento el sueño me vencé y me quedó dormido.
(...)
—Hola Gabrie —me saluda un hombre. No sé quien es. Nunca lo había visto en mi vida.
Es alto, ojos negros cómo la noche. Cabello castaño, de tez blanca. Me mira con una expresión de diversión en su rostro. ¿Quién demonios es?
—¿¡Quién eres!? —grité y sentí mi garganta arder.
No sé dónde me encuentro. No estoy en la habitación de la Iglesia. Aquí hace demasiado calor, hay olor a azufre. ¿Qué jodidos esta pasando?
—Soy yo Gabriel. Lucifer, Satanás, Príncipe del Infierno. ¿Qué esperabas un tipo con cuernos y un tridente? —se burla de mí—. Sóis muy tontos los humanos —ríe entre dientes.
—¿¡Qué quieres de mí!? —pregunté cabreado y por una extraña razón su presencia lograba que lo estará.
—Querer, querer nada. Solo he venido a visitarte —me regaló una sonrisa lobuna, de esas que no te dan ni puta gracia.